Complicidad

Jesús miraba de frente a las mujeres,   escuchaba, dialogaba, no rehuía su contacto, ni sus perfumes ni su afecto.

No hay mejor palabra para expresar lo que seguramente sintieron las mujeres que escucharon hablar a Jesús. Debió asombrarles que,  cuando hablaba de Dios, incorporaba a su lenguaje las pequeñas cosas de la vida cotidiana que ellas conocían  tan bien: la levadura que hundían en la masa para hacerla fermentar; el manto que se rompía si echaban un remiendo de tela nueva; el candil que encendían al atardecer para alumbrar la casa; el agua que iban a buscar cada día a la fuente; la sal con la que condimentaban las comidas; el arcón en el que guardaban cosas nuevas y viejas; el aceite de sus alcuzas,  el barrer cuidadoso que les permitía encontrar una moneda perdida. Se sentían incluidas al escuchar nombrar cosas que les ocurrían a ellas cada día:  una boda, una enfermedad, niños que jugaban en la plaza, un hijo que se iba  de casa, una semilla de mostaza plantada en el huerto, una recién parida con su hijo en brazos. Aquellas realidades dejaban de ser irrelevantes y se convertían en la escala que Jacob había visto en sueños y por ellas bajaban y subían los mensajes de Dios; eran la arcilla de la que aquel  Maestro se servía para modelar sus palabras, la zarza ardiente en la que Dios se revelaba.           

Muchas se abrieron a aquella inaudita novedad y sintieron caer las cargas que pesaban sobre sus hombros. Alguien hablaba del reino de Dios como de un espacio sin dominación,  anulaba las pretensiones de superioridad masculina, no se interesaba por cuestiones de sexo o de pureza,  actuaba con asombrosa libertad, se relacionaba con las mujeres  a través de sus cinco sentidos: miraba de frente,   escuchaba, dialogaba, no rehuía su contacto, ni sus perfumes ni su afecto.

“¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!”, exclamó entusiasmada una de ellas. “Dichosos más bien quienes escuchan la Palabra de Dios y la guardan”, respondió él (Lc 11,27). Era una bienaventuranza que anunciaba un mundo de iguales y abría ante ellas las puertas del discipulado.

El 8 de Marzo es una buena fecha para recordarlo.

(21 RS Marzo 2021)

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