Un santo para cada día: 6 de noviembre S. Leonardo de Noblac. (Patrón de los encarcelados y las parturientas)
Transcurrían los años convulsos de la segunda mitad del siglo V en la que el poderoso Imperio Romano estaba tocando a su fin. Todo estaba cambiando. A la ciudadanía desconcertada y confusa le costaba trabajo creer lo que sus propios ojos estaban viendo. Unos Guerreros salidos de las selvas septentrionales, “las bestias rubias”, estaban desmantelando una civilización milenaria y poniendo patas arriba el orden que tanto esfuerzo había costado construir. Todo hacía presagiar una universal catástrofe, hasta los corazones más fuertes desfallecían y se sentían angustiados por todo lo que estaba pasando y por lo que previsiblemente podía suceder.
Dentro de este desconcierto generalizado, la provincia romana conocida con el nombre de la Galia, no habría de ser ni mucho menos la que habría de correr la peor suerte y ello fue debido a algunos hombres singulares como Leonardo de Noblac, contemporáneo y discípulo de Remigio de Reims, que estaba llamado a jugar un papel relevante, no solo en la conversión de Clodoveo, que culminaría con su bautismo el día de Navidad del año 496 , sino también a llevar a cabo una obra de apostolado, que supuso abrir en occidente el camino en la construcción de una sociedad cristiana. La larga vida de este obispo ejemplar, que mereció el título de Apóstol de lo Francos, estuvo al servicio de Dios y de su pueblo.
El continuador de esta empresa, iniciada por el obispo Remigio, habría de ser Leonardo, nacido hacia el año 500 en la Galia provincia romana, actualmente Francia. Perteneciente a una familia noble de origen franco, recibiría una educación esmerada acorde con su situación, pudiendo vivir de cerca las aspiraciones de la corte de Clodoveo con quien mantuvo una excelente relación, hasta el punto de que el mismo monarca actuaría como padrino en la ceremonia de su bautismo. Excelente fue también su relación con el obispo de Reims, Remigio, cuyo ejemplo y enseñanzas calaron hondo en su alma. Era lógico pensar que, dada la situación personal del joven Leonardo, se le viera como una promesa de futuro para la incipiente nación Gala. La corte y el altar reclamaban su presencia ambas necesitaban personas como él. Su corazón partido no tardaría mucho tiempo en tomar una decisión drástica. A edad muy temprana abandonó la carrera de las armas para ponerse a disposición de Remigio, obispo de Reims. Todo hacía suponer que él sería su sucesor.
Llegado el momento, el mismo rey Clodoveo expresó su voluntad de elevarle a la dignidad episcopal, a la espera seguramente de encumbrarle a cargos importantes desde los que pudiera servir a su pueblo y es aquí donde saltó la sorpresa. Leonardo, desde el primer momento, renunció a toda gloria mundana y manifestó su deseo de llevar una vida retirada lejos del mundanal ruido. A lo que de ninguna manera renunciaría un alma tan generosa, fue a seguir los pasos de su maestro Remigio en defensa de los presos y encarcelados.
Sabido es que los pueblos bárbaros se distinguían por ser feroces y violentos guerreros. La conversión al cristianismo por Clodoveo, seguida por su pueblo, era solo el comienzo de un largo proceso faltaba robustecer su fe y abrir su duro corazón a los sentimientos piadosos; se necesitaba también humanizar las instituciones, sobre todo por lo que respecta al sistema jurídico y las prácticas penitenciarias, que resultaban ser sencillamente insufribles.
No pensemos que las cárceles eran como las de ahora, ni mucho menos, En su lugar se utilizaban mazmorras, lugares oscuros, tenebrosos, en condiciones de vida difícilmente imaginables, donde los presos olvidados podían morir de hambre o de abandono. Solía suceder que los prisioneros pasaban encerrados durante periodos interminables, bien por condenas injustas y desproporcionadas o porque nadie se ocupaba de ellos. Ante semejante situación, Leonardo decidió entregarse por entero a la causa de los prisioneros, como lo había hecho su preceptor Remigio y tratar de poner remedio a tanta miseria humana. A tal efecto obtuvo la autorización de Clodoveo, como ya había sucedido con el obispo de Reims, para dignificar la situación de los prisioneros y poner en libertad a aquellos que podía acogerse al beneficio del perdón. De esta forma, Leonardo de Noblac quiso inmolar su vida al servició de los más proscritos porque ellos, según el sentido evangélico, son también hijos de Dios y receptores de su gracia.
Debieron ser muchos los milagros a él tribuidos, como el del príncipe Boemundo de Antioquía quien, hecho prisionero por los infieles, acabó siendo rescatado por intercesión de nuestro santo en 1100. Como muestra de agradecimiento fueron donadas unas cadenas de plata, semejantes a las que el príncipe había portado durante su cautiverio.
La popularidad de este santo comienza a principios del siglo XI, en que aparecen las primeras biografías, que darían origen a un culto bastante extendido y a la construcción de innumerables iglesias y capillas dedicadas a su memoria, entre 600, dicen los estudiosos. Fue nombrado patrono de los encarcelados y fácil es adivinar la razón. También es considerado patrón de las parturientas debido al relato que nos ha llegado por tradición, según el cual el noble ermitaño recibió una inesperada visita de su rey y amigo Clodoveo, que había salido de cacería por los bosques cercanos a Aquitania acompañado de su séquito y de su regia esposa, quien inesperadamente se sintió mal. Inoportunamente la hora del parto había llegado y en aquellos tiempos esta inesperada situación entrañaba riesgos para la madre y para la criatura, pero todo saldría bien gracias a la intervención y oraciones de Leonardo, o al menos así fue interpretado, por lo que el rey le recompensó generosamente y de este modo pudo fundar un monasterio.
Después de haber consumido su vida en alabanza a Dios y servicio a los más vulnerables, santamente llegaba a la casa del Padre en el año 545.
Reflexión desde el contexto actual:
En este mundo nuestro dominado por el egocentrismo, que nos impide pensar en los demás, la vida de Leonardo de Noblac viene a ser como una bocanada de aire fresco, que nos reconforta y nos permite descubrir la verdad encerrada en ese dicho popular, según el cual “Quien no vive para servir, no sirve para vivir “.