Siguiendo un esquema frecuente, Lucas presenta la predicación a los paganos en una ciudad luego del fracaso de la predicación a judíos. Luego, los discípulos son expulsados de la ciudad para dirigirse de allí a otro lugar. Todo esto permite que “la palabra crezca”.
En una visión ubicada en un paréntesis, se menciona una multitud que continúa el canto litúrgico por ser continuadora de la vida de Cristo, por seguir sus huellas y por dar la vida.
En una nueva unidad Juan retoma el discurso del buen pastor señalando los aspectos centrales de la relación de Jesús y las ovejas. La capacidad de arriesgar su propia vida en favor del bien y la vida de las ovejas lo une plenamente a la voluntad de Dios.
"¿No podrías convencerlo al Espíritu Santo que sople con claridad? ¿Qué marca rostros de encarnación y sean muy, muy parecidos a Jesús (oa Pedro, si quieres)?"
"Podés armar un buen equipo y soplarle al oído a esos de rojo… Pero, por favor, soplales fuerte y claro. A veces se distraen; Lamentablemente lo hemos vivido"
"Fuerte y claro ¿sí? Contales que hubo un concilio (podés pedirle ayuda a Pablo ya Juan con eso) que mostró otro rostro de la Iglesia"
"Dale, manda un último esfuercito, y después podrás descansar y seguir con los compañeros. ¿Puede ser?"
Los “apóstoles” son continuadores del ministerio de Jesús, y como él predican en el Templo, y como él son maltratados por las autoridades judías. Pero el espíritu santo los anima a continuar su misión.
La visión inaugural del centro del libro del Apocalipsis culmina con un canto litúrgico en homenaje al cordero degollado, pero de pie, resucitado. Todas las alabanzas de todos los pueblos cantan un amén festivo porque el libro de la vida podrá abrirse.
Nos encontramos con dos escenas en las que se manifiesta el resucitado a los suyos. Un signo en el “mar” permite reconocerlo como “Señor”. Pedro, por su parte empieza a seguir a Jesús en un amor capaz de dar la vida por su amigo.
La comunidad anuncia a Jesús pero también continúa con su ministerio de predicar y hacer signos y prodigios ante el mundo. Lo anuncia con hechos y palabras.
Una visión inaugural muestra a Jesús que se dirige a "Juan" presentándose a sí mismo para que luego él se dirija a las Iglesias con características que el A.T. atribuye a Dios.
En dos escenas Jesús se aparece a su comunidad otorgando los dones plenos esperados para el final de los tiempos. Por otra parte, se resalta la identidad entre el resucitado con el crucificado en los signos visibles de la cruz, pero - como el discípulo amado - el Evangelio se dirige a quienes creerán sin ver y así alcanzarán la vida plena de Dios.
El lavatorio de los pies es algo que deben hacer “unos con otros”, es la expresión del amor que es verdadero cuando se vuelve “servicio”; ese es el “amor extremo”.
La pasión según san Juan nos muestra un Jesús siempre soberano, del principio al fin es quien decide “voluntariamente” su situación; la comunidad de discípulos –representados en su madre y el discípulo amado- están al pie de la cruz y reciben el espíritu, y todo el AT alcanza en Jesús su plenitud.
Una síntesis del ministerio y pascua de Jesús da pie a la predicación a los paganos, y a que se derrame sobre ellos el Espíritu dando así lugar a la absoluta novedad de la universalidad.
La “comunión de los santos” permite que entre Cristo resucitado y la comunidad peregrina haya una relación tan estrecha que ya desde “ahora” vivamos como resucitados.
Los signos de la resurrección están presentes y allí deben los discípulos amados aprender a “creer sin ver”.
El sepulcro vacío no habla; incluso puede ser mal comprendido. Debe ser interpretado (los personajes celestiales son los que lo hacen), pero hay algo más que eso. Hace falta la palabra interpretativa, la fe de las mujeres y la comunicación del hecho.
Como un rey contracultural, montado en un burro Jesús se aproxima a Jerusalén donde la multitud de los discípulos lo reconoce como rey que trae la paz al ver las manifestaciones de Dios en su vida; mientras los fariseos se separan del grupo y quieren hacer callar el canto de alabanza.
