Huésped, anfitrión, ambivalencia o destrucción Dios y los virus, una provocación anómala (I)

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¿Quién creó los virus? ¿Qué son y de dónde vienen? Sí, estas preguntas son extrañas o nos pueden sonar así, pero el teólogo se las hace. Debe hacérselas, como cuando el filósofo se pregunta por el mal

La mayor parte de las buenas preguntas no tienen respuestas, sino que nos invitan a seguir profundizando en el misterio de la humanidad, del mundo y la existencia

Encontré que los virus que estos buscan perpetuarse multiplicando o replicando su material genético y ello lo logran infectando a todos los tipos de organismos de los diferentes dominios de la vida

¿Es posible que Dios haya creado un ser capaz de negarlo o de negar su dinámica amorosa manifestada en vida, alegría, libertad y encuentro?

¿Quién creó los virus? ¿Qué son y de dónde vienen? Sí, estas preguntas son extrañas o nos pueden sonar así, pero el teólogo se las hace. Debe hacérselas, como cuando el filósofo se pregunta por el mal. Como cuando el psicólogo se pregunta por el origen de la neurosis de su paciente. El y la teóloga se preguntan constantemente: ¿Qué tiene que ver todo esto con Dios? ¿Dónde está Dios o de qué forma está, si es que realmente creemos que su presencia rebasa todos nuestros límites?

Y sí, vamos a llegar a decir que Dios creó todo cuánto existe, virus incluidos. Muchas veces caemos en respuestas fáciles a preguntas complejas. Grasso error. La mayor parte de las buenas preguntas no tienen respuestas, sino que nos invitan a seguir profundizando en el misterio de la humanidad, del mundo y la existencia. La ciencia y el pensamiento nos han ayudado a ver al ser humano desde sus contextos y a comprenderlo en sus culturas y limitantes espaciotemporales. Podríamos decir, que el ser humano es siempre un ecohumano. Un ser inserto en una oikos (casa, de dónde viene la partícula eco). Él mismo es un ecosistema. Cada órgano en su interior es un nuevo ecosistema interligado con el todo de su ser. En esa casa humana conversan y se relacionan actantes -como dirá Bruno Latour- de origen humano y no humano: bacterias, virus, proteínas, células, partículas, movimientos, ideas, traumas y potencias. Está todo ahí en el microcosmos.

Quizás estamos más asiduos a escuchar que Dios creó lo macro, pero olvidamos lo micro. O, en el caso en que no lo hagamos, nos cuesta asumir que en eso micro (y también en lo macro) hay vínculos que dañan, encuentros que matan y relaciones que envenenan. Los ecosistemas no humanos, la naturaleza diremos, está lleno de ello. Desavenencias y luchas. Empujones microscópicos y batallas sangrientas por la comida. En realidad, el mundo de los humanos no es muy distinto. Y Dios nos dio la vida a todos, también al torturador.

¿Cómo un Dios bueno puede crear algo que haga mal? Y ojo que esta pregunta posee un detalle: he dicho “que haga mal” y no “malo”. Como dice la teóloga suiza Lytta Basset, más bien nos importa lo que hace mal (ético) que el mal (metafísico). “Lo que hace mal” se combate, se resiste, se enfrenta y se le nombra. Sin entrar entonces en explicaciones metafísicas sobre el mal, nos importa que efectivamente estamos llenos de cosas “que nos hacen mal”. Estas son de carácter psicológico, social, material, físico y relacional. Tanto un virus, como la mordida de un perro rabioso o el ataque del vecino enloquecido, nos hacen mal. Destruyen nuestra integridad y nuestros ecosistemas.

Leyendo un libro sobre los virus encontré que estos buscan perpetuarse multiplicando o replicando su material genético y ello lo logran infectando a todos los tipos de organismos de los diferentes dominios de la vida. Se postulan tres hipótesis -científicas- sobre su origen, dos de ellas nos parecen interesantes: Una que los considera evolutivamente anteriores a las células, y la otra que los entiende como remanentes de organismos celulares que perdieron material genético y se convirtieron en parásitos intracelulares. O son parásitos o son “entidades biológicas” muy muy antiguasque han sobrevivido a todo. Algo así como remanentes del origen del planeta. Un símil de esas estrellas lejanas que nos conectan con lo primigenio. Sea como fuere necesitan de otra célula para permanecer. Una vez que entran ellas, las destruyen, infectándolas. Muchas veces no sucede nada porque el sistema inmunológico es capaz de vencer la replicación del virus. De alguna manera el virus “engaña” a la célula, pues para entrar en ella a través de su membrana debe unirse a una proteína específica que en cuanto receptora no lo rechace.

Es sugerente pensar en la “dinámica viral” y la hospitalidad. Lo primero como la antítesis de lo segundo. Si Dios es el totalmente hospitalario, es decir que nos acoge a todos y lo acoge todo; el virus es lo anti hospitalario: no acoge nada y lo infecta todo, entrado destruye. Si Dios a su vez se hace huésped de la historia, huésped de los ambientes, huésped en las personas; sacando lo mejor de cada una, abriendo las libertades e impregnando de amor los territorios; el virus debilita, fragiliza y finalmente mata. Dios es huésped y anfitrión. El virus se hace huésped aniquilando al anfitrión.

¿Es posible que Dios haya creado un ser capaz de negarlo o de negar su dinámica amorosa manifestada en vida, alegría, libertad y encuentro? Pues claro que sí. La teología lo dice con estas palabras: Dios creó un ser capaz de ateísmo. La negación de Dios está potencialmente presente en su creación, y notablemente en los humanos. Si el Dios-Hospitalidad espera dialogar con su creatura, desea fervientemente que le sea dirigida una palabra; el ser humano siempre tiene la posibilidad de no hacerlo, el potencial de la indiferencia y la negación. El virus viene a recordarnos que somos creaturas frente al Creador y que abrirle la puerta para que entre (Ap 3, 20), y dar la batalla para que la enfermedad no venza, son las fuerzas divinas que Dios ha puesto en nuestras manos humanas.

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