Un santo para cada día: 3 de octubre San Francisco de Borja. (Del ajetreo palaciego al sagrado ministerio del apostolado)
Noble caballero, intrépido guerrero, esposo fiel, buen padre, religioso ejemplar y pilar básico en la consolidación de la Compañía de Jesús
| Francisca Abad Martín
Noble caballero, intrépido guerrero, esposo fiel, buen padre, religioso ejemplar y pilar básico en la consolidación de la Compañía de Jesús.
Nació en Gandía (Valencia) el 10 de octubre de 1510, hijo del tercer duque de Gandía y nieto de un bastardo de Fernando el Católico. Recibe una esmerada educación en su palacio. A cargo de los mejores maestros aprende literatura, música y sobre todo las artes de un buen guerrero: equitación, manejo de las armas, etc. A los 18 años es presentado en la Corte de Castilla, siendo muy bien aceptado por Carlos V y su esposa Isabel de Portugal, porque además de ser un buen caballero, demostraba la nobleza de su alma.
Carlos V le concede toda su confianza, haciéndose muy amigo del joven príncipe Felipe. Lleva una vida ordenada y tranquila, no descuidando su buena formación como cristiano y sus deberes religiosos. Se casa con la más querida de las damas de Isabel de Portugal, Leonor de Castro. Desde entonces se llamó marqués de Lombay, por el título de su esposa. En los 17 años que duró su matrimonio tuvieron 8 hijos.
En 1539 siente un gran dolor ante la prematura muerte de la emperatriz Isabel, en la flor de su vida. El emperador le encarga acompañar y escoltar el cortejo fúnebre que, presidido por el príncipe Felipe, estaba encargado de llevar los restos de Isabel hasta la Capilla Real de Granada, donde habrían de darle sepultura. El entierro tuvo lugar el 17 de mayo; al echar una última mirada a ese rostro, antes lleno de belleza y encanto y ahora horriblemente desfigurado por la muerte, exclamó: “No quiero servir más a un señor que se pueda morir”. Sin embargo, de momento, Dios tenía sobre él otros designios.
El 26 de junio de 1539 Carlos V le nombra virrey de Cataluña, cargo que desempeñó con admirable acierto, pero en su interior él ya se sentía completamente transformado, dedicando más tiempo a la oración. Al morir su padre en 1543 y nombrado ya él duque de Gandía, obtuvo el permiso del emperador para retirarse a sus posesiones y allí desplegó una gran labor, entregándose de lleno al trabajo de ordenar y organizarlo todo, realizando también diversas obras de piedad y beneficencia. Pero en 1546 fallece su esposa Leonor de Castro, entonces Francisco piensa en renunciar a todos los títulos, dignidades y grandezas y entregarse al servicio de Dios.
En Cataluña ya había tenido contacto con miembros relevantes de la Compañía de Jesús y había colaborado en la fundación de un Colegio en Gandía. El P. Pedro Fabro llevó a Roma, la solicitud firmada por el duque de Gandía pidiendo ser admitido en la Compañía de Jesús, con la intención de entregárselo a Ignacio de Loyola. Así, arreglados los negocios de su casa, casados sus hijos y obtenido el título de “Doctor en Teología”, el 31 de agosto de 1550 decía adiós definitivamente al mundo y se dirigió a la Ciudad Eterna, donde vistió la sotana de la Compañía, retirándose a la pequeña residencia que éstos tenían en Santa María de la Estrada. Allí se preparó para recibir las órdenes sacerdotales, hizo la renuncia al ducado a favor de su hijo mayor y con el permiso del emperador, fue ordenado sacerdote el 23 de mayo de 1551, celebrando su primera Misa en la capilla del castillo de Loyola. No tardaría mucho el papa Julio III en ofrecerle el birrete cardenalicio, que él no aceptó para dedicarse a servir a la comunidad en los oficios más humildes
Después de recorrer diversas ciudades de Europa, predicando y dando misiones durante años, se dedicó a gobernar la Compañía como General. Fue el tercero después de San Ignacio, realizando una labor eficacísima en orden a la extensión de la Compañía por todo el mundo. Gregorio XIII conociendo las cualidades de Borja y su noble parentesco, le pidió su colaboración en misiones diplomáticas, lo que le obligó a viajar a España y Portugal. De regreso a Roma sintió que las fuerzas le faltaban y que su partida de este mundo estaba próxima. Efectivamente, a los dos días de llegar a la Ciudad Eterna fallecía este jesuita insigne en la noche del 30 de septiembre al 1 de octubre de 1572, siendo beatificado por Urbano VIII en 1624 y canonizado por Clemente X en 1671.
Reflexiones desde el contexto actual:
Las glorias y vanidades del mundo son poca cosa. El “Unicum necesarium” es una de esas revelaciones súbitas que suelen hacerse presentes cuando aparece un grave acontecimiento que te hace reflexionar, llegándote a plantear un cambio de vida. Le pasó a Borja, le pasó a Charles de Foucauld y a muchos otros ¿Qué importa ganar el mundo si arruinas tu vida? (Mateo 16, 21-27) De una forma o de otra este pensamiento estuvo presente en la vida de todos los santos y es que la filosofía del cristiano queda resumida en este breve pensamiento: Una cosa es lo esencial, lo demás ¿qué importa? Dios lo es todo y fuera de El nada hay que merezca la pena, tal es la expresión de la suprema sabiduría. La lección teológica del todo y de la nada, válida para todos los tiempos y circunstancias, quedó magníficamente plasmada en la vida de este jesuita ejemplar, después de haber constatado la vanidad de las cosas temporales.