El Papa reitera su llamamiento a la paz en Palestina, Israel y Ucrania Francisco, en la audiencia: "Quien considera que ya no necesita conversión, vive en la Luna"

Francisco, en la audiencia
Francisco, en la audiencia RD/Captura

La lucha espiritual del cristiano ha centrado la catequesis de la primera audiencia general de Francisco en este recién estrenado 2014, porque "la vida espiritual del cristiano no es pacifica, lineal y sin desafíos, sino que, al contrario, exige un continuo combate", aseguró Francisco ante los presentes en el Aula Pablo VI

Jesús perdona todo, Él ha venido para salvar, para perdonar,  nunca se olvida de perdonar, somos nosotros los que a veces perdemos la capacidad de pedir perdón, retomemos esta capacidad para pedir perdón", improvisó de nuevo el Papa, dejando los papeles y mirando directamente a los fieles presentes, que ratificaron sus palabras con un aplauso

La lucha espiritual del cristiano ha centrado la catequesis de la primera audiencia general de Francisco en este recién estrenado 2014, porque "la vida espiritual del cristiano no es pacifica, lineal y sin desafíos, sino que, al contrario, exige un continuo combate", aseguró Francisco ante los presentes en el Aula Pablo VI, añadiendo también que "los santos no son hombres que se han librado de la tentación, sino personas bien conscientes de que en la vida aparecen repetidamente las seducciones del mal, que hay que desenmascarar y rechazar". "Todos, todos somos tentados, si alguno no tiene tentaciones, que lo diga, porque es una cosa extraordinaria", improvisó al respecto.

Te regalamos ‘Informe RD – Balance de la Asamblea sinodal’

Frente a estos, el Papa contrapuso la imagen de "las personas que se autoabsuelven continuamente, que piensan que están 'bien', 'en lo correcto', que se ríen de quienes confiesan sus pecados en el Sacramento de la Reconciliación", por lo que "se arriesgan a vivir en las tinieblas, porque se han acostumbrado a las tinieblas y ya no saben distinguir el bien del mal".

"Quien considera que ya ha conseguido cierto grado de perfección, que no necesita conversión, que no necesita confesarse o que no vale la pena el esfuerzo, vive en la Luna, vive en la oscuridad", señalaría, en este sentido, Francisco en su saludo en lengua española haciendo su resumen de la catequesis.

Los fieles durante la audiencia general
Los fieles durante la audiencia general RD/Captura

"Jesús perdona todo, Él ha venido para salvar, para perdonar,  nunca se olvida de perdonar, somos nosotros los que a veces perdemos la capacidad de pedir perdón, retomemos esta capacidad para pedir perdón", improvisó de nuevo el Papa, dejando los papeles y mirando directamente a los fieles presentes, que ratificaron sus palabras con un aplauso.

En los saludos a las delegaciones presentes, Francisco reiteró su cercanía espiritual a todas las víctimas del terremoto en Japón el pasado 1 de enero, así como, también en el país nipón, a las víctimas de la colisión de dos aviones en el aeropuerto de Tokio.

Francisco ora ante la Sagrada Familia tras concluir la audiencia general
Francisco ora ante la Sagrada Familia tras concluir la audiencia general RD/Captura

Finalmente , y como es habitual, Francisco pidió que "no olvidemos a los pueblos que están en guerra, la guerra es una locura, la guerra siempre es una derrota, recemos, recemos por la gente en Palestina, Israel, Ucrania y tantas otras partes donde hay guerra y no olvidemos a nuestros hermanos rohinyá, que son perseguidos", señaló en alusión a la minoría musulmana que sufre la persecución étnica de las autoridades birmanas.

Texto de la Audiencia general

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La semana pasada entramos en el tema de los vicios y las virtudes. Este nos llama a la lucha espiritual del cristiano. De hecho, la vida espiritual del cristiano no es pacifica, linear y sin desafíos, sino que, al contrario, exige un continuo combate. No es casualidad que la primera unción que cada cristiano recibe en el sacramento del bautismo -la unción catecumenal- sea sin perfume y anuncie simbólicamente que la vida es una lucha. De hecho, en la antigüedad, los luchadores se ungían completamente antes de la competición, tanto por tonificar sus músculos como para hacer sus cuerpos escurridizos a las garras del adversario.

