Muermos

Llevamos encima el peso de cientos de horas de pláticas, conferencias, charlas y retiros a cargo de varones

Me pasó hace unos cuantos años dando un retiro en la CONFER de una provincia española: era en una iglesia enorme, a mí me habían puesto una mesita con tapete y vaso de agua delante del altar y en los bancos estaban sentadas unas treinta religiosas. No era el ambiente ideal para la comunicación pero era lo que había y me puse a hablar del Magnificat que era el tema del retiro.

No suelo leer cuando hablo, así que al mirar a las asistentes, a los diez minutos ya tenía la impresión incómoda de ver muchos rostros impávidos e inexpresivos que rayaban en la más absoluta atonía. Se me ocurrió imaginar este disparate: sin avisar ni cambiar el tono de voz, seguir diciendo como si fuera una estrofa del Magnificat: “…la cebolla era de gran importancia en la dieta mediterránea y ya desde el tiempo de los egipcios sus propiedades eran muy apreciadas”.

¿Mostraría alguna asombro o desconcierto? Me temo que no, sino que más bien se mantendrían  en  su actitud  imperturbable. Terminé como pude la charla pero seguí bajo el impacto y recordé el comentario del sociólogo Fernando Vidal, en una reunión de religiosas de diferentes congregaciones, contestando a la pregunta de cómo veía la VC:

“- Ya que me invitáis a daros mi opinión  desde el punto de vista de un laico, tengo que confesaros que os veo como un grupo un poco amuermado...”

Me pareció, muy a mi pesar, que algo de razón tenía, aunque me molestara escucharlo,  pero la experiencia de aquel retiro me hizo pensar mucho. Me vi sentada entre el grupo de religiosas en uno de los bancos, con la resignada paciencia de estar en otro retiro “porque tocaba” y entendiendo que la falta de vibración que puede hacer de nosotras un colectivo amuermado, tiene muchas razones detrás: llevamos encima, a lo largo de años, el peso de cientos de horas de pláticas, conferencias, charlas, cursos o retiros, impartidos casi siempre en sentido único  por varones acostumbrados a tener delante un público pasivo y silencioso a quien dirigir exhortaciones, recomendaciones, advertencias o amonestaciones. O consejos sobre vida comunitaria, algo que de puro incongruente, resulta casi cómico.

Qué distinto hubiera sido todo aquel día si yo me hubiera atrevido a  proponer mover los bancos, formar un círculo y como mujeres hechas y derechas y portadoras de una gran riqueza de experiencias,  compartir entre nosotras qué  deseos, qué búsquedas, qué preocupaciones nos habitaban.

Y el Magnificat al final, agradeciendo la vibración de tanta vida  y de tantos dones intercambiados.

(Vida Religiosa, Octubre 2022)

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