Prefecto para el Clero: "Una Iglesia sinodal significa vivir y  caminar como una familia, escuchar el grito de la humanidad, servir a los excluidos" Alois de Taizé pide al Papa "un gran encuentro ecuménico" durante el camino sinodal

Alois de Taizé pide al Papa "un gran encuentro ecuménico" durante el camino sinodal
Alois de Taizé pide al Papa "un gran encuentro ecuménico" durante el camino sinodal

You Heung-sik: "Vivir plenamente el sacerdocio significa dar la vida por los demás, ponerse al  servicio de los otros, ser un hombre de diálogo y de comunión. Por eso, para mí, ser sacerdote y obispo  significa caminar junto a los demás, amarlos, de una manera especial: escuchar bien a la gente"

Dominique Yon: "La perspectiva de una Iglesia sinodal me inspira y entusiasma; una iglesia que camine en  comunión para perseguir una misión común a través de la participación de cada uno de sus  miembros, incluidos los que se encuentran en la periferia, como los perseguidos y oprimidos  debido a su edad, religión, color o género"

El prior de Taizé: "Dentro de la propia Iglesia católica, el sínodo sacará a la luz las grandes diversidades existentes.  Éstas serán aún más fructíferas cuando se profundice al mismo tiempo la búsqueda de la comunión.  No para evitar u ocultar conflictos, sino para alimentar un diálogo que reconcilia"

"Santo Padre, ya que usted nos invita a soñar, quisiera compartir un sueño. ¿Sería  posible que un día durante el transcurso del camino sinodal, no solo los delegados, sino el pueblo de  Dios con creyentes de diversas Iglesias, y no solo los católicos, fueran invitados a un gran encuentro  ecuménico?". El hermano Alois de Taizé puso voz a muchos de los sueños de seguidores de Jesús en todo el mundo, con una petición expresa al Papa: un encuentro sinodal, un gran encuentro ecuménico para "promover la paz"

Junto a él, el nuevo prefecto del Clero, Lazarus You Heung-sik, y Dominique Yon laica de Sudáfrica (quien, por cierto, leyó su meditación desde el móvil, y citando a Nelson Mandela), ofrecieron una visión amplia, y diversa, de lo que debe, y debería, ser la Iglesia de Jesús. Estos fueron los tres testimonios escuchados tras el discurso papal.

Hermano Alois de Taizé

Muchas gracias, Santo Padre, por haber convocado a este sínodo. En Taizé nos ha conmovido  profundamente el haber sido invitados a su inauguración. Le agradecemos también la tradición de  convocar representantes de otras Iglesias. Será valioso escucharles hablar de cómo practican la  sinodalidad, de sus beneficios y de sus límites. 

Este camino sinodal adviene en un momento crucial donde observamos dos evoluciones  contradictorias. Por una parte, la humanidad se vuelve más consciente del vínculo que todos  compartimos entre nosotros y también con toda la creación. Por otra parte, se agravan  polarizaciones a nivel social, político y ético, que provocan nuevas fracturas en las sociedades, entre  los países y hasta en las familias. 

Desgraciadamente, entre nuestras Iglesias, y también al interior de ellas, las diferencias tienden a  convertirse también en polarizaciones separatistas, cuando más bien nuestro testimonio de paz sería  vital. 

El hermano Alois de Taizé
El hermano Alois de Taizé

¿Cómo avanzar en la unidad entre los cristianos? Recientemente, pregunté esto al pastor Larry  Miller, antiguo secretario general del Foro Cristiano Mundial. Él me respondió: “No es bueno  comenzar diciendo: ‘ésto es lo que somos y por ello tenemos razón’. Se trata más bien de reconocer  nuestras debilidades y de pedir a las otras Iglesias de ayudarnos a recibir lo que nos falta; es el  ecumenismo receptivo, que nos permite acoger lo que viene de los demás”. ¿Acaso no es cierto lo  que dice este pastor? Todos llevamos el tesoro de Cristo en vasijas de barro, y quizás este tesoro  puede irradiar más cuando reconocemos humildemente lo que nos falta. 

Dentro de la propia Iglesia católica, el sínodo sacará a la luz las grandes diversidades existentes.  Éstas serán aún más fructíferas cuando se profundice al mismo tiempo la búsqueda de la comunión.  No para evitar u ocultar conflictos, sino para alimentar un diálogo que reconcilia. 

