"Los argumentos planteados son absolutamente insustanciales. Casi insignificantes" Los sacramentos cambian, el diaconado para las mujeres ¡no!
La celebración de los sacramentos ha sufrido muchos e importantes cambios en la historia. Los estudios bíblicos contemporáneos deberían abrir puertas, pero el miedo y la misoginia las cierran
Los sacramentos cambian, el diaconado para las mujeres ¡no!
Eduardo de la Serna
En el Vaticano se ha hecha pública la decisión negativa sobre el acceso de las mujeres al diaconado… "a la luz de la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio eclesiástico” y quisiera expresar brevemente mi opinión ante tan lamentable postura.
Es evidente que los estudios bíblicos contemporáneos, particularmente después de la Divino Afflante Spiritus (Pio XII) y el documento Dei Verbum del Concilio Vaticano II han avanzado y crecido de un modo notable, para temor de algunos y provecho de la mayoría.
Así, mientras antiguamente la Biblia era solamente algo que debía confirmar lo que la dogmática afirmaba (Dicta Probantia), hoy se pretende – no en todas partes, hemos de reconocerlo – que la Biblia sea “el alma de la teología”.
Así, por ejemplo, se ha abandonado una mentalidad a la que podríamos calificar de “juridicista” que pretendía demostrar en qué momento preciso Jesús había instituido determinados sacramentos. Hoy parece más sensato afirmar que no se trata de que Jesús “fundó” la Iglesia, sino que la Iglesia debe “fundarse” en Jesús.
Y, como se dice, en esa vida y tradición eclesial se han de ubicar los sacramentos.
Es evidente que el Bautismo, por ejemplo, en un primer tiempo se administraba “en nombre de Jesús”, como se ve en Pablo y en Hechos de los Apóstoles. Recién Mateo, en las últimas décadas del s. I utilizó la fórmula “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” que luego se impuso. Pero, recién con el tiempo se aceptó una alternativa a la inmersión del bautizando aceptando el derramamiento de agua sobre su cabeza. E, incluso, ante la conversión en masa de indígenas en México, a causa del acontecimiento guadalupano, se aceptó el rociamiento con agua (aunque se vedó para el futuro). Todavía, entrado el siglo XX, el gran teólogo luterano Karl Barth señaló la inconveniencia del bautismo de niños, cosa que pasó a numerosos tratados teológicos europeos.
El sacramento de la reconciliación también tuvo sus momentos de cambio. Inspirado en Hebreos (9,26-28; 10,10) por varios siglos se administraba solamente una vez en la vida, con las obvias consecuencias que esto conllevaba. Añadido al momento penitencial, fueron importantes las peregrinaciones al Santo Sepulcro, a Roma y a Compostela (mucho más tarde, Francisco consigue que se incorpore Asís a este grupo) con las complicaciones que esto también traía y sus consecuencias económicas.
Sabemos que la Eucaristía también tuvo momentos diversos en la historia: la unidad entre “mesa” y “misa” fue frecuente en los primeros tiempos, aunque luego estas se dividieron. No deja de ser curioso que el texto eucarístico del Evangelio de Juan (Jn 6,9.13), la referencia comienza con el pan de cebada (pan de los pobres), no de trigo. Sabemos, incluso, que en un tiempo se participaba por la mañana de las oraciones y luego, por la noche, esto se complementaba. Sabemos, también, que. de la celebración eucarística, no podían participar sino los bautizados, por lo que, los catecúmenos sólo podían participar de una parte el primer año y, en el segundo año, hasta el Padrenuestro. También que, a partir de la crisis con el protestantismo, que se omitió la comunión con el cáliz. Pero la eucaristía – especialmente desde la influencia del neoplatonismo – se celebraba en el misterio, algo que solamente quienes tenían acceso al altar podían ver. La celebración “circular” del pueblo en torno a la mesa-altar retomada por el Concilio Vaticano II, en lengua vernácula, fue, ciertamente, un nuevo cambio que, en general, gozó de amplia recepción.
