Un santo para cada día: 4 de noviembre San Carlos Borromeo. (El hombre del Concilio de Trento)

San Carlos Borromeo
San Carlos Borromeo

Símbolo de la reforma de Trento, imagen del buen pastor de almas, hombre tenaz y laborioso, constante, humilde y caritativo

Símbolo de la reforma de Trento, imagen del buen pastor de almas, hombre tenaz y laborioso, constante, humilde y caritativo.

Nace el 2 de octubre de 1538 en Arona, ducado de Milán. Vástago del antiguo linaje nobiliario de Ancona, hijo del conde Gilberto Borromeo y de Margarita de Médicis y sobrino del Papa Pío IV. En 1559 obtiene el doctorado en Derecho Canónico y civil por la Universidad de Pavía. Al año siguiente su tío le llama a Roma. Pío IV iba a hacer de su sobrino como un anticipo de lo que habría de ser después el cardenal secretario.

Carlos llegó a Roma contento al ver la suerte que se le venía a las manos. En esta ciudad se había corrido la voz de que era el ojo derecho del papa y efectivamente, Pío IV había querido buscar un colaborador de confianza y ciertamente encontró en su sobrino el más fiel y abnegado colaborador de su pontificado. ¿Quién mejor que alguien de su familia tan bien cualificado? A pesar de su juventud Carlos dio muestras enseguida de su capacidad de trabajo y una gran lealtad hacia el pontífice. Era de juicio claro y agudo entendimiento, con una gran capacidad de trabajo, con grandes dotes de gobierno y administración.

El 21 de diciembre de 1560, a los 22 años, el mismo papa le ordena diácono. En 1561 le nombra secretario de Estado y el 1 de diciembre de ese mismo año es designado gobernador de Spoleto y miembro del Santo Oficio. La muerte inesperada el día 19 de noviembre de 1562, de su hermano Federico, el primogénito de la familia, a quien el pontífice acababa de nombrar capitán general de la Iglesia, causó un hondo dolor tanto al hermano como al tío.

San Carlos Borromeo
San Carlos Borromeo

El 17 de julio de 1563 el mismo pontífice le ordena sacerdote. Se podría considerar este momento en la vida de Carlos Borromeo como el arranque hacia la santidad. Meses después, en diciembre de 1563, recibía la consagración episcopal. Había terminado el Concilio de Trento y Carlos abandona Roma para dirigirse a su sede episcopal como arzobispo de Milán, tomando posesión el 23 de septiembre de 1565, pero ante el fallecimiento de Pío IV vuelve a Roma para participar en el Cónclave que había de elegir a su sucesor, San Pío V. En abril de 1566 regresa a Milán, donde a lo largo de 20 años desarrollará una labor colosal.

Además de la diócesis de Milán atiende a otras 15 diócesis anejas. Se dedica a aplicar concienzudamente las reformas de Trento en todos los sectores: construye residencias para los sacerdotes, celebra concilios provinciales y sínodos diocesanos, revisa personalmente libros registros y expedientes, se preocupa por restaurar las iglesias y atender a la organización y administración de la diócesis, funda centros de enseñanza y se preocupa de la formación catequística y religiosa de los cristianos. Funda los Oblatos de San Antonio, donde ingresan también laicos, da un gran impulso a las misiones parroquiales y al apostolado de la Prensa. Lo que se dice una exhaustiva labor, propia de un “coloso”.

Por supuesto que para la realización de esta ingente labor contó con la poderosa ayuda de muchos colaboradores, pero es también cierto que tuvo que sufrir muchas críticas, incomprensiones y disgustos, como les sucede a todos aquellos que se salen de los parámetros normales. Los papas seguían luchando por intentar que regresara a Roma, pues bien sabían el buen colaborador que se perdían, pero él amaba a su diócesis y allí fue donde le encontró la muerte, a los 46 años, el 3 de noviembre de 1584. Desde el primer momento fue muy venerado por el pueblo. ¡Bien sabían el buen pastor que habían perdido! Fue beatificado por Clemente VIII el 16 de septiembre de 1602 y canonizado por Paulo V el 1 de noviembre de 1610. El papa Juan XXIII colocó su pontificado bajo el patrocinio de este santo.

Reflexión desde el contexto actual;

Carlos Borromeo supo aprovechar los vientos que soplaban a su favor no ciertamente en beneficio propio sino para bien de la iglesia y de cuantos  a él estaban encomendados. Borromeo se nos presenta como un hombre dotado de unas cualidades excepcionales que le capacitaban para asumir cualquier liderazgo, pero como persona discreta que era, supo mantenerse a la sombra sin asumir protagonismos que no le pertenecían. Ante nuestros ojos lo más admirable de este hombre  fue asumir que él estaba ahí para servir y no para ser servido o para hacer carrera.  Esto precisamente fue lo que le convirtió en ese excelente colaborador tan estimado por los papas. 

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