¿Podrían ser jóvenes los animadores de esta iniciativa? Una  celebración de este tipo, ¿podría prolongarse con intercambios interconfesionales? Descubriríamos  que estando unidos en Cristo, nos volvemos artesanos de paz

Para favorecer este diálogo, me parece conveniente que hayan en el camino sinodal momentos de  respiro, como paradas, para celebrar la unidad ya realizada en Cristo y para visibilizarla. 

A este propósito, Santo Padre, ya que usted nos invita a soñar, quisiera compartir un sueño. ¿Sería  posible que un día durante el transcurso del camino sinodal, no solo los delegados, sino el pueblo de  Dios con creyentes de diversas Iglesias, y no solo los católicos, fueran invitados a un gran encuentro  ecuménico? Pues, por el bautismo, somos hermanas y hermanos en Cristo, reunidos en una  comunión aún imperfecta pero bien real, incluso cuando las preguntas teológicas están aún en  suspenso. 

El Papa abrió el Sínodo
El Papa abrió el Sínodo

Un encuentro de este tipo – aquí en Roma y al mismo tiempo en otros lugares del mundo – tendría  al centro una celebración sobria a la escucha de la palabra de Dios, con un momento largo de  silencio y una plegaria por la paz. ¿Podrían ser jóvenes los animadores de esta iniciativa? Una  celebración de este tipo, ¿podría prolongarse con intercambios interconfesionales? Descubriríamos  que estando unidos en Cristo, nos volvemos artesanos de paz. 

Nuestra experiencia en Taizé me anima a hacer tal propuesta. En nuestra comunidad, viniendo de  diversas confesiones, vivimos bajo el mismo techo. Desde más de 60 años acogemos a jóvenes de  diferentes Iglesias o que vienen simplemente en búsqueda de un sentido a sus vidas. Lejos de  ponernos de acuerdo en un pequeño denominador común, somos constantemente impulsados a ir a  la fuente del Evangelio, ante Cristo resucitado que, por el Espíritu Santo, nos conduce juntos hacia  al Padre de todos los humanos sin excepción.

Dominique Yon (Sudáfrica)

Cuando estaba en mi último año de bachillerato, en 2010, sólo cinco días después del Domingo de  Resurrección, fui admitida en el hospital porque estaba experimentando un dolor insoportable.  Después de examinarme, quedó claro que tenía grandes quistes en ambos ovarios. Esa misma  noche me operaron y me extirparon ambos ovarios y sus quistes. Después, los resultados de la  sangre mostraron que tenía cáncer y tuve que someterme a quimioterapia y sus efectos  secundarios durante varios meses. Afortunadamente, hace 10 años que estoy en remisión, pero  este incidente podría haberme llevado por el camino equivocado. En cambio, esta experiencia me  dio un nuevo sentido de la fe y la misión, en gran parte gracias a las personas que tuve la  bendición de tener en mi vida. 

Nunca olvidaré el amor y el acompañamiento abrumadores que recibí de mi familia parroquial y la  paz y la curación que realmente sentí gracias a sus oraciones. Mi fe me fortaleció, y sabía que esto  nunca habría sido posible si no fuera por mi participación en la iglesia y las relaciones que tuve con  los líderes y la comunidad a lo largo de ese viaje. Siempre me ha gustado participar en el  ministerio, pero esta experiencia encendió en mí la llamada a vivir mi vocación bautismal sirviendo  en la pastoral juvenil y acercando a los jóvenes a Cristo a través de nuestro caminar juntos. Quiero  cuidar y apoyar a los demás con el mismo cuidado y apoyo que tuve el privilegio de recibir a través  del ministerio relacional en el momento de mi necesidad.  

Como vivo en una sociedad que promueve el individualismo y la satisfacción inmediata, que  contradicen los valores cristianos de la misión y la caridad, a veces sentí estas presiones contra mi  búsqueda de la santidad. Sin embargo, a través de mi participación en el Órgano Consultivo  Internacional de la Juventud, con el que hoy estoy aquí, y a través de mis compromisos  ecuménicos globales, he aprendido que la nuestra comunión en la misión es clave para construir la  civilización del amor, porque como diría la Madre Teresa, "somos ciudadanos del mundo". 

