Recuerda que no son héroes, sino "frutos maduros y excelentes de la viña del Señor, que es la Iglesia" Francisco, en la audiencia: "Hay más mártires hoy que en los primeros siglos del cristianismo"

Francisco, en el papamóvil en la plaza de San Pedro
Francisco, en el papamóvil en la plaza de San Pedro RD/Captura

"Como ya dije tantas veces, son más numerosos en nuestro tiempo que en los primeros siglos", señaló Francisco, refiriéndose a los mártires, y subrayando que ese testimonio cristiano "está presente en cada rincón de la tierra", posó su mirada en esta ocasión "en Yemen, una tierra desde hace muchos años herida por una guerra terrible, olvidada, que ha dejado tantos muertos y que todavía hoy hace sufrir a tanta gente, especialmente a los niños"

"Precisamente en esta tierra ha habido testimonios luminosos de fe, como el de las hermanas Misioneras de la Caridad. Todavía hoy están presentes en Yemen, donde ofrecen asistencia a ancianos enfermos y a personas con discapacidad. Acogen a todos, de cualquier religión, porque la caridad y la fraternidad no tienen confines", prosiguió Francisco

"Nos conmueve ver cómo el testimonio de sangre puede unir personas de religiones diferentes. No se debe nunca asesinar en nombre de Dios, porque para Él somos todos hermanos y hermanas"

Tras sus catequesis sobre la figura del apóstol Pablo, Francisco quiso volver su mirada en la audiencia general de este miércoles, 19 de abril, sobre los mártires, "hombres y mujeres de todas las edades, lenguas y naciones que han dado la vida por Cristo", de los que afirmó que, "después de la generación de los Apóstoles, han sido ellos, por excelencia, los 'testigos' del Evangelio".

Quiso alejar el Pontífice la visión que se tiene de ellos como de unos "héroes que han actuado individualmente, como flores que han brotado en un desierto, sino como frutos maduros y excelentes de la viña del Señor, que es la Iglesia".

Fieles en la Plaza de San Pedro
Fieles en la Plaza de San Pedro RD/Captura

"Como ya dije tantas veces, son más numerosos en nuestro tiempo que en los primeros siglos", señaló Francisco, refiriéndose a los mártires, y subrayando que ese testimonio cristiano "está presente en cada rincón de la tierra", posó su mirada en esta ocasión "en Yemen, una tierra desde hace muchos años herida por una guerra terrible, olvidada, que ha dejado tantos muertos y que todavía hoy hace sufrir a tanta gente, especialmente a los niños".

"Precisamente en esta tierra ha habido testimonios luminosos de fe, como el de las hermanas Misioneras de la Caridad. Todavía hoy están presentes en Yemen, donde ofrecen asistencia a ancianos enfermos y a personas con discapacidad. Acogen a todos, de cualquier religión, porque la caridad y la fraternidad no tienen confines", prosiguió Francisco.

El Papa, durante la catequesis
El Papa, durante la catequesis RD/Captura

Pero no solo recordó a las religiosas y laicos que las acompañaban en su servicio a los más necesitados cuando fueron martirizadas, tanto en 1998 como en 2016, sino también a otros colaboradores que eran musulmanes y estaban con ellas. "Nos conmueve ver cómo el testimonio de sangre puede unir personas de religiones diferentes. No se debe nunca asesinar en nombre de Dios, porque para Él somos todos hermanos y hermanas. Pero juntos se puede dar la vida por los otros", subrayó, concluyendo con un ruego: "Recemos para que no nos cansemos de testimoniar el Evangelio también en tiempo de tribulación. Todos los santos y las santas mártires sean semillas de paz y de reconciliación entre los pueblos por un mundo más humano y fraterno".

Finalmente, y como ya es costumbre, Francisco invitó a "perseverar en la cercanía y oración por la querida y atormentada Ucrania, que sigue soportando terribles sufrimientos".

Francisco, con niños en el papamóvil
Francisco, con niños en el papamóvil RD/Captura

Catequesis del Papa en la audiencia general

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Después de haber considerado el testimonio de san Pablo, verdadero “campeón” de celo  apostólico, hoy nuestra mirada se dirige no a una única figura, sino al grupo de los mártires, hombres y mujeres de todas las edades, lenguas y naciones que han dado la vida por Cristo. Después de la generación de los Apóstoles, han sido ellos, por excelencia, los “testigos” del Evangelio. El primero fue el diácono Esteban, lapidado fuera de los muros de Jerusalén. La palabra “martirio” deriva del griego martyria, que significa precisamente testimonio. Sin embargo, enseguida en la Iglesia se usó la palabra mártir para indicar a quien daba testimonio hasta el derramamiento de la sangre[1]. 

