El Evangelio Cuaresmal de la Transfiguración del Señor.

Llama la atención la semejanza entre Jesús del monte de la transfiguración y Jesús del monte de los Olivos. En ambos casos, Jesús aparece subiendo a orar: "Jesús llevo consigo a Pedro , a Santiago y a Juan, y subió a un cerro a orar" (Lucas 9, 29); y en el Huerto:"después se alejó de ellos como a la distancia a la que uno tira una piedra y, doblando las rodillas, oraba..." (Lucas 22, 41).
















Jesús, en las dos ocasiones cambia su aspecto: "Y mientras estaba orando, su cara cambió de aspecto y su ropa se puso blanca y fulgurante" (Lucas 9, 29). "Entró en agonía y oraba con más insistencia, y su sudor se convirtió en grandes gotas de sangre que caían hasta el suelo" (Lucas 22, 44).

Tiene una visión en los dos relatos: "Dos hombres , que eran Moisés y Elías, conversaban con él" (Lucas 9, 30-31). Y en el otro: "Entonces se le apareció un ángel del cielo que venía a animarlo" (Lucas 22, 43).

Y en ambos casos se habla de su pasión: "y le hablaban de su partida que debía cumplirse en Jerusalén" (Lucas 9, 31). "Padre, si quieres, aparta de mí esta prueba. Sin embargo, que no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lucas 22, 42).



La Cruz, Pasión, Muerte y Resurrección están presentes en la vida de Jesús. Él sabe, como algo propio de su misión, que no hay victoria, ni gloria, ni resurrección, sin Cruz y Muerte.

Éste, también, debe ser el camino cuaresmal del cristiano. Lleva implícito la renuncia, el sacrificio y la cruz. Es un esfuerzo por dejar el pecado y superar las tentaciones. Es una renuncia de uno mismo.

Por otro lado, renuncia de uno mismo, que también es algo propio del ser humano, en su vida familiar, en su vida social y de trabajo y en búsqueda de un desarrollo personal. Creo que podemos afirmar que la cruz es la condición humana.

Para el cristiano, la renuncia y el sacrificio tiene un sentido liberador, para crecer en el amor. Pero, por sobre todo, tiene una fuerza y un impulso por la presencia de Cristo en él. Eso le permite sobrellevar esta tarea con esperanza. Esta presencia debe ser una realidad en su vida.
"Además, Jesús tiene claro que no sólo se trata de liberar a los hombres del pecado y sus dolorosas consecuencias. Él sabe bien lo que hoy tanto se calla en América Latina: que se debe liberar el dolor por el dolor, esto es, asumiendo la Cruz y convirtiéndola en fuente de vida pascual" (Puebla 278).


Cristo hace un alto en el camino apostólico y se va al monte con Pedro, Santiago y Juan. Busca la oración en el monte. Ya estaba viviendo dificultades serias con la autoridad. Su misión no era aceptada por los poderes. Cristo se encontraba en una disyuntiva: o Él daba marcha atrás o cumplía la voluntad de su Padre. Por supuesto que Jesús no se echaba para atrás y cumplía fielmente la voluntad del Padre: "no busco mi voluntad, sino la de Aquel que me envió" (Juan 5, 30). Se venía entonces sobre Él la Cruz. También, junto a la tentación de renuncio a su misión, estaba la tentación de los que lo asediaban para que fuera un mesías lleno de poder temporal,honores y gloria, sin sufrimientos y no un mesías por el camino del siervo de Yahvé que es crucificado. Es, en estos momentos difíciles, que Jesús ora, tanto en la transfiguración como en el Huerto de los Olivos (Lucas 22, 41-43).


Jesús cambia de aspecto. Se transfigura glorioso, como ciertamente le gustaría a los discípulos y al pueblo que fuera siempre. Es ahí donde aparece conversando con Moisés y Elías, los grandes del Antiguo Testamento. La conversación versa sobre la Pasión y Muerte. Y esto porque Jesús era realmente el mesías glorioso, prometido en Antiguo Testamento y esperado por el pueblo. Pero queda claro el camino. Era un camino vía gloria, que pasa por el sufrimiento, por "la derrota", por la Cruz y por su Muerte.


La reacción de los discípulos, hasta ese momento, era la misma del Huerto: se habían dormidos. No les agrada que se hable de un futuro de la Cruz. Lo que ellos quieren es permanecer en ese momento de gloria, y bien encumbrados, proponiendo hacer tres tiendas para quedarse allí.







Pero también, es de verdad, interpretar su reacción como la de unos hombres, que habían renunciado a todo y se habían entregado sin descanso, tomando la cruz de cada día, siguiendo al Maestro en los trabajos fatigosos del Reino. Al ver a Jesús glorioso y en plenitud, su impresión fue tan fuerte y reveladora, que les hizo olvidar su trabajo evangélico y pastoral. Quedaron asombrados, contemplando al Señor transfigurado.
Ellos escuchan la voz del Padre que sale de una nube: "Éste es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo".
Jesús queda solo con discípulos; queda claro para ellos: Jesús es la Palabra de Dios. A Él tienen que escuchar.


Todo fue rápido. Jesús los hace aterrizar. Hay que continuar el apostolado, duro y difícil de esos días; hay que volver a enfrentar los riesgos de la ciudad, agoreros de Cruz y Muerte de Jesús. Pero están cambiados los discípulos. No será lo mismo de ahora en adelante. La gloria de Jesús los ha "despertado".

A él han de escuchar. No se trata de escuchar nuevas leyes, sino de escuchar al que revelará al Padre y moverá a los hombres a reconciliarse con Dios y entre ellos.