En esta misma línea de pensamiento, es evidente que en la historia de la Iglesia ha habido diferentes momentos en los ministros ordenados. Es sabido que la actual estructuración en tres “grados”: diaconado – presbiterado y episcopado, recién fue establecida en la Traditio Apostólica (Hipólito romano, s. III). Es verdad que en los escritos tardíos del Segundo Testamento y algunos padres del s. II (Ignacio de Antioquía particularmente) ya se utilizan estos términos, pero, por un lado, no son universalmente (católicamente) aceptados en ese mismo tiempo, y, además, no es evidente que sean ni firmemente establecidos ni duraderos, al menos en ocasiones. Así, por ejemplo, se afirma que el acceso de mujeres al diaconado y presbiterado (del episcopado consta solamente una frase en una tumba sin que sea preciso el sentido) no han de entenderse en el actual modo de entender los ministerios. Podemos acordar con eso ¡sí, y solo sí! lo mismo se aplica a los varones; no es sensato afirmar que Esteban fue diácono pero Febe no lo fue, por ejemplo; o ambos no, o ambos sí…).
El antiguo (y vetusto) planteo de que Jesús instituyó la Eucaristía en la última cena (mirada juridicista) y también el ministerio ordenado al decir “hagan esto…” entra en crisis, no solamente por lo dicho más arriba, sino por la posibilidad concreta de que algunas mujeres también participaran de la cena con Jesús. Es obvio que en el Segundo Testamento no se indica el modo como se realizaban las celebraciones comunitarias, pero, en la primera generación (Pablo, por ejemplo), la participación de mujeres al mismo nivel que los varones es evidente. La estructuración eclesiástica siguiendo el modelo romano de la “casa” fue relegando a las mujeres, aunque en los primeros siglos su participación es más que evidente (especialmente porque si el “lugar” de las mujeres era el interior de la casa, es allí donde se celebraba la Eucaristía… Constan abundantes casos de celebraciones presididas por mujeres, aunque esto fuera cada vez más restringido y, hasta, más tarde, impedido.
El reciente ¡no! de la comisión vaticana encargada de evaluar el acceso de mujeres al diaconado es llamativo. Por lo menos llamativo. Para empezar, porque afirma que “por el momento no es posible formular un juicio definitivo, como en el caso de la ordenación sacerdotal”: es decir, si eventualmente se tomara una decisión en contrario, las mujeres no pueden ¡de ninguna manera!, esperar ni soñar el acceso al presbiterado…
Debo confesar que el argumento que algunos han planteado que “Jesús era varón” me ha resultado el argumento más insustancial y menos razonable que yo podría imaginar. Jesús era laico, ¡debemos recordarlo! Y cuando escucho “justificar” el supuesto respeto en la Iglesia por las mujeres dado el amor a la Virgen María, me pregunto si se están burlando de mí. Jesús no es referente para los varones y la Virgen para las mujeres, ¡evidentemente! María es modelo de discípula para mujeres y para varones; Jesús es la palabra que se hace “carne” humana (varones y mujeres) para mostrar un Dios que le sale al encuentro a la humanidad, a varones y a mujeres.
Lamentablemente, también debo confesar, no me extraña; no esperaba de los ambientes de la curia vaticana, apertura de género, atención a los signos de los tiempos, y, ni siguiera, docilidad al Espíritu Santo. El patriarcado, el miedo, el autoritarismo, y la misoginia (cuando no ginofobia) campean a sus anchas en la “Santa Madre” (sic). Curiosamente dicen que el tema debe ser mejor estudiado, siendo que grandes teólogas y algunos teólogos llevan casi un siglo estudiándolo atenta y concienzudamente. A lo mejor serían, al menos más honestos, y en lugar de decir que “por ahora”, que “debemos profundizar” se atrevan a decir “tenemos miedo”, consideramos a “las mujeres como inferiores”, “no queremos ceder poder” o cosas por el estilo. No sería grato, pero al menos sería más creíble. Mientras tanto, toca seguir esperando que alguna vez el Espíritu Santo, “el alma de la Iglesia”, se decida a “pegar un golpe sobre la mesa”.
Imagen de 4 religiosas limpiando de oleo el artar de la Sagrada Familia que el papa Benito XVI había consagrado, tomada de https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20101108/cuatro-monjas-limpiaron-oleo-altar-584380
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