El humor de Francisco
Llegaba alguien con suficiente madurez como para tomar distancias y distinguir lo esencial de lo relativo
Una de las primeras cosas que dieron que hablar en aquella tarde lluviosa de la elección del nuevo Papa tuvo que ver con sus pies: se negó a ponerse los zapatos rojos que le tenían preparados y se quedó con los que llevaba puestos.
El gesto levantó revuelo y los vaticanólogos aventuraron sus interpretaciones: “Lo ha hecho para anticipar su ruptura con tradiciones obsoletas”; “Es un aviso a navegantes dirigido a la curia para que se preparen”; “Ha sido un guiño iniciático que anuncia innovaciones revolucionarias…”
Poco experta en descodificaciones complejas, a mí la anécdota me sonó a algo más simple: acababa de llegar al Vaticano un hombre habituado a vivir en contacto con gente corriente y probablemente también a él, como a cualquier cristiano normal, debía parecerle un desvarío la explicación de que los zapatos rojos son para recordar al Papa la sangre derramada por los mártires. Por eso prevaleció su buen criterio y decidió, sencillamente, no ponérselos.
Además de unos zapatos gastados, el recién llegado venía acostumbrado a guiarse por el sentido común y a dar a cada cosa su valor; traía en su equipaje suficiente madurez como para tomar distancias y distinguir lo esencial de lo relativo y una sabia lucidez para no mezclar lo importante con lo accesorio y expresarse con libertad y con chispa.
Por debajo de las ocurrencias y bromas que también formaban parte de su buen talante, disponía de esos componentes esenciales del auténtico sentido del humor y sus gestos y palabras transmitían esa anchura y esa cordialidad que solo aparecen cuando alguien que, como decía Juan XXIII de sí mismo, “tiene el amor propio debajo de los pies”.
“El humor es un modo alternativo de reaccionar ante las incongruencias de la existencia” y esta definición brillante permite entender muchas de las reacciones de Francisco. Situado desde el ángulo inquietante del Evangelio, debió descubrir pronto la incongruencia de todo un kit de costumbres, protocolos y reglamentos que se consideraban adecuados para un Papa y empezó a tomar decisiones: vivir en Santa Marta y no los aposentos del palacio apostólico; usar un utilitario en vez de un Mercedes blindado; viajar a Lampedusa para que los inmigrantes fueran los destinatarios de su primera visita; lavar los pies de los presos de una cárcel en Pascua, visitar recientemente a un puñado de católicos en la remota Mongolia…
Según el Talmud, un joven rabino próximo a la muerte recobra aliento y dice a su padre: - ‘Lo que he visto es un mundo al revés: los que estaban aquí en la cumbre, están allí en lo más bajo de la escala, mientras que los que aquí estaban abajo, están en la cima’. Su padre le dijo: - ‘Hijo mío, el mundo que has visto es el verdadero’ (Pessahim 50 a).
Otro judío joven y atípico, galileo de Nazaret sin títulos teológicos, se había situado también desde esa perspectiva, descubriendo en la realidad fisuras por la que introducir la sospecha: ¿y si las cosas vistas desde Dios no fueran lo que parecen? Desde esa mirada él veía cerca y dentro a los que otros consideraban lejos y fuera y, en cambio, los de arriba resultaban estar abajo y los más, los mayores y los importantes eran precisamente aquellos que parecían ser menos.
Así había mirado el mundo el pobre de Asís y de ella ha aprendido también Francisco y si, como decía Kierkegaard, “el humor es la dicha que ha embargado al mundo”, su humor ha desconcertado al mundo.
(Vida Nueva Abril 2025)