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El Papa reitera el lamento que ha irritado a Israel: "¡Cuánta crueldad en Gaza!"
"Por favor, no seamos indiferentes a su presencia, aprendamos a admirarnos de su belleza y, como hicieron Isabel y María, bendigamos a las madres y alabemos a Dios por el milagro de la vida". Canto y petición de Francisco ante "el donde extraordinario de la maternidad", en el día en que el Evangelio glosa "el encuentro de dos mujeres felices", María e Isabel, embarazadas de Jesús y Juan.
Desde la Domus Santa Marta, donde el Papa ha rezado este mediodía el ángelus para no exponerse a empeorar de su resfriado -"estoy mejorando", dijo- desde el balcón apostólico, como hace cada domingo, Francisco invitó a "expresar sentimientos de alegría cada vez que nos encontremos con una madre que lleva a su hijo en brazos o en su regazo" y orar "para que toda maternidad sea bendecida, y en cada madre del mundo sea agradecido y exaltado el nombre de Dios, que confía a los hombres y a las mujeres el poder de dar la vida a los hijos".
"¿Doy gracias al Señor porque se hizo hombre como nosotros, para compartir en todo, excepto en el pecado, nuestra existencia? ¿Lo alabo y bendigo por cada niño que nace? ¿Sostengo y defiendo el valor sagrado de la vida de los pequeños desde su concepción en el seno materno?", se preguntó a continuación el Papa. "Que María, la Bendita entre todas las mujeres, nos haga capaces de experimentar asombro y gratitud ante el misterio de la vida que nace", concluyó su comentario.
A la hora de los saludos, el Papa señaló que seguía "siempre con atención y preocupación las noticias que llegan de Mozambique y deseo renovar a ese amado pueblo mi esperanza de paz y de reconciliación. Y también ruego para que el diálogo y la búsqueda del bien común, apoyados por la fe y la buena voluntad, prevalezcan sobre la discordia y la desconfianza".
"La martirizada Ucrania -señaló a continuación- sigue siendo afectada por grandes ataques en las ciudades, que a veces afectan a escuelas, a hospitales, a iglesias... Que callen las armas y resuenen los villancicos. Oremos para que en la Navidad cese el fuego en todos los frentes de guerra, en Tierra Santa, en Oriente Medio y en todo el mundo".
"También pienso en Gaza. Hay tanta crueldad. Hay niños acribillados, bombardeos en escuelas y hospitales... ¡Cuánta crueldad!", concluyó el Papa su lamento.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy el Evangelio nos presenta a María que, tras el anuncio del ángel, visita a Isabel, su pariente anciana (cf. Lc 1, 39-45), que también espera un hijo. Así, es el encuentro de dos mujeres felices por el don extraordinario de la maternidad: María acaba de concebir a Jesús, el Salvador del mundo (cf. Lc 1, 31-35), e Isabel, a pesar de su avanzada edad, lleva en su seno a Juan, que preparará el camino que precederá al Mesías (cf. Lc 1, 13-17).
Ambas tienen mucho de qué alegrarse, y tal vez podríamos sentirlas lejanas al ser protagonistas de milagros tan grandes, que normalmente no ocurren en nuestra experiencia. Sin embargo, el mensaje que el Evangelista quiere darnos, pocos días antes de Navidad, es distinto. En efecto, la contemplación de los signos prodigiosos de la acción salvífica de Dios no debe hacernos sentir lejanos de Él, sino ayudarnos a reconocer su presencia y su amor cerca de nosotros, por ejemplo en el don de cada vida, de cada niño llevado en el seno de su madre.
Aquí, en la plaza, veo a madres con sus hijos, y quizá también haya algunas que estén en la «dulce espera de uno». Por favor, no seamos indiferentes a su presencia, aprendamos a admirarnos de su belleza y, como hicieron Isabel y María, bendigamos a las madres y alabemos a Dios por el milagro de la vida.
Hermanos y hermanas, estos días nos gusta crear un ambiente festivo con luces, adornos y música navideña. Recordemos, sin embargo, expresar sentimientos de alegría cada vez que nos encontremos con una madre que lleva a su hijo en brazos o en su regazo. Y cuando esto nos suceda, oremos en nuestro corazón y digamos también, como Isabel: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1, 42); cantemos como María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor» (Lc 1, 46), para que toda maternidad sea bendecida, y en cada madre del mundo sea agradecido y exaltado el nombre de Dios, que confía a los hombres y a las mujeres el poder de dar la vida a los hijos.
Dentro de un momento bendeciremos las figuras del «Niño Dios» que han traído. Podemos preguntarnos, entonces: ¿Doy gracias al Señor porque se hizo hombre como nosotros, para compartir en todo, excepto en el pecado, nuestra existencia? ¿Lo alabo y bendigo por cada niño que nace? ¿Sostengo y defiendo el valor sagrado de la vida de los pequeños desde su concepción en el seno materno?
Que María, la Bendita entre todas las mujeres, nos haga capaces de experimentar asombro y gratitud ante el misterio de la vida que nace.
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