Adaptando las palabras del difunto Nelson  Mandela, "La visión sin acción es sólo un sueño, la acción sin visión sólo pasa el tiempo, y la visión  con acción puede cambiar el mundo". Espero poder transformar nuestra iglesia, juntos

Ante todo, la perspectiva de una Iglesia sinodal me inspira y entusiasma; una iglesia que camine en  comunión para perseguir una misión común a través de la participación de cada uno de sus  miembros, incluidos los que se encuentran en la periferia, como los perseguidos y oprimidos  debido a su edad, religión, color o género. No va a ser una tarea fácil, pero sin duda es una  dirección importante para nuestra iglesia en estos tiempos difíciles e inciertos. A pesar de la  constante división a la que nos enfrentamos en este mundo, espero que este proceso sinodal sea  un ayudo para unir todos los fieles como una sola iglesia en Cristo, una iglesia en Cristo en la que  cada uno, facultado con diversos dones del Espíritu Santo, desempeña un papel integral en la  renovación y edificación de la Iglesia.

Para que esto se haga realidad, rezo para que todos abracemos esta oportunidad de un cambio  personal y estructural muy necesario y tengamos la valentía, la fuerza, la fe y la visión de asumir  este reto de llevar la inclusión a la estructura de la iglesia incluyendo intencionadamente a las  mujeres y a los jóvenes en los procesos eclesiásticos. Adaptando las palabras del difunto Nelson  Mandela, "La visión sin acción es sólo un sueño, la acción sin visión sólo pasa el tiempo, y la visión  con acción puede cambiar el mundo". Espero poder transformar nuestra iglesia, juntos.

Dominique Yon
Dominique Yon

Lazarus You Heung-sik, prefecto de la Congregación del Clero 

Nací en una familia sin fe religiosa. La secundaria y la preparatoria a la que fui era católica, que llevaba el  nombre de nuestro mártir Andrew Kim Taegon. Fue el primer sacerdote coreano y dio su vida por los  demás. Su testimonio me atrajo mucho. 

Me bautizaron en la Nochebuena de 1966. Tenía 16 años. Fui el primer cristiano de mi familia. 

Al conocer a Jesús, sentí el impulso de abrir mi corazón a los demás. Así, por ejemplo, en la escuela, junto  con mis amigos cristianos, realizamos varios servicios. Cada vez más, un inmenso horizonte se abría ante  mí. 

Más tarde entré al seminario mayor de Seúl. No fue fácil, porque nadie en mi familia entendió mi decisión. 

Después de tres años en el seminario, teníamos que hacer el servicio militar. En este duro entorno,  descubrí que el amor lo vence todo. Experimenté el poder del testimonio: poco a poco cientos de mis  compañeros se bautizaron. 

Espero del Camino Sinodal que aprendamos cada vez más a vivir como hermanos y hermanas,  escuchándonos unos a otros y al Espíritu, sabiendo captar y hacer crecer todo el bien que se encuentra en  la humanidad

Durante mis 41 años como sacerdote y luego como obispo, siempre me ha interpelado el ejemplo de Jesús  en el lavatorio de los pies. Y más aún su ofrenda en la Cruz. Allí fue sobre todo sacerdote. 

Esto me hizo comprender que vivir plenamente el sacerdocio significa dar la vida por los demás, ponerse al  servicio de los otros, ser un hombre de diálogo y de comunión. Por eso, para mí, ser sacerdote y obispo  significa caminar junto a los demás, amarlos, de una manera especial: escuchar bien a la gente. 

El prefecto del Clero
El prefecto del Clero

De este modo, el sacerdote es "un padre" de la comunidad, "un hombre" al lado de los hermanos que  caminan hacia el Reino de Dios, "un compañero" que se hace uno con las personas en dificultad. 

Estoy convencido de que la Iglesia es y debe ser ante todo una familia, donde cada uno es un don para los  demás: hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, sacerdotes y laicos, consagrados y consagradas. Una familia en la que todos se sienten corresponsables de la vida y el anuncio del Evangelio, enviados juntos a realizar  el sueño de Jesús: "que todos sean uno" (Jn 17,21). Para mí, ser una Iglesia sinodal significa esto: vivir y  caminar como una familia, escuchar el grito de la humanidad, servir a los excluidos. 

Esto me impulsó hace unos años a celebrar un sínodo diocesano. Fue una gran gracia, porque nos hizo  experimentar la belleza de caminar juntos. Y también era un antídoto contra el clericalismo. 

Espero del Camino Sinodal que aprendamos cada vez más a vivir como hermanos y hermanas,  escuchándonos unos a otros y al Espíritu, sabiendo captar y hacer crecer todo el bien que se encuentra en  la humanidad. Vivir como iglesia sinodal no será un camino sin esfuerzo, pero significa abrir las puertas al  Espíritu para un nuevo Pentecostés. 

Primero, Religión Digital

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