La unción de los catecúmenos pone inmediatamente en claro que al cristiano no se salva de la lucha: su existencia, como la de todos los demás, tendrá también que bajar a la arena, porque la vida es una sucesión de pruebas y tentaciones.

Un famoso dicho atribuido a Abba Antonio, el primer gran padre del monacato, dice así: "Quita la tentación y nadie se salvará". Los santos no son hombres que se han librado de la tentación, sino personas bien conscientes de que en la vida aparecen repetidamente las seducciones del mal, que hay que desenmascarar y rechazar. 

En cambio, las personas que se autoabsuelven continuamente, que piensan que están "bien", "en lo correcto", que se ríen de quienes confiesan sus pecados en el Sacramento de la Reconciliación, se arriesgan a vivir en las tinieblas, porque se han acostumbrado a las tinieblas y ya no saben distinguir el bien del mal. Isaac de Nínive decía que, en la Iglesia, el que conoce sus pecados y los llora es más grande que el que resucita a un muerto. Todos debemos pedir a Dios la gracia de reconocernos pobres pecadores, necesitados de conversión, conservando en el corazón la confianza de que ningún pecado es demasiado grande para la infinita misericordia de Dios Padre. Esta es la lección inaugural que nos da Jesús. Lo vemos en las primeras páginas de los Evangelios, en primer lugar, cuando se nos habla del bautismo del Mesías en las aguas del río Jordán. El episodio tiene algo de desconcertante: ¿por qué Jesús se somete a un rito tan purificador? ¿De qué pecado debe arrepentirse Jesús? Incluso el Bautista se escandaliza, hasta el punto de que el texto dice: "Juan quería impedírselo, diciendo: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mt 3,15). Pero Jesús es un Mesías muy distinto de como Juan lo había presentado y la gente se lo imaginaba: no encarna al Dios airado y no convoca para el juicio, sino que, al contrario, se pone en fila con los pecadores, como todos nosotros y con todos nosotros, para que nadie le tenga miedo.

E inmediatamente después del episodio del bautismo, los Evangelios relatan que Jesús se retira al desierto, donde fue tentado por Satanás. También en este caso surge la pregunta: ¿por qué razón el Hijo de Dios debe conocer la tentación? También aquí Jesús se muestra solidario con nuestra frágil naturaleza humana y se convierte en nuestro gran exemplum: las tentaciones que atraviesa y que supera en medio de las áridas piedras del desierto son la primera enseñanza que imparte a nuestra vida de discípulos. Él experimentó lo que nosotros también debemos prepararnos siempre para afrontar: la vida está hecha de desafíos, pruebas, encrucijadas, visiones opuestas, seducciones ocultas, voces contradictorias. Algunas voces son incluso persuasivas, tanto que Satanás tentó a Jesús recurriendo a las palabras de la Escritura. Es necesario custodiar la claridad interior para elegir el camino que conduce verdaderamente a la felicidad, y luego esforzarse por no pararse en el camino.

Recordemos que siempre estamos divididos y luchamos entre extremos opuestos: el orgullo desafía a la humildad; el odio se opone a la caridad; la tristeza impide la verdadera alegría del Espíritu; el endurecimiento del corazón rechaza la misericordia. Los cristianos caminamos constantemente sobre estas crestas. Por eso es importante reflexionar sobre los vicios y las virtudes: nos ayuda a superar la cultura nihilista en la que los contornos entre el bien y el mal permanecen borrosos y, al mismo tiempo, nos recuerda que el ser humano, a diferencia de cualquier otra criatura, siempre puede trascenderse a sí mismo, abriéndose a Dios y caminando hacia la santidad.

El combate espiritual, entonces, nos conduce a mirar desde cerca aquellos vicios que nos encadenan y a caminar, con la gracia de Dios, hacia aquellas virtudes que pueden florecer en nosotros, trayendo la primavera del Espíritu a nuestras vidas.

Volver arriba