Un santo para cada día: 10 de diciembre Santa Eulalia de Mérida (Patrona de Mérida y Oviedo)

Santa Eulalia de Mérida (Patrona de Mérida y Oviedo)
Santa Eulalia de Mérida (Patrona de Mérida y Oviedo)

Ostenta el título de alcaldesa perpetua de Mérida y es patrona de la ciudad, patrona también de la ciudad de Oviedo, donde reposan sus restos

Ostenta el título de alcaldesa perpetua de Mérida y es patrona de la ciudad, patrona también de la ciudad de Oviedo, donde reposan sus restos.

Eulalia, hija del senador romano Liberio, nació en la ciudad hispano-romana de Augusta Emérita (actual Mérida) a finales del siglo III. Mérida era entonces una importante ciudad, donde convivían romanos, griegos e hispanos, con una próspera y floreciente vida comercial, con grandiosos edificios públicos. 

Nació Eulalia en el seno  de una familia cristiana. Sabemos poco acerca de los primeros años de la vida de Eulalia, solamente que cuando andaba por los 12 años, era una jovencita intrépida y decidida, que no podía soportar todas las injusticias que contaban acerca de los decretos que promulgaba el emperador Diocleciano, prohibiendo a los cristianos dar culto a Jesucristo y mandándoles adorar a sus ídolos paganos.  Las primeras noticias que nos han llegado acerca de esta mártir, son las que en el siglo IV, nos transmite el poeta hispano-latino Prudencio, al que se ha llamado con razón “el cantor de los mártires”. 

Viendo sus padres el ardor prematuro con el que ella atacaba la injusticia de esos decretos y temiendo que fuera a hacer alguna locura, deciden llevársela a una finca en el campo, a ver si lejos de las escenas violentas que se vivían en la ciudad, se aplacaba su espíritu y se olvidaba de todo lo que estaba sucediendo, pero Eulalia, que tenía una gran madurez para sus cortos años, burlando la vigilancia de quienes la custodiaban, se levantó a media noche y campo a través se dirigió a la ciudad. Llegó allí antes de la salida del sol y ni corta ni perezosa se presentó en el pretorio, ante el tribunal y encarándose al gobernador romano, Daciano, le dijo que esas leyes eran injustas y no podían ser obedecidas por los cristianos.

Daciano, viendo que era casi una niña, intentó persuadirla para que cambiara de opinión, pero al ver que ella persistía en defender sus ideas, para amedrentarla, le mostró todos los instrumentos de tortura con los cuales la harían sufrir mucho si se obstinaba y no adoraba a los ídolos romanos. Ella rechazó las ofrendas a los dioses que le presentaban y de un manotazo derribó el ídolo. Esto enfureció al gobernador, que ya no pensó  que se enfrentaba a una niña de 12 años, sino a una joven intrépida. Entonces mandó que desgarraran sus carnes con garfios afilados y que sobre las heridas colocaran antorchas encendidas. Su cabellera se incendió y ella murió quemada y asfixiada por el humo.

Santa Eulalia de Mérida

Dice el poeta Prudencio que al morir la valerosa mártir, la gente que lo presenciaba vio una blanquísima paloma que se elevaba hacia el cielo. La nieve cubrió su cadáver hasta que, varios días después, llegaron unos cristianos y le dieron honrosa sepultura. Allí mismo construyeron un templo en su honor, hoy desaparecido. Su culto se extendió rápidamente, llegando muchos peregrinos hasta su tumba. Un día un rey asturiano llegó a la ciudad de Mérida, halló el preciado tesoro y se lo llevó a su, entonces pequeña, capital de Oviedo y allí, en la Cámara Santa de la catedral es donde todavía, reposan los restos de  Santa Eulalia de Mérida.

Reflexión desde el contexto actual:

Sorprende ver el arrojo y el valor de quien no era más que una chiquilla, su conciencia crítica tan clara para apreciar la injusticia que se estaba cometiendo y  por fin   audacia  sobrecogedora al sobreponerse a todo respeto humano. Sabemos que Eulalia se mantuvo en todo momento firme y que las amenazas y brutalidad de Daciano no lograron amedrentarla. Esto lo sabemos con certeza y no nos haría falta saber ningún detalle más para llenarnos de admiración   A partir de aquí es obligado pensar que la gracia de Dios siempre está dispuesta a operar prodigios inconmensurables aún en los sujetos más débiles  y tiernos haciendo de ellos rocas firmes y bien cimentadas. Cierto es que sin Dios no somos nada, pero es motivo de enorme consuelo saber que con Él lo podemos todo y somos capaces de cualquier proeza.  

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