Un santo para cada día: 3 de noviembre S. Martín de Porres. (Fray Escoba)

Martín de Porres
Martín de Porres

“El santo de la escoba”. Es el primer santo mulato de América. Fue un fraile dominico sencillo y humilde, modelo de obediencia y caridad, cuya vida, plena de actividad con los pobres y necesitados, se desenvolvió en un convento dominicano en la Lima del siglo XVII

“El santo de la escoba”. Es el primer santo mulato de América. Fue un fraile dominico sencillo y humilde, modelo de obediencia y caridad, cuya vida, plena de actividad con los pobres y necesitados, se desenvolvió en un convento dominicano en la Lima del siglo XVII.

Martín de Porres Velázquez nació en Lima (Perú) el 9 de diciembre de 1579. Era hijo de Juan de Porres, un noble burgalés, caballero de la orden de Alcántara y de una negra liberta, Ana Velázquez, natural de Panamá, que residía en Lima. Como él no podía casarse con una mujer de tal condición, vivió con ella sin desposarla. Fruto de esta relación nació Martín y dos años después una niña. Martín fue bautizado en la iglesia de San Sebastián de Lima.

Ana dio una cuidadosa educación cristiana a sus dos hijos. Su padre estaba destinado en Guayaquil y desde allí les proveía del necesario sustento. Al final acabó reconociéndolos como hijos suyos ante la ley. Martín trabajó como barbero y herborista y a la edad de 15 años entró en el convento de los dominicos, pero al ser hijo ilegítimo solo podía aspirar a la categoría de “donado”, es decir una especie de “terciario”. Recibía alojamiento y manutención y a cambio se ocupaba de los oficios más humildes. Como siempre le veían con la escoba en la mano empezaron a llamarle “Fray Escoba”.

Casa San Martín de Porres
Casa San Martín de Porres

En 1603 fue admitido como hermano y en 1606 se convirtió en fraile, profesando con los votos de pobreza, castidad y obediencia, en contra de la opinión de su padre. De todas las virtudes que poseía sobresalió la humildad. Una vez que el convento pasó por serios apuros económicos y el prior se vio obligado a vender algunos de los bienes, él se ofreció para ser vendido como esclavo. El prior, conmovido, como es lógico rechazó este ofrecimiento. Siempre estuvo muy preocupado por la situación de pobreza y abandono social que padecían los negros y los indios, los cuales sentían predilección hacia él por la caridad que constantemente ejercía con ellos. Buscó ayuda de varios ricos de la ciudad y fundó el Asilo y Escuela de Santa Cruz.

El fraile de la escoba siempre aspiró a poder realizar su vocación misionera en países alejados, como China, Filipinas o Japón, pero se ve que Dios no le quería allí. Era muy parco en la comida, que fundamentalmente se componía de legumbres y hortalizas y dormía muy poco. Su entera disposición hacia los demás hizo que todos le tuvieran ya en vida por un santo y aunque él, debido a su modestia trataba de ocultarse, su fama de santo crecía de día en día.

Casi a la edad de 60 años enfermó y anunció a todos que había llegado la hora de encontrarse con el Señor. Hasta el virrey fue a besarle la mano en su lecho de muerte. Falleció mientras los hermanos rezaban el credo junto a él, el 3 de noviembre de 1639. Toda la ciudad acudió a darle el último adiós. Las historias de sus milagros son muchas y sorprendentes. Sentimos no poder exponerlas en este breve resumen. Fue beatificado por Gregorio VI en 1837 y canonizado por Juan XXIII el 6 de mayo de 1962.

Reflexiones desde el contexto actual:

San Martín de Porres se ha convertido en un símbolo de fraternidad espiritual.  En él se hace realidad aquello que todos alguna vez hemos cantado con devoción: “No importa la raza ni el color de la piel”, pues todos somos hermanos e hijos del mismo Padre, con idéntica vocación a la santidad.  “Fray Escoba” hermano lego, de raza negra e hijo ilegítimo, viene a decirnos hoy que nada de esto tiene el más mínimo interés. Su grandeza está en que fue un hombre bueno y servicial, querido y reconocido por todos los que le trataron, un santo reconocido por la iglesia, un predilecto hijo de Dios. Fray Martín santificó la escoba y lo que cayó en sus manos.  Ahora sí que, con toda la razón del mundo podrá decir Miguel Hernández “¡Nunca! La escoba nunca será crucificada, /porque la juventud propaga su esqueleto/ que es una sola flauta, muda, pero sonora.”.  

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