"Pidamos entonces a San José que desde el cielo dé un fuerte abrazo a nuestro querido Papa" El cardenal Fernández alaba la profunda sintonía de Francisco con Cristo, con el mundo del trabajo y con San José

"Sabéis con cuánta ternura hablaba el papa Francisco de Cristo, cómo disfrutaba del dulce nombre de Jesús, como buen jesuita. Él sabía bien que era suyo, y sin duda Cristo no lo abandonó, no lo perdió"
"Para el papa Francisco, el trabajo expresa y alimenta la dignidad del ser humano, le permite desarrollar sus capacidades, le ayuda a entablar relaciones, le permite sentirse colaborador de Dios para cuidar y mejorar este mundo, le hace sentirse útil a la sociedad y solidario con sus seres queridos"
"Detrás de este amor por el trabajo hay una fuerte convicción del papa Francisco: el valor infinito de cada ser humano, una dignidad inmensa que nunca debe perderse"
"Detrás de este amor por el trabajo hay una fuerte convicción del papa Francisco: el valor infinito de cada ser humano, una dignidad inmensa que nunca debe perderse"
VI novendial en sufragio del Papa Francisco, dirigido por su amigo, el prefecto de Doctrina de la Fe, cardenal Víctor Manuel Fernández. En su homilía, profunda y sentida, a la par de sencilla, y que comienza con un 'buona sera' en un claro guiño al difunto Papa, el purpurado argentino, que fue asesor y confidente del Papa, resaltó la profunda unión de Bergoglio, "como buen jesuita, con el dulce nombre de Jesús".
Y también con el mundo del trabajo, al que siempre defendió por encima de cualquier meritocracia, porque creía en "el valor infinito de cada ser humano, una dignidad inmensa que nunca debe perderse".
Creía en el trabajo y practicaba ese valor con el ejemplo: "No solo hablaba del valor del trabajo, sino que toda su vida fue alguien que vivió su misión con gran esfuerzo, pasión y compromiso". Porque siempre entendió que "su trabajo era su misión".
Por eso, el prefecto de Doctrina de la Fe, terminó su homilía encomendando al Papa Francisco a San José, el santo que tanto quería y bajo cuya imagen ponía por la noche sus peticiones. "Pidamos entonces a San José que desde el cielo dé un fuerte abrazo a nuestro querido Papa Francisco".
¡Qué elegancia, qué dicción, qué excelente lectura de un texto sencillo, pero profundo, sembrado de figuras y de anécdotas concretas, al estilo de Francisco! ¡Qué buen Papa se va a perder por el simple 'pecado' de ser argentino! Dos Papas argentinos seguidos, imposible, se dice por la Curia. A no ser que el Espíritu diga lo contrario, que también puede ser.

Saludo del celebrante
Hermanos y hermanas, estamos reunidos en torno al Altar de la Confesión, situado sobre la tumba del apóstol Pedro, para elevar al Señor nuestra oración de sufragio por el alma de nuestro querido papa Francisco.
Lo hacemos como Curia Romana, como comunidad de servicio, llamada a colaborar, cada uno en su ámbito de trabajo, al ministerium petrinum, es decir, al servicio propio del Obispo de Roma.
Lo hacemos en el día en que la Iglesia celebra la memoria de San José Obrero, figura tan querida por el Papa Francisco.

