Un santo para cada día: 2 de junio Festividad del Corpus Christi

Procesión del Corpus en Sevilla
Procesión del Corpus en Sevilla

La festividad que hoy celebramos nos remite a aquel primer Jueves Santo en que el Maestro ardía en ansias de darles a conocer el secreto supremo de su amor. Había llegado la hora trascendental. Jesús tomando el pan entre sus manos lo bendijo, lo partió y se lo fue dando a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed este es mi cuerpo que es dado por vosotros”. Entre la admiración, la incomprensión y el miedo, los discípulos comieron del pan y lo mismo sucedió momentos después con la copa de vino: “Tomad y bebed, les dijo, de este cáliz, pues ésta es mi sangre del Nuevo Testamento que será derramada por muchos en remisión de los pecados”.  Con estas palabras quedaba inaugurada la nueva humanidad. La presencia real de Cristo entre nosotros estaba asegurada para siempre, aunque no le toquemos, aunque no le veamos, aunque no sintamos sus pasos, ni los latidos de su corazón, Él iba a estar allí esperándonos  en los miles de sagrarios que permanecen solos y abandonados esparcidos por todo el mundo.  La presencia de Cristo Sacramentado, quiso ser oasis de paz  para los peregrinos cansados por el duro bregar, pero las prisas y los ruidos  impiden detenernos.

   Tampoco los discípulos, en principio, penetraron lo que el misterio eucarístico entrañaba,  de él fueron tomando conciencia poco a poco. Las primera eucaristía la celebró el Maestro rodeado de sus discípulos  en el Cenáculo, pero a esta  fiesta quedábamos todos invitados, para degustar este divino manjar . Las celebraciones se fueron extendiendo por todos los cenáculos del mundo, hasta que el misterio eucarístico pasó a ser el centro neurálgico de la vida cristiana.

La festividad del “Corpus” por el contrario tardaría en llegar varios siglos. Su origen se remonta a la Edad Media.  Juliana_de Cornillón es la que, por inspiración divina, promueve la idea de celebrar una  fiesta en honor al cuerpo y la sangre de Cristo presente en la Eucaristía. La cosa sucedió de la siguiente manera. A  la temprana edad de  16 años tuvo Juana una primera visión, que después se repetiría en varias veces en sus adoraciones eucarísticas. Pudo contemplar la luna  en todo su esplendor, con una franja oscura que la atravesaba diametralmente. Dios la dio a entender que la luna simbolizaba la vida de la Iglesia sobre la tierra; la línea opaca representaba, en cambio, la ausencia de la festividad litúrgica de  Cristo Sacramentado,  al tiempo que se pedía a Juliana  que  se comprometiera lo que fuera necesario  para que  la festividad del Santísimo  Sacramento fuera un día gozosa realidad .  Juana en esta divina misión  pudo encontrar a dos colaboradoras fervorosas adoradoras de la Eucaristía y  también en Juan de Lausana, canónigo en la iglesia de San Martín en Lieja.   Después de no pocos titubeos, la idea fue  bien acogida por Roberto  obispo de Lieja (Bélgica) que fue  la primera diócesis  en celebrar esta festividad el año 1246 .

Pasado un tiempo, hacia el 1263, sucedería en Bolsena un caso prodigioso, estando celebrando misa en esta localidad un sacerdote que tenía sus dudas sobre la presencia real de Jesús en la eucaristía, en el momento de fraccionar la sagrada forma constató que de ella salía sangre, que iba empapando los corporales y la piedra del altar, reliquias que aún se conservan y son veneradas en la ciudad de Orvieto. El hecho, como es natural, causó un enorme impacto y fue el motivo por el que el papa Urbano IV tomó cartas en el asunto e hizo extensiva la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la bula "Transiturus" encomendando la liturgia de las horas a San Buenaventura y a Santo Tomás de Aquino.  Su sucesor el Papa Clemente V dio un gran impulso a esta festividad a través del concilio general de Viena (1311) que acabó extendiéndose a la Iglesia universal.

Posteriormente a partir del siglo XIV vendrían las populares procesiones del Corpus Christi, propiciadas por los Papas Martín V y Eugenio IV. Por fin el Concilio de Trento reconoce y ratifica esta costumbre popular con estas palabras: «La costumbre de celebrar con singular veneración y solemnidad todos los años, en cierto día señalado y festivo, este sublime y venerable sacramento, la de ser conducido en procesiones honoríficas y reverentemente por las calles y lugares públicos, se introdujo en la Iglesia de Dios con mucha piedad y religión»

 Esta festividad llegó a alcanzar un esplendor inusitado en toda la geografía del mundo católico, igual en las ciudades que en los pueblos pequeños, donde triunfalmente las artísticas custodias se deslizaban sobre alfombras primorosas, tejidas amorosamente con flores y con hierbas aromáticas, los balcones y fachadas engalanadas con los mejores tapices, cortinajes y colgaduras primorosamente bordadas a lo largo de todo el recorrido por donde iba a pasar Jesucristo Sacramentado.  Se levantaban altares aderezados con vasos perfumados, floreros y jarrones con flores frescas de primavera y sobre todo con devoción, con mucha devoción, para dar acogida por un momento al Rey de reyes. En algunas partes como Toledo, Granada y otros lugares, esta sagrada tradición se conserva en todo su esplendor, pero desgraciadamente hay sitios, donde ha ido perdiendo solemnidad la festividad del “Corpus Chrtisti”, el “Día del Señor”.

Puede que las piadosas costumbres se vayan perdiendo, pero como perenne recordatorio de esta entrañable festividad nos quedarán para siempre los sublimes himnos que Sto. Tomás compusiera para esta celebración, con que los devotos fieles siguen honrando a Jesús Sacramentado:  “Tantum ergo”,  “Adorote devote”, “Verbum Supernum prodiens”, “Pange Lingua”, etc. Himnos todos ellos de acendrada espiritualidad, donde se alaba y glorifica lo que es alimento celestial para las almas, pan de los ángeles para saciar los anhelos espirituales de los fieles y que Pablo V por tales aportaciones  del santo dominico concedió el privilegio a la Orden de Predicadores de poder celebrar  El “ Corpus Christi Dominicano” 7 días después de lo que lo hace la Iglesia universal. Que sea ésta, nuestra plegaria para hoy  “Pan vivo que das vida al hombre, concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura”.

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