El Papa escribe una carta al seminario de Trujillo (Perú) en el que fue profesor Clase 'magistral' de León XIV a los seminaristas: "Lo decisivo no es 'ordenarse', sino ser verdaderamente sacerdotes"

León XIV
León XIV @Vatican Media

"El sacerdocio no puede reducirse a 'llegar a la Ordenación' como si fuera una meta externa o una salida fácil a problemas personales. No es una huida de lo que no se quiere enfrentar, ni un refugio ante dificultades afectivas, familiares o sociales; tampoco una promoción o un resguardo, sino un don total de la existencia".

Así lo asegura León XIV en una extensa carta al Seminario Mayor Arquidiocesano San Carlos y San Marcelo de Trujillo, en Perú, con ocasión de los 400 años de su fundación, una historia en la que, como apunta Robert F. Prevost, "también mis huellas forman parte de esa casa, en la que serví como profesor y director de estudios"

"El sacerdocio no puede reducirse a 'llegar a la Ordenación' como si fuera una meta externa o una salida fácil a problemas personales. No es una huida de lo que no se quiere enfrentar, ni un refugio ante dificultades afectivas, familiares o sociales; tampoco una promoción o un resguardo, sino un don total de la existencia".

Así lo asegura León XIV en una extensa carta al Seminario Mayor Arquidiocesano San Carlos y San Marcelo de Trujillo, en Perú, con ocasión de los 400 años de su fundación, una historia en la que, como apunta Robert F. Prevost, "también mis huellas forman parte de esa casa, en la que serví como profesor y director de estudios".

Creemos. Crecemos. Contigo

"Sólo en la libertad es posible donarse: atado a intereses o miedos nadie se entrega", les recordó León XIV, afirmando que "lo decisivo no es “ordenarse”, sino ser verdaderamente sacerdotes", les recordó a quienes forman parte de ese seminario peruano, donde él mismo se desempeñó como director de Estudios y profesor de Derecho Canónico y de Teología Pastoral.

"Cuando se lo piensa en claves mundanas, el ministerio se confunde con un derecho personal, un cargo distribuible; se transforma en mera prerrogativa o en función burocrática", afirmo el Papa, recordando que, "en realidad, nace de la elección del Señor (cf. Mc 3,13), que con especial predilección llama a algunos varones para hacerlos partícipes de su ministerio salvífico".

Seminaristas de corazón limpio

"La Iglesia pide seminaristas de corazón limpio, que busquen a Cristo sin doblez y no se dejen atrapar por el egoísmo o la vanidad"; corazón que, añadió, el seminarista ha de formar "en el trato personal con Jesús", indicando que "la oración no es un ejercicio  accesorio, en ella se aprende a reconocer su voz y a dejarse conducir por Él. Quien no ora, no conoce  al Maestro; y quien no lo conoce, no puede amarlo de verdad".

"Una piedad sin doctrina se vuelve sentimentalismo frágil; una doctrina sin oración se vuelve estéril y fría. Cultiven ambas con equilibrio y pasión, sabiendo que sólo así podrán anunciar  auténticamente lo que viven y vivir con coherencia lo que anuncian", pide el Papa, subrayando que la paternidad de los sacerdotes "se expresa en actitudes de entrega: el celibato como amor indiviso a Cristo y a  su Iglesia, la obediencia como confianza en la voluntad de Dios, la pobreza evangélica como disponibilidad para todos".

La bendición del Papa
La bendición del Papa RD/Captura

En estas actitudes, prosiguió, "se reconoce al sacerdote como verdadero padre, capaz de guiar a sus  hijos espirituales hacia Cristo con firmeza y amor. No existe paternidad a medias, ni sacerdocio a medias".

Finalmente, León XIV hace una llamada a los candidatos al sacerdocio "a huir de la mediocridad, en medio de  peligros muy concretos: la mundanidad que disuelve la visión sobrenatural de la realidad, el activismo que agota, la dispersión digital que roba interioridad, las ideologías que desvían del Evangelio y, no menos grave, la soledad de quien pretende vivir sin el presbiterio y sin su obispo. Un sacerdote aislado  es vulnerable. La fraternidad y comunión sacerdotal son intrínsecas a la vocación. La Iglesia necesita  pastores santos que se entreguen juntos, no funcionarios solitarios; sólo así podrán ser testigos creíbles  de la comunión que predican".

La carta del Papa

Carta del Santo Padre al Seminario Mayor Arquidiocesano San Carlos y San Marcelo de Trujillo, con ocasión de los 400 años de su fundación

Queridos hijos:  

En este año damos gracias al Señor por los cuatro siglos de historia del Seminario Mayor  Arquidiocesano “San Carlos y San Marcelo” de Trujillo, y recordamos el paso de innumerables  jóvenes de esa Arquidiócesis, de diversas jurisdicciones del Perú y comunidades religiosas que, en esas aulas y capillas, han querido responder a la voz de Cristo, que los llamó «para que estuvieran  con Él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14). También mis huellas forman parte de esa casa, en la que serví como profesor y director de estudios. 