Una serie de escenas nos presentan a Jesús despidiéndose de sus discípulos confirmando la “Nueva Alianza” que se sella con su sangre que será derramada, mientras que invita a los suyos a un modo de vida alternativo al de “las naciones”. Ante el Sanedrín se empiezan a pronunciar los principales títulos cristianos de la comunidad en forma de interrogatorio o de burla. Ante Pilato (y Herodes) Jesús se muestra como siervo sufriente, despreciado por la multitud. Ya en la cruz Jesús empieza a derramar más claramente el perdón que viene a traer, a la multitud, a las mujeres de Jerusalén, a los asistentes, y a un ladrón. Jesús muere como el “justo sufriente” que reconcilia. La presencia de las mujeres en la sepultura prepara su decisiva intervención a partir de la resurrección.
Aunque con frecuencia – y especialmente en los momentos de opresión y muerte - Dios parezca ausente; Él está presente haciendo nueva la historia, re-creando, y manifestando allí que en el pasado, presente y futuro camina con su pueblo en la búsqueda de liberación.
La experiencia de Cristo muerto y resucitado ha marcado a Pablo a fondo; tanto que todo lo que era valioso antes del encuentro, lo desvalora totalmente. Así enfrenta las críticas de los que lo acusan de mal judío. Tender hacia Jesús estando “en Cristo” es el camino en el que Pablo se encuentra y donde lo encontrarán los que estén dispuestos a seguir su camino.
Los grupos más religiosos pretenden poner una trampa a Jesús, Jesús no entiende la “religión” desde la Ley sino desde la persona; mientras la mujer era “objeto” –aunque le costara la vida - para atrapar a Jesús, Él la trata como sujeto, no la condena y la invita desde la misericordia a empezar de nuevo sin cargar con el estigma de la condena pública.
A modo de “espejo” con el relato del éxodo, desde la vocación de Moisés, la salida, el paso del mar, y el maná, se pone fin al tiempo de desierto. La llegada a la Tierra prometida, con características semejantes, marca el final de esta etapa y un nuevo comienzo, el del asentamiento. Cesa de caer el maná y se celebra la fiesta de pascua. El pueblo que vuelve del exilio en Babilonia también debe volver a empezar, reunirse, celebrar.
Pablo se presenta como “ministro de la reconciliación”, es decir “acerca de la reconciliación" que nos trae Jesús en la pascua a partir de su solidaridad extrema con la humanidad. Solidaridad que también manifiesta Pablo en su vida y su predicación marcadas por la gratuidad, a diferencia de sus adversarios.
La introducción presenta a Jesús comiendo con pecadores; este hecho desencadena la murmuración de los religiosos de entonces. La parábola que Jesús propone contrasta la actitud del Padre, derrochando ternura, con la del hijo mayor, que reclama justicia y no acoge a su hermano que ha vuelto. Presentando dos actitudes, Jesús nos confronta con “nuestra” actitud frente a los hermanos despreciados, y pecadores.
Moisés se encuentra con Dios que le revela su misión y su propio nombre para que sepa que lo acompaña en el camino de la historia.
En una homilía mirando el pasado de "nuestros padres" Pablo invita a sus destinatarios a no repetir los pecados de ellos sino a "mantenerse de pie". No se trata de creer que por recibir el bautismo y la eucaristía creamos estar en camino.
En un contexto histórico que algunos interpretan como "castigo de Dios" Jesús invita a la conversión. Pero esta ha de caracterizarse por los frutos que se dan en la historia.
El texto nos muestra a Abram que es invitado a poner en Dios su confianza en que la descendencia y la tierra prometida serán una realidad. Dios es fiel a sus palabras y a sus promesas.
Pablo es criticado por los que insisten en la necesidad de la circuncisión, y - en su apología - no solamente se defiende mostrando su fidelidad, sino que también les cuestiona el punto de partida que tiene que ver con una ciudadanía diferente.
El conocido episodio de la Transfiguración presenta, en Lucas, una serie de elementos características. Ya no es a los profetas sino a Jesús al que hay que escuchar. Él se encamina hacia Jerusalén donde ocurrirá un nuevo éxodo.
El Dios de Israel es un Dios histórico que camina con su pueblo y lo compromete con sus hermanos en el sufrimiento y el dolor.
La confesión de fe, algo que puede ser universal, es el criterio exclusivo para la salvación; ya no la pertenencia a un pueblo. La fe y no la circuncisión, no la pertenencia a unos pocos sino el universal tiene entrada en la vida.
Como el pueblo en el desierto, Jesús es tentado. Pero a diferencia de este, supera la tentación. Un conflicto entre el reino de Dios y el de satanás se desata y Jesús invita a los suyos a seguir sus huellas.
Con imágenes de la vida cotidiana el sabio ilustra la sensatez (o no) de confiar en las personas según lo manifiesten en su palabra.
