Plurales tóxicos

Contemplaciones: parece mentira que solo con modificar un poco un término precioso como es “contemplación”,  cambie tanto su sentido y se convierta en algo negativo. Lo he pensado al escuchar en unas cuantas ocasiones el comentario de que, cuando se trata de reemplazar a un religioso/a que está  al frente de alguna responsabilidad (tanto en obras apostólicas como en el interior de la comunidad)  hay que andarse “con muchas contemplaciones” porque es frecuente que  se resista , o  se duela,  o se lo tome como una ofensa personal, o se queje si le parece que no se le ha tenido bastante en cuenta. Y entonces  hay que desplegar una estrategia cuidadísima de explicaciones, pre-avisos, pasos cautelosos y miramientos. Y con esto  aparece otro  plural tóxico porque  “miramiento”  tiene tan poco que ver con “mirada”,  como “contemplaciones” con “contemplación”.

Unas cuantas pistas por si corremos el peligro de hacernos “adictos a contemplaciones” y “demandantes de miramientos”:

Si cuando nos hablan de relevo reaccionamos con frases como:  - “No necesito que me lo digáis: ya lo tenía yo decidido hace tiempo” (y rezongamos por lo bajo:  “-Lo que me temía, ya me están echando”).

Si proclamamos: “Dejaría este cargo con gusto, pero de momento no lo veo posible: no hay nadie preparado para sustituirme”.

Si cuando el cambio es inminente anunciamos: “Creo que es mejor que no me vaya del todo, sino que me quede junto al que empieza para controlar que se encarrilan bien las cosas”.

Si alardeamos de generosidad y decimos: “Me voy para dar paso a gente más joven” (mientras murmuramos por lo bajo:  “Espero que se  den cuenta de lo libre y generoso que he sido realizando este gesto…” Y con una voz aún más baja: “- ¿Cómo puede ser que no vean que sigo desempeñando mi trabajo en plenas facultades y que a la persona que va a reemplazarme le falta madurez y experiencia?

Si cuando el/la provincial avisa a alguien ya mayor: “ - Creo que  ya no vas  a poder seguir el ritmo en esta  comunidad de inserción…”, el sujeto  responde: “-Yo siempre he dicho que viviría en el barrio y con los pobres hasta el final. En esto estoy en la línea de Fidel Castro: ¡Inserción o muerte!”

No se trata de leer esto pensando: “Justo eso es lo que le pasa a fulanito/a”, sino de  mirar cuáles son ya nuestras “tendencias” (una palabra que ahora se dice muchísimo) y si asoman la oreja en pequeñas cosas las reclamaciones de “contemplaciones” tipo:  “a mí no me han avisado”, “no me han tenido en cuenta”, “lo han decidido sin preguntarme…” Necesitamos entonces una inmersión urgente en la realidad,  escuchar a gente a la que han despedido  de su trabajo y  que nos cuenten  si los trataron con “miramientos”. ¿O es que  la Vida Consagrada  nos vuelve hipersensibles y tiquismiquis?

Imaginemos  en cambio que puedan decir de nosotros: “Menuda suerte hemos tenido con la manera de marcharse de  Z: ha ido preparando al siguiente,  ha sabido tomar distancia, ha dejado las cosas apañadas y en orden (la dirección, las cuentas, el despacho,  el lavadero, la parroquia, el colegio, el volante o el armario de las escobas); no se mete a opinar sobre los cambios que se están haciendo,  colabora si se le pide consejo pero sabe retirarse oportunamente. Y se ha ido sin aspavientos y discretamente, sin forzar homenajes, discursos ni regalos y, encima, agradeciendo tener más tiempo para poder dedicarse ahora a otras cosas…”

La ecuación es definitivamente  inversa: a más “contemplativo”, menos “contemplaciones”…

Vida Religiosa, Noviembre 2019

Volver arriba