Su primera tarea sigue siendo la misma: estar con el Señor, dejar que Él los forme, conocerlo y  amarlo, para poder parecerse a Él. Por eso la Iglesia ha querido que existan los seminarios, lugares para custodiar esta experiencia y preparar a quienes serán enviados a servir al santo Pueblo de Dios. De esa fuente brotan también las actitudes que deseo compartirles ahora, porque han sido siempre el fundamento seguro del ministerio de los sacerdotes. 

Por tal motivo, antes que cualquier otra cosa, es necesario dejar que el Señor aclare las  motivaciones y purifique las intenciones (cf. Rm 12,2). El sacerdocio no puede reducirse a “llegar a la Ordenación” como si fuera una meta externa o una salida fácil a problemas personales. No es una huida de lo que no se quiere enfrentar, ni un refugio ante dificultades afectivas, familiares o sociales;  tampoco una promoción o un resguardo, sino un don total de la existencia. Sólo en la libertad es  posible donarse: atado a intereses o miedos nadie se entrega, pues «se es verdaderamente libre cuando no se es esclavo» (S. AGUSTÍN, De civitate Dei, XIV, 11, 1). Lo decisivo no es “ordenarse”, sino ser verdaderamente sacerdotes.  

Cuando se lo piensa en claves mundanas, el ministerio se confunde con un derecho personal, un cargo distribuible; se transforma en mera prerrogativa o en función burocrática. En realidad, nace de la elección del Señor (cf. Mc 3,13), que con especial predilección llama a algunos varones para  hacerlos partícipes de su ministerio salvífico, a fin de que reproduzcan en sí su propia imagen y den  un constante testimonio de fidelidad y de amor (cf. Misal Romano, Prefacio I de las ordenaciones). Quien busca el sacerdocio por motivos mezquinos, se equivoca de cimiento y construye sobre arena  (cf. Mt 7,26-27). 

La vida en el seminario es un camino de rectificación interior. Hay que dejar que el Señor  sondee el corazón y muestre con claridad qué mueve nuestras decisiones. La rectitud de intención significa poder decir cada día, con sencillez y verdad: “Señor, quiero ser tu sacerdote, no para mí,  sino para tu pueblo”. Esta transparencia se cultiva en la confesión frecuente, en la dirección espiritual  sincera y en la obediencia confiada a quienes acompañan el discernimiento. La Iglesia pide seminaristas de corazón limpio, que busquen a Cristo sin doblez y no se dejen atrapar por el egoísmo  o la vanidad. 

Esto requiere discernimiento continuo. La sinceridad ante Dios y ante los formadores protege de la autojustificación y ayuda a corregir a tiempo lo que no es evangélico. Un seminarista que aprende a vivir en esta claridad, se convierte en un hombre maduro, libre de la ambición y del cálculo humano, libre para entregarse sin reservas. De este modo, la ordenación será la confirmación gozosa de una vida configurada con Cristo desde el seminario, y el comienzo de un camino auténtico. 

El corazón del seminarista se forma en el trato personal con Jesús. La oración no es un ejercicio  accesorio, en ella se aprende a reconocer su voz y a dejarse conducir por Él. Quien no ora, no conoce  al Maestro; y quien no lo conoce, no puede amarlo de verdad ni configurarse con Él. El tiempo dedicado a la oración es la inversión más fecunda de la vida, porque allí el Señor moldea los  sentimientos, purifica los deseos y fortalece la vocación. ¡No puede hablar de Dios el que poco habla con Dios! Cristo se deja encontrar de un modo privilegiado en la Sagrada Escritura. Es preciso  acercarse a ella con reverencia, con espíritu de fe, buscando al Amigo que se revela en sus páginas.  

Allí, quien será sacerdote, descubre cómo piensa Cristo, cómo mira al mundo, cómo se  conmueve por los pobres, y poco a poco se reviste de sus mismos criterios y actitudes. «Necesitamos  mirar a Jesús, a la compasión con la que Él ve nuestra humanidad herida, a la gratuidad con la que ha  ofrecido su vida por nosotros en la cruz» (FRANCISCO, Carta a los sacerdotes de la diócesis de Roma, 5 agosto 2023). 

La Iglesia ha reconocido siempre que el encuentro con el Señor necesita arraigarse en la  inteligencia y hacerse doctrina. Por eso el estudio es camino indispensable para que la fe se haga  sólida, razonada y capaz de iluminar a los demás. Quien se forma para ser sacerdote no dedica tiempo  a lo académico por mera erudición, sino por fidelidad a su vocación. El trabajo intelectual,  especialmente el teológico, es una forma de amor y de servicio, necesario para la misión, siempre en  plena comunión con el Magisterio. Sin estudio serio no hay verdadera pastoral, porque el ministerio  consiste en conducir a los hombres a que conozcan y amen a Cristo y, en Él, encuentren la salvación  (cf. PÍO XI, Carta enc. Ad Catholici Sacerdotii, 44-46). Se cuenta que un formando le preguntó a san  Alberto Hurtado en qué debía especializarse, y el santo respondió: “¡Especialízate en Jesucristo!”.  Esa es la orientación más segura: hacer del estudio un medio para unirse más al Señor y para  anunciarlo con claridad. 