Texto íntegro de la homilía
En esta Pascua, Cristo nos dice: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí... Su voluntad es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado». Qué inmensa dulzura tienen estas palabras. El Papa Francisco es de Cristo, le pertenece, y ahora que ha dejado esta tierra es plenamente de Cristo. El Señor tomó a Jorge Bergoglio consigo desde su bautismo y a lo largo de toda su existencia. Él es de Cristo, que le prometió la plenitud de la vida.
Sabéis con cuánta ternura hablaba el papa Francisco de Cristo, cómo disfrutaba del dulce nombre de Jesús, como buen jesuita. Él sabía bien que era suyo, y sin duda Cristo no lo abandonó, no lo perdió. Esta es nuestra esperanza, que celebramos con alegría pascual bajo la luz preciosa de este Evangelio de hoy.
No podemos ignorar que también estamos celebrando el día de los trabajadores, que estaban tan presentes en el corazón del papa Francisco.
Recuerdo un vídeo que envió hace tiempo para una reunión de empresarios argentinos. Les decía: «No me cansaré de referirme a la dignidad del trabajo. Algunos me han hecho decir que propongo una vida sin esfuerzo, o que desprecio la cultura del trabajo». De hecho, algunos deshonestos han dicho que el papa Francisco defendía a los perezosos, a los holgazanes, a los delincuentes, a los ociosos.
Pero él insistía: «Imaginen si se puede decir esto de mí, un descendiente de piamonteses, que no vinieron a este país con el deseo de ser mantenidos, sino con un gran deseo de arremangarse y construir un futuro para sus familias». Se ve que les habían molestado.

Porque para el papa Francisco, el trabajo expresa y alimenta la dignidad del ser humano, le permite desarrollar sus capacidades, le ayuda a entablar relaciones, le permite sentirse colaborador de Dios para cuidar y mejorar este mundo, le hace sentirse útil a la sociedad y solidario con sus seres queridos. Por eso el trabajo, más allá del esfuerzo y las dificultades, es un camino de maduración humana. Y por eso afirmó que el trabajo «es la mejor ayuda para un pobre». Es más, «no hay pobreza peor que la que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo».
Vale la pena recordar sus palabras en su viaje a Génova. Afirmaba que «en torno al trabajo se construye todo el pacto social» y que cuando hay problemas con el trabajo «es la democracia la que entra en crisis». A continuación, retomaba con admiración lo que dice la Constitución italiana en su artículo 1: «Italia es una república democrática, fundada en el trabajo».
Detrás de este amor por el trabajo hay una fuerte convicción del papa Francisco: el valor infinito de cada ser humano, una dignidad inmensa que nunca debe perderse, que en ningún caso puede ser ignorada u olvidada.
Pero cada persona es tan digna y debe ser tomada tan en serio que no se trata solo de darle cosas, sino de promoverla. Es decir, que pueda desarrollar todo el bien que hay en ella, que pueda ganarse el pan con los dones que Dios le ha dado, que pueda desarrollar sus capacidades. Así, cada persona es promovida en toda su dignidad. Y aquí es donde el trabajo cobra tanta importancia.
Ahora bien, decía Francisco, hay que tener cuidado con algunos discursos falsos sobre la «meritocracia». Porque una cosa es valorar los méritos de una persona y recompensar sus esfuerzos. Y otra cosa es la falsa «meritocracia», que nos lleva a pensar que solo tienen méritos aquellos que han tenido éxito en la vida.

Veamos el caso de una persona que ha nacido en una buena familia y ha sido capaz de aumentar su riqueza, llevar una buena vida con una bonita casa, un coche y vacaciones en el extranjero. Todo va bien. Ha tenido la suerte de crecer en las condiciones adecuadas y ha realizado acciones meritorias. Así, con sus capacidades y su tiempo, ha construido una vida muy cómoda para él y para sus hijos.
Al mismo tiempo, alguien que trabaja con sus brazos, con méritos iguales o mayores debido al esfuerzo y al tiempo que ha invertido, no tiene nada. No ha tenido la suerte de nacer en el mismo contexto y, por mucho que se esfuerce, apenas consigue sobrevivir.
Les contaré un caso que no puedo olvidar: un joven al que veía a menudo cerca de mi casa en Buenos Aires. Lo encontraba en la calle, haciendo su trabajo, que era recoger cartones y botellas para alimentar a su familia. Cuando iba a la universidad por la mañana, cuando volvía, incluso por la noche, lo encontraba trabajando. Una vez le pregunté: «¿Cuántas horas trabajas?». Me respondió: «Entre 12 y 15 horas al día. Porque tengo varios hijos que mantener y quiero que tengan un futuro mejor que el mío».
Entonces le pregunté: «¿Y cuándo estás con ellos?». Y él respondió: «Tengo que elegir, o estoy con ellos o les llevo de comer». A pesar de eso, una persona bien vestida que pasaba por allí le dijo: «¡Vete a trabajar, holgazán!». Esas palabras me parecieron de una crueldad y una vanidad espantosas. Pero esas palabras también se esconden detrás de otros discursos más elegantes.
El papa Francisco ha lanzado un grito profético contra esta falsa idea. Y en varias conversaciones me señalaba: mira, nos hacen pensar que la mayoría de los pobres lo son porque no tienen «méritos». Parece que es más digno el que ha heredado muchos bienes que el que ha hecho trabajos pesados toda su vida sin poder ahorrar nada ni comprarse una casita.