Pero, los mártires no deben ser vistos como “héroes” que han actuado individualmente, como flores que han brotado en un desierto, sino como frutos maduros y excelentes de la viña del Señor, que es la Iglesia. En particular, los cristianos, participando asiduamente a la celebración de la Eucaristía, eran conducidos por el Espíritu a configurar su vida en la base de ese misterio de amor: es decir, sobre el hecho que el Señor Jesús había dado su vida por ellos, y por tanto también ellos podían y debían dar la vida por Él y por sus hermanos. San Agustín subraya a menudo esta dinámica de gratitud y de intercambio gratuito del don. Esto es, por ejemplo, lo que él predicaba con ocasión de la fiesta de san  Lorenzo: «Ejercía el oficio de diácono. Allí administró la sagrada sangre de Cristo y allí derramó la suya por el nombre de Cristo. El misterio de esta cena lo expuso con toda claridad el bienaventurado apóstol Juan al decir: “Como Cristo entregó su vida por nosotros, así también nosotros debemos entregarla por nuestros hermanos” (1 Jn 3, 16). Esto, hermanos, lo entendió san Lorenzo; lo comprendió y lo realizó. En efecto, preparó cosas semejantes a las tomadas en aquella mesa. Amó a Cristo en su vida y le imitó en su muerte» (Sermón 304, 14; PL 38, 1395-1397). Así san Agustín explicaba el dinamismo espiritual que  animaba a los mártires. 

Hoy, queridos hermanos y hermanas, recordamos a todos los mártires que han acompañado la vida de la Iglesia. Estos, como ya dije tantas veces, son más numerosos en nuestro tiempo que en los primeros siglos. El Concilio Vaticano II nos recuerda que «el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor» (Const. Lumen  gentium, 42). Los mártires, imitando a Jesús y con su gracia, convierten la violencia de quien rechaza el anuncio en una ocasión suprema de amor, que llega hasta el perdón de los propios verdugos. 

Si bien son solo algunos a los que se les pide el martirio, «todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia» (ibid., 42). De esta manera los mártires nos muestran que todo cristiano está llamado al testimonio de la vida, también cuando no llega al derramamiento de la sangre, haciendo de sí mismo un don a Dios y a los hermanos, imitando a Jesús. 

Quisiera concluir recordando el testimonio cristiano presente en cada rincón de la tierra. Pienso, por ejemplo, en Yemen, una tierra desde hace muchos años herida por una guerra terrible, olvidada, que ha dejado tantos muertos y que todavía hoy hace sufrir a tanta gente, especialmente a los niños. 

Precisamente en esta tierra ha habido testimonios luminosos de fe, como el de las hermanas Misioneras de la Caridad. Todavía hoy están presentes en Yemen, donde ofrecen asistencia a ancianos enfermos y a  personas con discapacidad. Acogen a todos, de cualquier religión, porque la caridad y la fraternidad no tiene confines. En julio de 1998 Sor Aletta, Sor Zelia y Sor Michael, mientras volvían a casa después de la misa, fueron asesinadas por un fanático. Más recientemente, poco después del inicio del conflicto todavía en curso, en marzo 2016, Sor Anselm, Sor Marguerite, Sor Reginette y Sor Judith fueron asesinadas junto a algunos laicos que las ayudaban en la obra de la caridad entre los últimos. Entre estos laicos asesinados, además de cristianos, había fieles musulmanes que trabajaban con las hermanas. Nos conmueve ver cómo el testimonio de sangre puede unir personas de religiones diferentes. No se debe nunca asesinar en nombre de Dios, porque para Él somos todos hermanos y hermanas. Pero juntos se  puede dar la vida por los otros. 

Recemos para que no nos cansemos de testimoniar el Evangelio también en tiempo de tribulación. Todos los santos y las santas mártires sean semillas de paz y de reconciliación entre los pueblos por un mundo más humano y fraterno, esperando que se manifieste en plenitud el Reino de los cielos, cuando Dios será todo en todos (cfr 1 Cor 15,28). 

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[1] Orígenes, In Johannem, II, 210: «Cualquiera que dé testimonio de la verdad, ya sea de palabra o de hecho, o actuando de  cualquier modo en su favor, puede legítimamente ser llamado testigo. Pero el nombre de testigo (martyres) en sentido propio,  la comunidad de hermanos, sorprendida por la fortaleza de los que lucharon por la verdad o la virtud hasta la muerte, ha  tomado la costumbre de reservarlo para los que han testificado el misterio de la verdadera religión con el derramamiento de  sangre». 

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