Un santo para cada día: 24 de junio Natividad de San Juan Bautista

Juan Bautista y Jesús, en el Jordán
Juan Bautista y Jesús, en el Jordán

La figura de Juan es tan grande, que Jesús llegó a decir de él “Yo os digo que no hay entre los hijos de mujer nadie mayor que Juan” (Lc. 7, 28-29). Toda la grandeza de Juan se eclipsa cuando aparece en escena Jesús

“A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo” “Todos los vecinos comentaban sorprendidos ¿qué llegará a ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él” (Lc. 1, 57-66).

Normalmente de los santos conmemoramos solo la fecha de su fallecimiento, que es en realidad el verdadero nacimiento a la vida eterna. Solo de San Juan Bautista, además de la fecha de su fallecimiento, celebramos también la de su nacimiento, de ahí comprenderemos la gran importancia que tiene este Santo en el contexto de la vida de Jesús.

Un día llegó Zacarías a Jerusalén para cumplir con sus deberes sacerdotales. Él vivía en una aldea próxima a Jerusalén, llamada Aim Karim con su esposa Isabel. No habían tenido hijos, por eso Isabel estaba estigmatizada por la comunidad, habiéndole aplicado el calificativo de “estéril”, porque parece ser que la edad de concebir ya había pasado hacía tiempo. Los sacerdotes acudían por turno al templo cuando les tocaba realizar el servicio religioso.

San Juan Bautista, el precursor
San Juan Bautista, el precursor

Para Zacarías aquel día se presentaba como uno de tantos; entró en el “Santa Santorum”, separado del resto del templo por un velo, dispuesto a quemar el incienso purificador. Él no se esperaba que lo que entonces iba a suceder allí cambiaría por completo, no solo su vida, sino el curso de la historia. La gente, fuera, estaba expectante, porque para ellos ese incienso era símbolo de sus oraciones y de sus muchos pecados, que se elevaban hasta Jahvé junto con el humo que desprendía y eran perdonados por el Todopoderoso.

Aquel día, envuelto en nubes de incienso, Zacarías contempló a un ángel y lógicamente se asustó, pero el ángel le dijo: “No temas, Zacarías, pues tu oración ha sido escuchada; tu mujer, Isabel, concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan” (Lc. 1, 13). Es lógico pensar que después de tantos años de ansiosa espera, él ya creyera que esto era imposible y tuvo dudas. El ángel le dijo:”Yo soy Gabriel y tú te quedarás mudo hasta que se cumplan estas cosas, por no haber creído en mis palabras” (Lc. 18-20). La gente se impacientaba, pero al salir Zacarías, con el rostro demudado y sin poder hablar, comprendieron que algo trascendente había ocurrido en el interior.

Al llegar a su casa tuvo que comunicarle por escrito  a su mujer lo que le había sucedido y es casi seguro que ésta tampoco lo creyera, pero cuando, con el transcurrir de los meses comenzó a sentir a la criatura crecer y moverse en su interior, supo con toda certeza que tenía grandes y poderosos motivos para alabar a Jahvé, que le había hecho tal merced. Después llega su prima María, también encinta, e Isabel comprende que algo muy grande está sucediendo, porque ante su saludo la criatura salta de gozo en su interior. María se habría desplazado desde Nazaret hasta Aim Karim, probablemente con alguna caravana,  para poder atender a su prima que, siendo ya mayor, la necesitaría en el parto. Y se queda con ella hasta que nace Juan.

El evangelista nos refiere, con todo lujo de detalles, la ceremonia de la circuncisión, que se celebraba a los ocho días del nacimiento de un varón, en la que se le imponía un nombre. En el caso de Juan, como su padre no podía hablar, pensaban llamarle Zacarías como él, pero pidiendo una tablilla encerada, escribió con un punzón “Su nombre es Juan”. Todos quedaron sorprendidos.

La figura de Juan es tan grande, que Jesús llegó a decir de él “Yo os digo que no hay entre los hijos de mujer nadie mayor que Juan” (Lc. 7, 28-29). Toda la grandeza de Juan se eclipsa cuando aparece en escena Jesús. Juan, a pesar de ser “grande” es solo el Precursor, el que va removiendo y abonando la tierra para que después la semilla de Jesús dé mucho fruto.

Reflexión desde el contexto actual

El nacimiento de Juan el Bautista  representa el anuncio  de un fin de  etapa y el comienzo de otra nueva. El más grande nacido de mujer. El  que nos anuncia que se acabaron los viejos tiempos de la ley y comienzan  los nuevos tiempos de la gracia en los que actualmente nos encontramos. El futuro ya está aquí, aunque seguimos esperando o como bien se ha dicho: “hemos alcanzado el “ya” pero nos encontramos en el  “todavía no”.

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