Recuerdo una frase del Papa Francisco que decía algo así como que los ancianos deberían de ser un tesoro para nuestra sociedad, y así lo ha sido durante muchos años en los que siempre se les ha valorado y respetado por su experiencia y sabiduría. Sin embargo, ahora, en nuestra sociedad, parece que todo o casi todo, ha cambiado y ya no son lo que eran…

A todos nos gustaría llegar a mayores y hacerlo con una buena salud y cariño por parte de los más cercanos. Esto significaría que la vida nos ha ido curtiendo a base  de experiencias hasta llegar a ser lo que somos: personas únicas, capaces todavía de aportar muchas cosas a la sociedad.

La vida es el mayor aprendizaje que tenemos. No hay libro que pueda igualarlo porque rebosan de una sabiduría fruto de un recorrido de vida. Pero llega un momento en el que nos ponemos delante de un espejo y nos vamos dando cuenta de esa huella que va dejando el paso de los años en nuestro rostro, ese titubeo al caminar porque nuestros pasos ya no son firmes y seguros, el pulso nos falla a veces al igual que la memoria, que tampoco obedece demasiado. Descubrimos que ese cuerpo esbelto empieza a encorvarse… Es el momento de la decadencia física, de enfrentarnos a la realidad, pero siempre con fortaleza y vigor.

Nuestros mayores nos han dado mucho y siguen haciéndolo incluso cuando sus fuerzas empiezan a  fallar. Acojámoslos, cuidémoslos, no prescindamos de ellos…

Quiero terminar con una cita de Levítico (19-32) Álzate ante las canas y honra al anciano”. Con esta reflexión se nos está invitando a venerar a los mayores por su conocimiento, experiencia y sabiduría siendo dignos de ser escuchados y venerados, ¿de verdad nos creemos que los ancianos son un tesoro?