Viajeros

Nuestro frenesí viajero viene de muy lejos

Estábamos deseando que acabara el estado de alarma para movernos pero este frenesí viajero no es algo nuevo sino que ya les pasó a otros y  ahí está la Biblia para demostrarlo. Empezando por el principio: el jardín en que estaban Adán y Eva no debía estar mal pero, quieras que no, un poco confinados sí que estaban, así que salir de allí y explorar otros lugares no fue un verdadero castigo.  El siguiente viaje lo hizo Abraham saliendo de su tierra y luego envió a su siervo Eleazar a 2.500 Km para buscarle novia a Isaac: las chicas cananeas eran un poco alocadas y en su pueblo de origen eran más formales y modosas; encontró a Rebeca que reunía todos los requisitos, además de ser guapísima (Gn 24).

 Jacob fue el patriarca más movido, no sabemos si por gusto o porque lo perseguía su hermano Esaú, enfurecido con él por diversas razones. Iba de acá para allá huyendo y menos mal que se echó a dormir de cansancio  y Dios encontró cobertura para conectarse con él (Gn 28). Dos de sus hijos tuvieron problemas precisamente por temas de movilidad: Judá se desplazó por motivos profesionales – tenía que ir a esquilar-, en el camino tuvo un affaire con una mujer - su nuera disfrazada de prostituta- y la dejó embarazada: era lo que ella iba buscando y la cosa se resolvió a favor de sus derechos, algo  insólito entonces y como nos descuidemos, también ahora (Gn 38).  Dina, hija también de Jacob, “salió a ver a las mujeres del país” (Gen 34,1) pero su iniciativa de sororidad acabó mal: iba sola y la violaron (Vox estudia poner pin parental a este capítulo).

Los israelitas sufrían un cierre perimetral superfuerte en Egipto, con un toque de queda  que les estaba arruinando la hostelería,  pero la consigna Libertad los movilizó y cruzaron el mar Rojo con el ímpetu de quien va a una fiesta clandestina. 

Elías corrió más peligros que Lawrence de Arabia en su travesía por el desierto, se tumbó exhausto bajo un arbusto pero un ángel/rider le trajo un bocadillo y le reanimó (1 Re 19).  Moisés fue otro viajero persistente,  con el mérito a su edad, de tener que subir y bajar constantemente al Sinaí, cosa que hacía sin rechistar y sin preguntarle a Dios el porqué de  su fijación con aquel monte.    

Y así llegamos a Jesús que aparece constantemente en los evangelios como sujeto de verbos de movimiento: ir, llegar, marchar, atravesar, desembarcar, cruzar, salir, entrar, levantarse, seguir, recorrer… “Hoy, mañana y pasado tengo que continuar mi viaje…” (Lc 13, 33). Sus desplazamientos tenían a veces un destino fijo: “se retiró a Galilea” (Mc 4,12), “fue a Nazaret donde se había criado…” (Lc 4,16); “bajó a Cafarnaúm” (Lc 4,31); “volvió a Betania” (Mc 11,11), “camino de Jerusalén, recorría ciudades y aldeas…” (Lc 13,22). Otras veces caminaba sin un destino programado aparente y en ese espacio se producían encuentros: paseando al borde del mar vio a los que van a ser sus primeros discípulos (Mt 4,18); saliendo de Jericó va a encontrar a Zaqueo (Lc 18,35) y a Bartimeo (Mc 10,46); al entrar en una aldea le salen al encuentro diez leprosos (Lc 17,12). A veces se cansaba de caminar y tenía que sentarse en un pozo (Jn 4,6); sabía por experiencia que caminar con hambre puede provocar un desfallecimiento: “Me da compasión esta gente. Si los despido a casa en ayunas, desfallecerán por el camino y algunos han venido de lejos “(Mc 8,2).

            En su resurrección cita a sus discípulos no en Jerusalén sino en Galilea, el lugar donde había empezado todo: “Id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán” (Mt 28,10). No había perdido sus hábitos de viajero.

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