"Si algo ha caracterizado a los integristas es la urgencia de “congelar” el Concilio Vaticano II" ¿Podemos soñar con una primavera eclesial?
"Cuando se anunció un documento sobre los títulos marianos me dio un poco de temor. Al leerlo, sigo reconociendo, celebré con euforia que se reafirmara vehementemente el Concilio Vaticano II para el cual la mariología se debe pensar en la eclesiología, no en la cristología"
En lo personal, nunca fui “francisquista”. Es decir, hubo cosas del papa Francisco que no me conformaban. Para poner un solo ejemplo, y podría decir más, creo que nunca entendió la lucha feminista. Pero no ser “francisquista” no me transforma, ¡ni remotamente!, en “anti”. Tener una postura crítica, lo sigo creyendo, es constructivo, porque no pretende ser demoledor, no es “crítica sistemática”, no es – mucho menos – anti eclesial.
Es cierto que no estoy de acuerdo con quienes hablan de “primavera”, especialmente porque imagino que esta debiera ser “eclesial”, no “papal”, y no veo, por ningún lado, que la iglesia esté floreciente. Que la Iglesia no es el Papa es algo evidente; o debiera serlo. Mirar los votos, por ejemplo, en los documentos sinodales revela, sin duda, para mí, que muy lejos estamos de una iglesia primaveral. Pero nada de eso impide que crea firmemente que Francisco fue, ¡por lejos!, el mejor Papa que hemos tenido últimamente.
En lo personal, creo que en algunas cosas superó a Pablo VI, aunque no en otras (pero en aquellos tiempos sí había “primavera eclesial”). Es cierto que durante el “invierno” (¡curiosa institución la Iglesia que pasa de la primavera al invierno!) los papas fueron pocos: Juan Pablo I no puede contarse, obviamente, por lo que fueron solo dos, aunque Juan Pablo II fue excesivamente largo. Sin duda alguna, quiero señalarlo, el pontificado de Francisco fue muchísimo mejor de lo que esperaba. ¡Y lo celebro!
Una de las cosas que más le cuestiono a los pontificados invernales es que con su actitud de intolerancia y reacción llevaron a un grupo importante, poderoso y ruidoso a sentirse y actuar como “la única y verdadera Iglesia”. Es decir, “nosotros” (y Francisco) somos infieles, adversarios de la verdad y de la sana doctrina. ¡Y lo propalan!
En ese “combo” de infieles, figura desde hace tiempo “Tucho” Fernández. Y aclaro… a Tucho lo vi pocas veces y nunca fuimos amigos. Saludos cordiales y ¡no más! Puedo decir que, personas amigas, que lo tuvieron de docente en clases, hablaban excelencias de él. Pero con él no tengo contacto alguno. Pero ya fue, por lo menos pintoresco, si no espantoso, cuando al ser elegido en el Dicasterio de la Doctrina de la Fe le cuestionaron un librito de catequesis sobre el Beso. El evidente apoyo que tuvo (ya desde el arzobispado de Buenos Aires) y la feroz campaña en su contra de los sectores integristas argentinos y vaticanos para que no fuera reconocido como Rector de la Universidad Católica (UCA), hablaban, para mi mirada, en su favor.
La publicación de Fiducia Supplicans molestó. A los mismos que molestaba el beso… (es curioso que les molesten estas cosas y cierren los ojos ante los casos de abusos; o no, no es curioso… es comprensible). Y, al igual que en tiempos de la UCA, hablaban y condenaban desde la atalaya amurallada de una doctrina a la que no le importan las personas (el sábado es más importante). Pareciera que nunca pisaron el barro de la humanidad y solamente pontificaban desde una doctrina que se siente a salvo del mal desde su superioridad impoluta.
Luego, debo confesar, cuando se anunció un documento sobre los títulos marianos me dio un poco de temor. Al leerlo, sigo reconociendo, celebré con euforia que se reafirmara vehementemente el Concilio Vaticano II para el cual la mariología se debe pensar en la eclesiología, no en la cristología. Y, además, la importancia para el diálogo ecuménico, congelado en los pontificados invernales. Es cierto que hay cosas que podemos cuestionar (la voz profética de María no aparece, por ejemplo), pero sin duda, creo, es el camino correcto.
Pero, es evidente que, si algo ha caracterizado a los integristas es la urgencia de “congelar” el Concilio Vaticano II. Para sintetizar, casi de un modo acrítico, debo confesar que viendo lo que dicen Sarah, Burke, Müller, Viganó y otros de esa caterva, además de grupos y medios afines, sé que es en la otra punta donde está el Evangelio.
No sé cómo reaccionará León XIV. También confieso que es un papado que hasta ahora no ha logrado entusiasmarme, ni siquiera conformarme. Pero espero que, de una u otra manera, el Espíritu Santo se cuele, sople e inspire. Y espero que los aires templados permitan que, aunque menos cálidos que ayer, la Iglesia tenga todos los elementos adecuados para encaminarse a una primavera.
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