La oración y la búsqueda de la verdad no son caminos paralelos, sino un único sendero que lleva al Maestro. Una piedad sin doctrina se vuelve sentimentalismo frágil; una doctrina sin oración  se vuelve estéril y fría. Cultiven ambas con equilibrio y pasión, sabiendo que sólo así podrán anunciar  auténticamente lo que viven y vivir con coherencia lo que anuncian. Cuando la inteligencia se abre a  la verdad revelada y el corazón se enciende en la oración, la formación se vuelve fecunda y prepara  para un sacerdocio sólido y luminoso. 

Vida espiritual e intelectual son indispensables, pero ambas se orientan hacia el altar, lugar  donde la identidad sacerdotal se edifica y se revela en plenitud (cf. S. JUAN XXIII, Carta enc. Sacerdotii Nostri Primordia, II). Allí, en el Santo Sacrificio, el sacerdote aprende a ofrecer su vida,  como Cristo en la cruz. Al nutrirse de la Eucaristía descubre la unidad entre el ministerio y el sacrificio  (cf. S. PABLO VI, Carta enc. Mysterium Fidei, 4), y comprende que su vocación consiste en ser hostia  junto con Cristo (cf. Rm 12,1). Así, cuando la cruz se asume como parte inseparable de la vida, la Eucaristía deja de verse sólo como un rito y se convierte en el verdadero centro de la existencia.  

La unión con Cristo en el Sacrificio eucarístico se prolonga en la paternidad sacerdotal, que no  engendra según la carne, sino según el Espíritu (cf. 1 Co 4,14-15). Ser padre no es algo que se hace,  sino algo que se es. Un verdadero padre no vive para sí, sino para los suyos: se alegra cuando sus hijos crecen, sufre cuando se pierden, espera cuando se alejan  (cf. 1 Ts 2,11-12). Así también el sacerdote lleva en su corazón al pueblo entero, intercede por él, lo  acompaña en sus luchas y lo sostiene en la fe (cf. 2 Co 7,4). La paternidad sacerdotal consiste en transparentar el rostro del Padre, de modo que quien encuentre al sacerdote intuya el amor de Dios. 

Tal paternidad se expresa en actitudes de entrega: el celibato como amor indiviso a Cristo y a  su Iglesia, la obediencia como confianza en la voluntad de Dios, la pobreza evangélica como  disponibilidad para todos (cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio  y la vida de los presbíteros, 15-17), y la misericordia y fortaleza que acompañan las heridas y  sostienen en el dolor. En ellas se reconoce al sacerdote como verdadero padre, capaz de guiar a sus  hijos espirituales hacia Cristo con firmeza y amor. No existe paternidad a medias, ni sacerdocio a medias. 

Ustedes, candidatos al sacerdocio, están llamados a huir de la mediocridad, en medio de  peligros muy concretos: la mundanidad que disuelve la visión sobrenatural de la realidad, el activismo  que agota, la dispersión digital que roba interioridad, las ideologías que desvían del Evangelio y, no  menos grave, la soledad de quien pretende vivir sin el presbiterio y sin su obispo. Un sacerdote aislado  es vulnerable. La fraternidad y comunión sacerdotal son intrínsecas a la vocación. La Iglesia necesita  pastores santos que se entreguen juntos, no funcionarios solitarios; sólo así podrán ser testigos creíbles  de la comunión que predican. 

Queridos hijos, al concluir quiero asegurarles que tienen un lugar en el corazón del Sucesor de  Pedro. El seminario es un don inmenso y exigente, pero nunca están solos en este camino. Dios, los  santos y toda la Iglesia caminan con ustedes, y de modo particular su obispo y sus formadores, que  los ayudan a crecer «hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Ga 4,19). Reciban de ellos la guía y  la corrección como gestos de amor. Recuerden también la sabiduría de santo Toribio de Mogrovejo,  tan querido en Trujillo, que amaba decir: “No es nuestro el tiempo, es muy breve, y Dios nos tomará  estricta cuenta del modo como lo hemos empleado” (cf. C. GARCÍA IRIGOYEN, Sto. Toribio, Lima  1908, 141). Aprovechen, pues, cada día como un tesoro irrepetible.  

Que la Virgen María y san José, primeros formadores del Sumo y Eterno Sacerdote, los  sostengan a todos en la alegría de saberse amados y llamados. Con estos sentimientos, como signo de  cercanía, imparto de corazón la implorada Bendición Apostólica sobre toda la comunidad de ese  querido Seminario y sus familias. 

Vaticano, 17 de septiembre de 2025, memoria de san Roberto Belarmino, obispo y doctor de la  Iglesia. 

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