Sin orillas

Se nos ha echado encima un maremoto gigantesco que nos revuelca con un oleaje de nuevas realidades:

Simón Pedro sabía desde niño lo importante que era el número siete: ahí estaban, sin ir más lejos, los días de la creación, los atributos de Dios, las fiestas de Israel o los brazos  de la menorah y por eso le cuadraba muy bien el número siete a la hora de aplicárselo al perdón. Nada de “ojo por ojo, diente por diente”: había que ser generosos. Decidió dar pruebas de su magnanimidad ante el Maestro y aunque lo hizo en forma de pregunta, en el fondo le estaba diciendo: “Fíjate en lo magnánimo que soy ¡dispuesto a perdonar a mi hermano hasta siete veces!”. Pero cuando esperaba una palmadita de aprobación en la espalda, se encontró  con aquel setenta veces siete, unos números que lo lanzaban lejos de la orilla de lo seguro y lo empujaban a lo desmesurado y   desconocido, invitándole  a zambullirse en un mar sin orillas.

Algo así nos está pasando a nosotros: íbamos caminando tranquilos y acompasados, más o menos adaptados a lo ya conocido y previsto y hablando en nuestro dialecto cuando, de pronto, se nos ha echado encima un maremoto gigantesco que nos revuelca con un oleaje de nuevas realidades: pandemia, contagio, confinamiento, respiradores, mascarillas, guantes, colapso sanitario, asintomáticos, precauciones, riesgos, estadísticas, fallecimientos… Nos sentimos fuera de todo pronóstico,  inmersos en un horizonte imprevisto e inimaginable.

Con lo que nos gusta en la VC que todo esté ordenado, establecido, normativizado y regulado. Con los aspavientos de Sor Aurora si los mangos de las sartenes no están todos en la misma dirección. Con  el fastidio de  Fray Evaristo si se altera la hora de vísperas. Con la resistencia que  sentimos las Canonesas Mitradas de la Santa Espina de Villafruela del Duque al oír rumores de federación con las de  Villafruela de Duquesa. Con lo irritados que estamos los Esclavos Conversos de la Dolorosa con el nuevo provincial y su manía de decir que habrá que cerrar alguna obra.

Todo eso de repente, se ha quedado estrecho: nos hemos alejado de la orilla familiar y estamos en alta mar, enfrentados a nuestra condición de seres humanos mortales y expuestos al peligro. Es tiempo de dejarnos zarandear por nuevas  preguntas: ¿qué huella va a dejar en nosotros lo vivido durante estos meses?,  ¿cómo gestionar el vendaval de sensaciones y experiencias?, ¿seremos capaces de aprovechar tantas lecciones de vulnerabilidad?, ¿sabremos encontrar nuestro sitio en medio de esta humanidad frágil en la que ahora nos sentimos inmersos?

Miramos de nuevo a Pedro. Quizá recordó aquella noche, mientras le llegaban al cuello las aguas del lago, aquel “setenta veces siete” que le invitaba a no poner medida a la misericordia de su Señor. Podemos hacer como él  y, entre un glub y otro glub  gritar también: “Señor ¡sálvanos!”.  Y sentir su mano que nos agarra y su voz que nos llama con ese apelativo con el que le encanta dirigirse a nosotros: “¡Gente de poca fe! ¿Por qué no acabáis de fiaros de mí?”

Vida Religiosa, Noviembre 2020

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