Por eso afirmaba en Evangelli gaudium que en este modelo «no parece tener sentido invertir para que los que se quedan atrás, los débiles o los menos dotados puedan abrirse camino en la vida» (EG 209).
La pregunta que se repite es siempre la misma: ¿los menos dotados no son personas humanas? ¿Los débiles no tienen la misma dignidad que nosotros? ¿Los que han nacido con menos posibilidades deben limitarse a sobrevivir? ¿No hay para ellos la posibilidad de tener un trabajo que les permita crecer, desarrollarse, crear algo mejor para sus hijos? De la respuesta que demos a estas preguntas depende el valor de nuestra sociedad.
Pero permítanme presentar también al papa Francisco como un trabajador. No solo hablaba del valor del trabajo, sino que toda su vida fue alguien que vivió su misión con gran esfuerzo, pasión y compromiso. Para mí siempre fue un misterio entender cómo podía soportar, incluso siendo un hombre mayor y con varias enfermedades, un ritmo de trabajo tan exigente. No solo trabajaba por la mañana con diversas reuniones, audiencias, celebraciones y encuentros, sino también toda la tarde. Y me pareció realmente heroico que, con las pocas fuerzas que le quedaban en sus últimos días, se hiciera fuerte para visitar una cárcel.
No es que podamos tomarlo como ejemplo, porque él nunca se tomaba unos días de vacaciones. En Buenos Aires, en verano, si no encontrabas un sacerdote, seguro que lo encontrabas a él. Cuando estaba en Argentina, nunca salía a cenar, al teatro, a pasear o al cine, nunca se tomaba un día completamente libre. Nosotros, que somos normales, no podríamos resistirlo. Pero su vida es un estímulo para vivir con generosidad nuestro trabajo.
Lo que quiero mostrar, sin embargo, es hasta qué punto él comprendió que su trabajo era su misión, que su trabajo diario era su respuesta al amor de Dios, era la expresión de su preocupación por el bien de los demás. Y por estas razones, el trabajo mismo era su alegría, su alimento, su descanso. Experimentaba lo que dice la primera lectura que hemos escuchado: «ninguno de nosotros vive para sí mismo».
Pedimos por todos los trabajadores, que a veces deben trabajar en condiciones poco agradables, para que puedan encontrar la manera de vivir su trabajo con dignidad y esperanza, y para que reciban una remuneración que les permita mirar hacia el futuro con esperanza.

Pero en esta misa, con la presencia de la Curia vaticana, tengamos presente que también nosotros, en la Curia, trabajamos. En efecto, somos trabajadores que respetamos un horario, que realizamos las tareas que se nos han asignado, que debemos ser responsables y esforzarnos y sacrificarnos en nuestros compromisos.
La responsabilidad del trabajo es también para nosotros, en la Curia, un camino de maduración y de realización como cristianos.
Por último, permítanme recordar el amor del Papa Francisco por San José, ese trabajador fuerte y humilde, ese carpintero de un pequeño pueblo olvidado, que con su trabajo cuidaba de María y de Jesús.
Recordemos también que cuando el Papa Francisco tenía un gran problema, ponía un trozo de papel con una súplica debajo de la imagen de San José. Pidamos entonces a San José que desde el cielo dé un fuerte abrazo a nuestro querido Papa Francisco.

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