Un santo para cada día: 13 de septiembre San Juan Crisóstomo

San Juan Crisóstomo
San Juan Crisóstomo

Llamado “el de la boca de oro” por su gran elocuencia, eso es lo  quiere decir Crisóstomo, uno de los más grandes oradores de la historia  comparable con el  griego Demóstenes

Llamado “el de la boca de oro” por su gran elocuencia, eso es lo  quiere decir Crisóstomo, uno de los más grandes oradores de la historia  comparable con el  griego Demóstenes.

Nace hacia el año 344 en Antioquía; su padre, oficial del ejército, fallece pronto y es su madre, persona inteligente y culta, la que se encarga de su educación, buscándole buenos profesores, quienes le proporcionan una vasta y sólida cultura helénica; estudia filosofía y retórica, lo cual le sirvió de base para su futura misión como predicador. Los obispos Melecio de Antioquía y Diodoro de Tarso, le condujeron hacia el cristianismo, siendo bautizado cuando tenía unos 20 años. Con el bautismo entró en él la gracia y sintió el deseo de huir al desierto, ansioso de ascetismo y penitencia, pero las lágrimas de su madre lo impidieron.

Poco después es ordenado diácono y después presbítero por el obispo Flaviano y entra a formar parte del clero de Antioquía en calidad de lector. Su fama, tanto de santidad como de buen orador, comienza a crecer y sus conciudadanos empiezan a compararle con Demóstenes. Un día su amigo Basilio va a buscarle para anunciarle que el pueblo le quiere hacer obispo. En el siglo IV era frecuente la intervención del pueblo en la designación de los obispos. Ante la pregunta de Basilio sobre lo que opinaba Juan al respecto, éste le dice que hará lo mismo que haga él, pero cuando llegó el día de la consagración Juan huyó y fue imposible encontrarle.

Juan había huido en busca de su amada soledad. Se refugió primero en una ermita durante cuatro años, bajo la dirección de un viejo monje y luego otros dos en una cueva de un apartado monte, cerca de Antioquía, dedicándose a la oración, la penitencia y donde escribió el primero de sus libros “Diálogo sobre el sacerdocio”, que luego envió a su amigo Basilio para que le perdonara por haber huido y por haberle engañado.

San Juan Crisóstomo

Vuelve después a Antioquía y el patriarca Flaviano le vincula a la Iglesia de Antioquía, llegando a ser el brazo derecho del prelado en el gobierno del obispado. Pero en lo que realmente destaca este hombre es en la predicación, caracterizada por la familiaridad y la cercanía, por la sencillez y la gracia casera y popular; como predicador del pueblo cristiano es incomparable, pero es al mismo tiempo un exégeta y un conductor de almas.

Al morir el 27 de septiembre del 397 el patriarca de Constantinopla Nectario, por voluntad del emperador y de su corte fue Juan de Antioquía propuesto para ser elegido patriarca. Le consagró Teófilo de Alejandría el 26 de febrero del 389. El nuevo arzobispo emprendió enseguida reformas de las costumbres del clero, de los monjes, de la nobleza y de todo el pueblo.  Por defender los derechos y privilegios de la Iglesia frente al poder político se metió en no pocos follones que  le acarrearon el destierro. Por dos veces fue desterrado y por dos veces volvió a regresar. En el destierro no perdería el tiempo sino que se dedicó a escribir y predicar para tratar de convertir a los godos.

Durante el tiempo que permaneció en el destierro fue adquiriendo fama lo que hizo que  el emperador le fuera alejando  cada vez más. Una noche se sintió tan agotado que ya no podía caminar más, fue entonces cuando se refugió en una ermita y allí falleció. Tenía más de 60 años. Era el 14 de septiembre del 407. Los monjes de los alrededores de Comana Pontica, donde se encontraba en el momento de su fallecimiento, le dieron sepultura, siendo Teodosio, el hijo de Arcadio quien mandó traer sus restos a Constantinopla.

Reflexión desde el contexto actual:

San Juan Crisóstomo fue un ardiente defensor de las prerrogativas de la Iglesia frente a los poderes temporales. Sus críticas contra la corrupción del poder fueron causa de su destierro. En este gran hombre tenemos un ejemplo más de que en ocasiones se hace necesario navegar contra corriente. Los dóciles y los sumisos,  los contemporizadores que no se comprometen a nada, ni con nadie,  quienes deberían hablar y no lo hacen comportándose  como perros mudos, deberían tomar ejemplo y ser conscientes de que  la perversión prolifera en el mundo no tanto por obra de los malos cuanto por la pasividad de los buenos que callan y lo consienten.

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