Un santo para cada día: 5 de marzo S. Juan José de la Cruz (Un franciscano sacudido por el ímpetu alcantarino)

San Juan José de la Cruz
San Juan José de la Cruz

Carlos Gaetano viene a recordarnos con su vida que, para caminar con provecho por las sendas del espíritu, nada hay mejor que la negación de sí mismo y poner en práctica la virtud de la humildad. A partir de aquí podemos estar seguros de que vamos en la buena dirección

A mediados del siglo XVI  un grupo de celosos franciscanos habían sentido la necesidad interior de introducir algunas reformas en la orden, con la intención de  intensificar  el rigor, la austeridad, el ascetismo, y la más estrecha observancia  de la vida conventual; uno de los pioneros, seguramente el más significativo de todos ellos, fue Pedro de Alcántara, que allá por el siglo XVI fundó el eremitorio de Pedroso,  regido por unas reglas muy severas y  que  a partir del capítulo de El Palancar 1561,  habría de convertirse en una rama dentro de la orden conocida como los Hermanos Menores Descalzos o Alcantarinos, que con el paso del tiempo se extendería territorialmente para dar frutos eximios de santidad, entre los que se encuentra S. juan José de la Cruz, espiritualmente fue moldeado por este espíritu  y difícilmente su proyección religiosa podría entenderse fuera de este contexto.  

Carlos Gaetano había nacido el 15 de agosto de 1654 en un pueblecito de la isla de Ischia, próximo al golfo de Nápoles, en el seno de una familia noble, pudiente y muy cristiana, como lo constata el hecho de que cinco miembros de la misma estuvieron consagrados a Dios. Sus padres fueron José Calosirto y Laura Gargiulo, con estos antecedentes nada tiene de extrañar que sus sentimientos religiosos afloraran cuando todavía era un niño y aunque le gustaba jugar como a cualquier otro niño, ello era compatible con su devoción a la Virgen.

Pronto comenzó a dar signos de que su vida iba a estar marcada por la austeridad y la penitencia, muchas cosas de las que hacía apuntaban en esta misma dirección. La negación de sí mismo y la humildad iban a ser componentes esenciales de su ascetismo,  así lo demostró cuando en una ocasión fue abofeteado por uno de sus hermanos y él no se rebeló, al contrario por toda respuesta se sometió poniéndose de rodillas.

Cuando llegó el momento en que tenía que decidir por él mismo cual habría de ser su futuro, tuvo sus dudas y vacilaciones como es natural hasta que, a la edad de 16 años por fin, con la ayuda de Juan de San Bernardo, tomó la resolución de hacerse franciscano descalzo alcantarino. El hábito franciscano le fue impuesto en el convento de Santa Lucía del Monte, de Nápoles, donde hizo el noviciado y pasado el periodo de prueba pudo hacer la profesión solemne el 24 de junio 1671; a partir de entonces su nombre habría de ser Juan José de la Cruz. Sin duda la elección de este nombre respondía a la admiración que sentía por S. José, y por Juan Bautista, así como a la devoción por él profesada a la Pasión de Cristo. A partir de ahora su vida va a estar presidida por el espíritu de oración, austeridad y penitencia.  Si decimos que el crucifijo va a ser su estandarte, que Francisco de Asís y S. pedro de Alcántara van a ser los modelos a imitar, si decimos que todas sus aspiraciones van destinadas a ser una copia de estos dos colosos franciscanos, habremos resumido la trayectoria espiritual de este varón virtuoso.

San Juan José de la Cruz
San Juan José de la Cruz

  Tan edificante comenzó a ser su vida que ya en el año 1674 sus superiores no dudan en enviarlo, junto con otros11 frailes más, a construir un nuevo convento que sería llamado “Soledad”, donde trabajó duramente acarreando pesadas piedras, lo que acabaría dañando su salud. Posteriormente se encargaría de la construcción del convento Granatello in Portici (Nápoles).

 Una vez terminados los estudios fue ordenado sacerdote el 18 de septiembre de 1677 para lo cual fue necesario convencerle porque se consideraba indigno de este ministerio. A partir de aquí se dedicaría a servir a la orden con puestos relevantes, llegando a ser provincial y entregado a realizar una impresionante labor de apostolado sin abandonar la austeridad, oración y sacrificio. Influyó en las gentes sencillas que se sentían atraídas por los fenómenos místicos y sobrenaturales en torno a su persona, bilocación, levitación, dignos de todo crédito; también influyó en personas de renombre como san Alfonso María de Ligorio y san Francisco de Jerónimo, Mons. Julio Tormo, Mons. Emilio Cavalieri, mujeres ilustres como la poetisa Aurora San Severino.

El final de su vida estuvo presidido por las dudas y duras pruebas, la noche oscura que nunca falta en la vida de los santos. Con antelación le fue dado a conocer la fecha de su muerte que sucedió en marzo de 1734 en el convento de Santa Lucía del Monte, siendo sepultado en su iglesia,

Reflexión desde el contexto actual:

Carlos Gaetano viene a recordarnos con su vida que, para caminar con provecho por las sendas del espíritu, nada hay mejor que la negación de sí mismo y poner en práctica la virtud de la humildad. A partir de aquí podemos estar seguros de que vamos en la buena dirección. La vida de este asceta de Cristo nos recordará siempre que, la mejor forma de permanecer unido a Cristo, es ir por la vida ligero de equipaje.  

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