Los suyos. La Iglesia y sus víctimas

Hace muchos años, en mi diócesis (Quilmes, Buenos Aires) se hizo público un caso de abuso. Un cura había abusado de muchos niños que estaban a su cargo. El cura fue detenido... Sin embargo, el obispo (el anterior al actual) no creyó en las víctimas, visitó al cura preso porque era "de los nuestros" sin jamás visitar a las víctimas... En aquella ocasión escribí esto. Quizás sirva para el momento actual...

“... y los suyos, no lo recibieron...” (Jn 1)

por Eduardo de la Serna

Las víctimas

            El judaísmo "oficial" de tiempos de Jesús no se caracterizaba, en muchos casos, por lo que hoy llamamos “tolerancia”. La “exclusión” de muchos y muchas judíos y judías era sistemática: que impuros, que esclavos, que mujeres, que pobres, que des-honrosos, que publicanos, que pecadores... Jesús claramente rompió con este sistema de exclusiones, recibiendo, en nombre de un Dios al que revela como Abbá - papá- a mujeres, niños, pecadores, publicanos, y hasta extranjeros. Jesús quiere “incluir” a todos los que acepten a Dios, en un banquete del que sólo quedan excluidos los “hermanos mayores”, los que no aceptan a los otros como “hermanos”.

            La característica de la predicación de Jesús es revelar a Dios como padre y como Dios “rico en misericordia”. La “compasión”, la búsqueda del caído, la atención a las víctimas es lo propio de Jesús, el que siente “compasión” porque estaban “como ovejas sin pastor”, el que vino “a buscar a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”, de allí que nos invite a “ser compasivos como es compasivo nuestro Padre Dios”. Lo propio de Dios es estar del lado de las víctimas.

            A diferencia de los pueblos y culturas religiosas en los que el “sacrificio” es la búsqueda de aplacar la sed de Dios, y se logra así saciar, al menos por un tiempo, la violencia divina, Israel progresivamente va descubriendo un Dios que se identifica con las víctimas (R. Girard). Ciertamente el “extremo” de esto se encuentra en la cruz a la que es llevado Jesús de Nazaret, en la que Dios está totalmente identificado con su Hijo, y permanece totalmente ajeno a los victimarios, aunque algunos pocos de ellos lo hagan en nombre del Dios de Israel.

            Si hemos de responder a la pregunta, ¿quiénes son “los de Jesús” desde los Evangelios? Ciertamente la respuesta sería: “¡las víctimas!” Las personas con lepra, los niños, los pecadores, los pobres; “de ellos es el Reino de Dios”, para ellos “ha venido”, aunque los “victimarios” sean, en tantos casos, los “religiosos oficiales” de Israel.

            Si hemos de mirar el Evangelio de Juan y preguntarnos por quienes son “los de Jesús” (y por tanto, “los nuestros”), la respuesta no sería distinta: “habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo los amó hasta el extremo” (13,1s). “Los suyos” son los que han recibido a Jesús, los que lo han amado, los discípulos.

La corporación

            Lamentablemente, como todos los grupos “cerrados”, la Iglesia puede correr el riesgo de ser corporación, y entonces “los nuestros” son los que están “dentro”, los que “hay que defender”, aunque “hacia fuera” levantemos banderas de verdad y justicia. Así, hay que mirar con “otros ojos” a los de adentro que a los de afuera, aunque deberíamos reconocer que Jesús quebró con todas las instancias corporativas, y vino a declarar puro lo que el sistema declaraba impuro, a tocar lo intocable, y a incluir lo excluido.

            Ciertamente “la institución” puede o bien mirar constantemente las “fuentes fundacionales”, o “mirarse a sí misma”. Allí jugará la suerte de su fidelidad.

            Cuando las víctimas eran contadas de a miles, la “corporación”, ¿se puso del lado de las víctimas o del lado de los victimarios? Peor aún, si los victimarios se llamaban a sí mismos “occidentales y cristianos” y las víctimas “aparecían” como “ateos”, ¿de qué lado estaba la “corporación”? ¿del lado de las víctimas o del lado de la institucionalidad? Esto lo hemos vivido dolorosamente, en Argentina, cuando la corporación eclesiástica no recibió a las víctimas y tenía frecuentes reuniones con los victimarios. Y cuando mucho tiempo después la jerarquía dijo que pedía perdón, ¿pidió perdón por esto? La parábola del fariseo y el publicano, ¿no nos dice nada?

            Pero la pregunta más grave como miembros de La Iglesia es la siguiente: ¿quiénes son los “nuestros”? ¿las víctimas o los miembros de la corporación? Ciertamente, si miramos la actitud de Jesús, sabremos cuál debe ser la respuesta; si miramos la actitud corporativa también sabremos cual será, lamentablemente.

            Cuando uno de los miembros de la “corporación” es victimario, ¿quiénes son “los nuestros”?

Nota:

El obispo de Quilmes dijo, hace unos días, que el P. Héctor Pared es “uno de los nuestros”, lo visitó con cierta periodicidad en la cárcel, el abogado “veedor/observador” del obispado en el juicio parece haber tomado clara postura en su favor, el obispo no cree que un cura “pueda mentir”.

Hay niños abusados, violentados, y torturados. Y hay un abusador, torturador y violador. Nadie de la curia visitó jamás a los niños víctimas, nadie instó a “rezar por las víctimas”. ¿Se juega acá la suerte de la corporación o la fidelidad a Jesús estando del lado de las víctimas?

Imagen tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Marko_Ivan_Rupnik

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