Prisas

De un tiempo a esta parte las prisas se precipitan en caída libre por el abismo del desprestigio. Se las critica sin piedad y todo son encomios para el ritmo slow: la gimnasia sueca de toda la vida desaparece ante los movimientos lentos del chi-kung; triunfa quien resiste más tiempo en atención plena mientras saborea una pasa y en el kinhin, paseo meditativo del zen, se emplean quince minutos en recorrer diez metros.

El Papa Francisco apoya la tendencia: “A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman «rapidación». (…) La velocidad que las acciones humanas imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica” (Laudato Si', 18).

Influenciada por estos argumentos, aplico la sospecha a la Biblia y descubro a algunos de sus personajes claramente afectados por la rapidación: Abraham, por ej., queriendo agasajar a sus huéspedes, corrió a ordenar a Sara “¡Deprisa! Amasa tres medidas de flor de harina…!” (Gen 18,6). Es evidente que ese tono desabrido, impropio del patriarca y más parecido al de Donald dirigiéndose a Hilaria, pobrecilla, solo podía nacer de las prisas. También el administrador de la parábola, gürtélico a tope, azuzaba así a un deudor de su amo: “¡En seguida! Siéntate y escribe 50” (Lc 16,6).

Hasta aquí bien. El problema surge cuando aparece María caminando a toda prisa a casa de su prima Isabel; o los pastores en la noche de Belén y las mujeres en la mañana de Pascua, corriendo sin aliento en busca del Niño o del Resucitado. O Jesús mismo pidiéndole a Zaqueo: “¡Baja deprisa!” Para estos casos sería conveniente crear, a título excepcional, el apartado “Rapidación Mesiánica”: así sus protagonistas podrían acogerse a esta especie de “quinta enmienda” y seguir con su apasionamiento apresurado exentos de reproches, y hasta resultando modelos ejemplares de diligencia y presteza.

Quizá algún canonista pueda matizar y mejorar la propuesta.
Volver arriba