Llegado el momento definitivo de la resurrección, los efectos de la muerte revelan su impotencia en los seres humanos al haber sido derrotados definitivamente por la vida.
Tres pequeñas parábolas manifiestan sencillamente cómo se espera que se viva en el seno de la comunidad, especialmente quienes tienen responsabilidades en la misma.
David, perseguido por Saúl con intenciones de matarlo, tiene la oportunidad de librarse de su enemigo, pero no lo hace mostrando así, a la vista de todos, que “Yahvé devolverá a cada uno según su justicia y fidelidad”.
Pablo continúa mostrando que los muertos realmente resucitan, para lo que recurre a la Escritura y a Adán mostrando, luego, a Jesús en relación al primer hombre destacando la relación entre lo vital humano y lo espiritual.
Lucas muestra con una serie de ejemplos cómo es el modo de vida en fidelidad al Reino que espera de los discípulos de Jesús, de sus “oyentes” siguiendo el mismo modo de ser misericordioso de Dios.
Con el clásico esquema de “dos caminos” señalados como maldición y bendición y recurriendo a imágenes vegetales, el profeta remarca la relación entre el ser humano y Dios en relación a dónde se pone la confianza.
La resurrección de Cristo no es un hecho “para él” sino el primero de una sucesión. Negar la resurrección “de los muertos” es negar también la de Cristo con lo que nada habría cambiado en nuestra historia.
Jesús felicita la situación de unos y se lamenta por la situación de otros puesto que estas son transitorias y cambiarán invirtiéndose las realidades presentes. Así los que ahora lloran, reirán, mientras que los que ríen, llorarán. Y Dios no es ajeno a todo esto.
La vocación de Isaías tiene dos grandes momentos, uno visual y otro oral en el que de parte de Dios recibe el encargo de hablar a su pueblo y para lo cual el profeta se ofrece.
Ante algunos que niegan la resurrección Pablo les recuerda lo que él y otros han predicado y que tiene su origen tradicional en la muerte y resurrección de Jesús.
El profeta Jesús predica la palabra de Dios y esa palabra es eficaz en medio de los suyos y obrando milagros.
La impureza es algo habitual en tiempos de Malaquías, y lo religioso no es tenido en cuenta, por eso el profeta anuncia un “mensajero” que purificará a los sacerdotes y las ofrendas para que el pueblo pueda ser puro ante Dios.
La muerte de Jesús es muerte liberadora de los pecados, pero –para el autor de la carta a los Hebreos- es más aun, es indicio de un nuevo sacerdocio que comienza con su resurrección, un sacerdocio totalmente nuevo y único, caracterizado por su credibilidad y misericordia dadas por su “semejanza” a los seres humanos en todo.
Los padres de Jesús son celosos cumplidores de la Ley de Moisés. Y cuando corresponde, presentan a Jesús en el Templo. Pero en esto, algo está comenzando. Un varón y una mujer de Dios hablan a todos del niño, y los tiempos nuevos empiezan.
El profeta Oseas denuncia como idolatría el abandono de Dios por parte de Israel cuando está llena de bienes.
El Dios de Israel es el que da los bienes pero para el mismo pueblo. Desentenderse de los hermanos también atenta contra el sueño de Dios.
Los dioses contemporáneos, como el mercado, no son los que proveen de vida y plenitud sino la fidelidad al proyecto de Dios de vivir el derecho y la justicia.
El pueblo entero se reúne para escuchar la solemne lectura de la Ley, el texto que los identifica como “pueblo santo de Dios”. Esta lectura recibe un solemne “amén” por parte del pueblo que celebra su identidad.
Recurriendo a la metáfora del cuerpo y los miembros, Pablo destaca la importancia del respeto a la diversidad - especialmente de los débiles - en la búsqueda de la unidad.
El comienzo del ministerio de Jesús, reforzado por la presencia del Espíritu destaca que Jesús es el Mesías de los pobres y anuncia que su situación cambiará. Dios no permanece indiferente ante el sufrimiento.
La metáfora matrimonial sirve al profeta para resaltar que la alianza con Dios sigue vigente y que pronto se realizará en medio de la historia actual de opresión y violencia.
Algunos miembros de la comunidad pretenden reconocimiento por parte de Pablo por sus manifestaciones más espectaculares. Pablo les remarcará que lo que cuenta es que todos los carismas son dones de Dios al servicio de la comunidad y que jactarse, por lo tanto, es un sin sentido.
El primero de los signos nos muestra una revelación sobre Jesús que estamos invitados a descubrir para creer en ella. Los tiempos mesiánicos han llegado.