Los discípulos estaban sumergidos en el misterio de Dios. Se ha entreabierto su cortina: ojalá entiendan que Jesús se está acercando a su resurrección. Quedaba poco tiempo para que Jesús fuera clavado en la Cruz. Pero también, poco tiempo faltaba, para que el Padre le comunique la gloria que se merece. La nube de la transfiguración, la ropa resplandeciente con su rostro son signos exteriores que nos indican algo del misterio de Jesús, el día que resucite de entre los muertos, lleno de su fuerza divina para resucitarnos a todos.

Ésta es la respuesta del Padre a los discípulos que esperaban otro tipo de Reino: una edad de oro y un mundo de justicia bajado del cielo milagrosamente a la tierra.. No, no nos prepara un paraíso en la tierra. Sí, nos propone más bien sufrir con su Hijo para ser transformados y liberados de una forma todavía para nosotros misteriosa: a través de sufrimientos y humillaciones, es decir, pasando por la Cruz.


En esta transfiguración los discípulos descubren algo que es muy importante para la vida de los cristianos. Se trata de la experiencia de una oración contemplativa. Contemplar , conocer y amar a Jesús por sí mismo, capaz de dar sentido a una vida, que quiere tomar en serio y radicalmente su seguimiento. Quedarse en silencio interior y exterior, fijando todo nuestro entendimiento y ser, en la persona de Jesús. A veces meditamos, a veces pedimos, suplicamos y hablamos mucho. Ahora se trata de guardar silencio y poner toda nuestra atención, para contemplar, conocer y amar a la persona de Jesús, por ser Él quien es (por sí mismo). Esta experiencia, a veces no nos resulta. Nos distraemos y pareciera que no sacáramos nada y hubiéramos perdido el tiempo. No inquietarse. No se trata de "sacar algo". No se trata de "ganar tiempo". Eso no es lo esencial y suena a egoísmo. Lo importante es que sea una espera expectante de amor. Habrá una transfiguración: iniciativa de amor de Jesús hacia quien lo espera, mirando quién es Jesús, qué hace; qué dice y cuáles son sus gestos y palabras; contemplando su manera de ser y su estilo de vida; viendo su relación con el Padre y con los hombres y mujeres. Se trata de una espera de amor. Jesús está contento de que le entreguemos nuestro tiempo. No se fija si cada uno está "ganando tiempo". A él le gusta que perdamos nuestro tiempo en Él. Nos dice: Ámame como tú eres, y no te preocupes de "sacar algo". "Acuérdate de yo soy "Alguien".
A veces, hacemos esfuerzos y méritos personales. Vamos en son de conquista. Eso se relaciona más bien con méritos y virtudes personales. Es la Espiritualidad desde arriba. Es peligrosa. Se cae en rigideces, rigorismos y orgullos personales; en ponerse una escalera, que uno va subiendo de escalón en escalón con su sola fuerza. De pronto, uno llega a comprender que no tiene más fuerzas personales. Y sobre todo, es también peligroso porque nos lleva a centrarnos en nosotros mismos, y no en Jesús. Recomiendo la espiritualidad desde abajo. La de un corazón humilde y un alma de pobre. Que reconoce sus miserias y limitaciones. Que se pone en espera ante Jesús; que se reconoce pequeño y que deja que brazos de Jesús se alarguen hasta el fondo de las miserias humanas, y como un ascensor nos tire para arriba. Abandonarse y anonadarse. Sobre todo comenzar: "Espero confiado en el Señor, cierto estoy de su Palabra". "Habla, Señor, que tu siervo escucha". "Heme aquí, Señor, para hacer tu voluntad". "He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según su Palabra". Y guardar silencio, en una espera de amor.


Pero, Jesús, al mismo tiempo no acepta que nos instalemos en su compañía. No. Nos envía a prolongar esta experiencia en el compromiso con el otro, sobre todo con los pobres, y construyendo Reino. (Para no alargar todavía más: recomiendo leer Puebla 726, 932, 727).


La Iglesia, en esta cuaresma, nos recuerda lo inevitable de la cruz en nuestra vida. Nos recuerda la fuente de nuestra fidelidad y de nuestra esperanza: la experiencia personal, viva y exigente de Jesús.
En nuestras crísis, oscuridades y frustraciones, 'sólo esta experiencia personal es capaz de transfigurar nuestro sacrificio y renuncia en esperanza y en fidelidad, sosteniendo a la causa del Evangelio y de la liberación de nuestros hermanos'. Yo, agregaría: sosteniendo y sacando adelante a un Pueblo de Dios en crisis. No sólo por pecados de abusos sexuales y problemas de pedofilia, sino también por la renuncia de un Papa, que se transforma en una denuncia valiente y profética de problemas, divisiones y luchas internas de poder y gobierno de nuestra Iglesia; problemas otros, resaltando la involución y restauración de la Iglesia con respecto a Vaticano II. La no puesta en práctica como corresponde del Concilio Vaticano II, concebido por obra del Espíritu Santo, convierte a hermanos detractores en gente al borde del 'pecado contra el Espíritu Santo, pecado que no se perdonará ni en esta vida ni en la otra'. Eso es triste y preocupante. Dios no lo quiera que suceda.


Todo esto exige en cada miembro del Cuerpo de Cristo, cuya Cabeza está coronada de espinas, que sea un contemplativo en el sentido más puro del término, es decir, alguien que en su experiencia de fe y de su amor tenga un convencimiento vivo de la presencia de un Dios que lo ama a él, a través de las crucifixiones de la vida. Que cuando haya una frustración, la relación con el Señor pueda devolverle la esperanza y la vida de plenitud. Que la oración y experiencia contemplativa, sea la fuente radical de sus compromisos con respecto al mundo, a Jesús, a el Reino, con sus hermanos y con la Iglesia.


Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+


Puente Alto, 21 de febrero de 2013.



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