"Si no se sabe callar, es difícil que se tenga algo bueno que decir", señala en el ángelus Francisco reivindica "el silencio y la escucha" frente a la "contaminación de la palabrería"

Francisco saluda a los fieles al comienzo del ángelus
Francisco saluda a los fieles al comienzo del ángelus RD/Captura

"El silencio y la sobriedad –en las palabras, en el uso de las cosas, de los medios y de las redes– no son solo 'adornos' o virtudes, sino elementos esenciales de la vida cristiana". Lo afirmó el papa Francisco en sus palabras previas al rezo del ángelus, este mediodía, segundo domingo de Adviento, desde el balcón del palacio apostólico, en la plaza de San Pedro, donde desde la tarde de ayer anuncian ya el belén y el abeto la cercanía de la Navidad

El Papa invitó a preguntarse cada uno "¿qué lugar tiene el silencio en mis días? ¿Es un silencio vacío, tal vez opresivo, o un espacio de escucha, de oración, donde custodiar el corazón? ¿Mi vida es sobria o llena de cosas superfluas?"

"El silencio y la sobriedad –en las palabras, en el uso de las cosas, de los medios y de las redes– no son solo 'adornos' o virtudes, sino elementos esenciales de la vida cristiana". Lo afirmó el papa Francisco en sus palabras previas al rezo del ángelus, este mediodía, segundo domingo de Adviento, desde el balcón del palacio apostólico, en la plaza de San Pedro, donde desde la tarde de ayer anuncian ya el belén y el abeto la cercanía de la Navidad.

"Vivir bien -prosiguió Francisco en la lectura- no quiere decir llenarse de cosas inútiles, sino liberarse de lo superfluo, para excavar en profundidad dentro de uno mismo, para captar lo que es verdaderamente importante ante Dios. Solo si, a través del silencio y la oración, hacemos espacio a Jesús, que es la Palabra del Padre, sabremos liberarnos de la contaminación de las palabras vanas y de la palabrería" 

En este sentido, el Papa, aseguró ante los miles de peregrinos que escuchaban sus palabras en directo, que "si no se sabe callar, es difícil que se tenga algo bueno que decir; en cambio, cuanto más atento es el silencio, más fuerte es la palabra".

El pesebre, en la plaza de Sa Pedro; al fondo, en el balcón, el papa Francisco
El pesebre, en la plaza de Sa Pedro; al fondo, en el balcón, el papa Francisco RD/Captura

Finalmente, invitó a preguntarse cada uno "¿qué lugar tiene el silencio en mis días? ¿Es un silencio vacío, tal vez opresivo, o un espacio de escucha, de oración, donde custodiar el corazón? ¿Mi vida es sobria o llena de cosas superfluas?". "Incluso si quiere decir ir a contracorriente, valoremos el silencio, la sobriedad y la escucha", apostilló Francisco.

Las palabras del Papa en la oración del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este segundo domingo de Adviento el Evangelio nos habla de Juan el Bautista, el percusor de Jesús (cf. Mc 1,1-8), y nos lo describe como «voz del que grita en el desierto» (v. 3). El desierto, lugar vacío, donde no se comunica, y la voz, medio para hablar, parecen dos imágenes contradictorias, pero en el Bautista se conjugan. Reflexionemos brevemente sobre ellas.

El desierto. Juan predica allí, a orillas del río Jordán, cerca del punto en el que su pueblo, muchos siglos antes, entró en la tierra prometida (cf. Jos 3,1-17). Haciendo así es como si dijera: para escuchar a Dios debemos volver al lugar en el que durante cuarenta años Él acompañó, protegió y educó a su pueblo, en el desierto. Este es el lugar del silencio y de la esencialidad, donde uno no puede permitirse entretenerse con cosas inútiles, sino que es necesario concentrarse en lo que es indispensable para vivir.

He aquí un reclamo siempre actual: para proceder en el camino de la vida es necesario despojarse del “de más”, porque vivir bien no quiere decir llenarse de cosas inútiles, sino liberarse de lo superfluo, para excavar en profundidad dentro de uno mismo, para captar lo que es verdaderamente importante ante Dios. Solo si, a través del silencio y la oración hacemos espacio a Jesús, que es la Palabra del Padre, sabremos liberarnos de la contaminación de las palabras vanas y de la palabrería. Un poeta del siglo XX, Clemente Rebora, a propósito de su conversión, escribió un hermoso verso: «La Palabra calló mi palabrería» (Curriculum vitae).

El silencio y la sobriedad –en las palabras, en el uso de las cosas, de los medios y de las redes– no son solo “adornos” o virtudes, sino elementos esenciales de la vida cristiana.

Y vamos a la segunda imagen, la voz. Esta es el instrumento con el que manifestamos lo que pensamos y llevamos en el corazón. Entendemos entonces que está muy vinculada con el silencio, porque expresa lo que madura dentro, de la escucha de lo que el Espíritu sugiere. Si no se sabe callar, es difícil que se tenga algo bueno que decir; en cambio, cuanto más atento es el silencio, más fuerte es la palabra. No es casualidad que Juan el Bautista comience su misión después de haber vivido «en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel» (Lc 1,80). La potencia profética de su voz está ligada a la autenticidad de su experiencia y a la limpidez de su corazón. 

Podemos preguntarnos: ¿Qué lugar tiene el silencio en mis días? ¿Es un silencio vacío, tal vez opresivo, o un espacio de escucha, de oración, donde custodiar el corazón? ¿Mi vida es sobria o llena de cosas superfluas? Incluso si quiere decir ir a contracorriente, valoremos el silencio, la sobriedad y la escucha. Que María, Virgen del silencio, nos ayude a amar el desierto, para convertirnos en voces creíbles que anuncian su Hijo que viene.

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