Interno viciado

Somos resistentes a las sorpresas y a los cambios de  guion.

El título engaña porque no se trata de un aviso más sobre otra variante peligrosa del virus, sino de algo que ha escrito una novicia en la primera página de uno de sus trabajos de formación:  

                                                                INTERNO - VICIADO. 

Ha separado de manera diferente las palabras que componen "internoviciado" cambiando de sitio el guion y lo escrito, además de hacernos sonreír que falta nos hace, nos invita a pensar en la cantidad de elementos de nuestra vida que leemos siempre de la misma manera y cuánto nos resistimos a que “nos cambien el guion”. Damos por supuesto que es de una determinada manera como hay que leer/vivir ese pack completo de costumbres, rituales y maneras de hacer las cosas que forman parte de nuestros hábitos pero, de pronto, llega algo o alguien y cambia el guion de lugar, sacudiendo  ese paquete como si fuera un felpudo. Se forma una nube de polvo (“cómo se va a cambiar lo que siempre se ha hecho", "nunca antes se habia alterado el horario", "el orden es esencial"...) pero, pasado el revuelo, se espera a que el polvo vuelva a depositarse mansamente y todo pueda continuar igual.  

Escribía J.M. Cabodevilla: “La cena a las  nueve y cuarto, la lámpara al lado izquierdo de la cama, la butaca en ángulo de cuarenta y cinco grados con el balcón. Más de dos y tres ancianos de los cuales se creyó que habían muerto de un gran amor, murieron realmente por haber sido privados de algún inveterado hábito”. Cambiemos los cuarenta y cinco grados por la hora de vísperas, o la butaca por ciertos prejuicios asentados en nosotros y a lo mejor nos sentimos frente a un espejo.   

Menos mal que tenemos el ejemplo de ancianos audaces y rompedores: Juan XXIII cambió una costumbre de siglos  y escribió en el comienzo de su pontificado: “Durante ocho días he intentado comer solo pero esto es contrario a mi costumbre y no me sienta bien. Luego he estudiado en la Sagrada Escritura para ver si realmente el Papa tiene que comer solo. No he encontrado nada sobre ello y por tanto renuncio a comer solo sin conversar con nadie”. Francisco cambió  también otro guion y se fue a vivir a Santa Marta en vez de en los aposentos papales.  

Siguiendo su osadía, podemos apuntarnos a otra reacción posible: después del primer sobresalto, mirar la novedad que sugiere el cambio de guion y pensar: “Anda, pues este otro sentido interroga: ¿no tendremos en nuestros interiores  algo viciado,  invisible como el coronavirus y tan dañino como  él? ¿No se nos habrá viciado la calidez en las relaciones, la proximidad y el interés por los otros, la cordialidad, los gestos de afecto, el interés cercano,  las risas…?” De ahí a la  “fumigación” de vicio-virus no hay más que un paso. 

Esta novicia anónima, sin pretenderlo, se ha convertido en un soplo de aliento para los cambios de guion. Estoy deseando conocerla. 

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