"Un amigo es la mejor tabla para surfear los pesares de la vida" De los amigos

Amistad social
Amistad social

Nunca he sido el más valiente de la película, pero sé que el decirle al poder “no renunciaré a un hermano por sus miedos”, me ha permitido acostarme con al menos tres ideas triunfadoras para contarle a mi futura prole sobre el valor de la amistad

Un amigo es la mejor tabla para surfear los pesares de la vida sin sentirnos que vamos totalmente a la deriva. Sabernos acompañados por otros en nuestro andar existencial nos regala una brújula especial para encontrar los senderos de mayor eficacia en la búsqueda incesante de cuotas de bienestar. 
En la espiritualidad ignaciana resulta una expresión familiar el reconocerse a sí mismos como “amigos en el Señor”. François-Xavier Dumortier, S.J., escribió que “vivir como amigos en el Señor, requiere una actitud de espíritu y de corazón. Y el riesgo que corremos siempre, al hablar de amistad, es el idealismo, el maximalismo esperado, deseado o anhelado en la relación entre nosotros”. Para cultivar una amistad duradera es importante, en primer lugar, cuidar del terreno de esa tierra humana que somos, porque es allí donde la amistad tiene que hundir sus raíces y crecer. 
En un momento en que he sentido con mayor fuerza el temor a la oscuridad totalitaria, el mal espíritu me proponía una sola cosa para dejarme ir en paz de aquel sórdido espacio: dejar solo en su lucha libertaria a un gran amigo. Nunca he sido el más valiente de la película, pero sé que el decirle al poder “no renunciaré a un hermano por sus miedos”, me ha permitido acostarme con al menos tres ideas triunfadoras para contarle a mi futura prole sobre el valor de la amistad.

amistad
amistad JL Vázquez Borau

La verdadera amistad es aquella que te advierte de los peligros de transitar una curva existencial a alta velocidad, y aun así, al verte caer, no duda en exponer su cuerpo para ir a salvarte. Hace unos años pasé varias horas al día acompañando a otro amigo ingresado, que había llegado con su cabeza extraviada de un sueño migratorio. Antes de entrar, alguien me dijo: “Quizás no te reconozca”. Al abrazarlo, le dije sonriendo, para bajar la tensión: “¿A que no sabes quién soy?”. Él calló un segundo y luego exclamó: “Eres mi hermano Julio ―al escuchar mi nombre sonreí interiormente―, ni la peor locura del mundo podría borrar nuestra amistad de mi mente”.

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