Un santo para cada día: 27 de agosto Santa Mónica

Santa Mónica
Santa Mónica

Es la abogada de las esposas desamparadas y de las madres afligidas

Santa Mónica nació en Tagaste (en la actual Argelia) en el siglo IV, en el seno de una familia cristiana, de noble alcurnia, aunque ya arruinada. Fue educada con sencillez, sin alardes de opulencia. Desde niña mostró inclinación a la piedad y a las cosas del espíritu. Apenas salida de la adolescencia fue desposada con Patricio, curial de Tagaste, noble pero también arruinado, que doblaba en edad a Mónica y con un carácter opuesto al de ella. Era fogoso y violento, propenso a las infidelidades y además pagano, lo mismo que su propia  madre con la que convivían, pero la rudeza del esposo y el rencor de la suegra acabarían un día doblegándose ante la humildad, la dulzura y la paciencia de Mónica, que llegará incluso a conseguir la conversión al cristianismo y el bautismo de su esposo.

El 13 de noviembre del 354 nace su primer hijo, Agustín; después nacerán otros dos, Navigio y Perpetua. A medida que Agustín crece, se va manifestando en él grandes contrastes, por una parte el carácter fogoso de su padre y por otro la ternura de su madre. Al llegar a la adolescencia comprueba su madre, con harto dolor, que el hijo por una parte está comenzando a despertar a una fogosidad de pasiones que le pueden arrastrar por malos derroteros y por otra, comienza a tener contactos con la herejía de los maniqueos, hacia la que se siente atraído; él busca ansiosamente la verdad pero por caminos equivocados.

En la primavera del 370 Patricio se convierte al cristianismo y un año más tarde, enferma y a punto de morir recibe el bautismo. Agustín no asiste a la muerte de su padre  porque está estudiando en Cartago. A los 18 años Agustín tiene un hijo, Adeodato. Cuando Mónica se entera comprende que toda su vida se va a resolver en lágrimas. No le importa que su hijo triunfe en los estudios, lo que le preocupa hondamente es la salvación de su alma.

Santa Mónica

Su corazón de madre sufre tremendamente al saber que su hijo de 19 años es un hereje maniqueo y ha tenido un hijo con una mujer. No cesa de llorar. Agustín, sin paz en su alma, emprende camino hacia Roma y comienza a dar clases para ganarse la vida, pero Roma no le llena y entonces se va a Milán. En el año 385 gana brillantemente la cátedra de elocuencia en esta importante ciudad. Mónica va tras sus pasos. Llega a Roma, pero el hijo ya no está allí. Va entonces a buscarle a Milán. Allí conoce a su obispo, San Ambrosio y deshecha en lágrimas le pide que ayude a su hijo a encontrar la verdad. Es famosa la frase que le dice San Ambrosio: ”Calla, mujer, que no se ha de perder el hijo de tantas lágrimas”.

Entre las oraciones y las lágrimas de su madre y las entrevistas con San Ambrosio, Agustín va cambiando. Al final abandona el maniqueísmo y después de un año de catecumenado, le bautiza San Ambrosio el 25 de abril del 387. La compañera sentimental se interna en un convento y Adeodato se queda con él. Mónica comprende que su misión ha terminado. Deciden regresar los tres a Tagaste. Llegan a Roma y piensan embarcar en el puerto de Ostia, pero Mónica, a consecuencia de unas fiebres, fallece antes de llegar a embarcar, en los brazos de su hijo y de su nieto, que lloran amargamente su pérdida. Es sepultada en Roma. Trece años después, Agustín cantará sus virtudes con fidelidad amorosa.

Reflexión desde el contexto actual:

Bello ejemplo de conyugalidad y de maternidad el que nos ofrece esta mujer fuerte. La paciente Mónica con dulzura , abnegación y entrega, supo conquistar el corazón de su esposo y conseguir la conversión de su hijo. ¿ Quién ha dicho que la violencia es más fuerte que el amor? ¿ Quién ha dicho que existe misión en la vida más excelente que la de engendrar un hijo y modelar su alma según el espíritu del bien? A Mónica le cabrá siempre el honor de madre de haber rescatado a su hijo cuando estaba al borde del abismo.

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