"La Santa Sede está disponible para que los enemigos se encuentren", reitera Prevost León XIV: "El pueblo quiere la paz y yo, con el corazón en la mano, les digo a los dirigentes del pueblo: ¡reunámonos, hablemos, negociemos!"

"La Santa Sede está disponible para que los enemigos se encuentren y se miren a los ojos, para que a los hombres se les devuelva la esperanza y la dignidad que merecen, la dignidad de la paz"
"El pueblo quiere la paz y yo, con el corazón en la mano, les digo a los dirigentes del pueblo: ¡reunámonos, hablemos, negociemos! La guerra nunca es inevitable, las armas pueden y deben silenciarse, porque no resuelven los problemas sino que los incrementan; porque el que siembra paz pasará a la historia, no el que cosecha víctimas"
"Antes de este fuerte reclamo de paz en el mundo, León XIV puso en valor la riqueza de las Iglesias orientales y de sus ritos. 'La Iglesia os necesita. ¡Qué grande es la aportación que el Oriente cristiano puede darnos hoy!'"
"Antes de este fuerte reclamo de paz en el mundo, León XIV puso en valor la riqueza de las Iglesias orientales y de sus ritos. 'La Iglesia os necesita. ¡Qué grande es la aportación que el Oriente cristiano puede darnos hoy!'"
Comenzó León XIV su pontificado desde la logia de San Pedro apelando el pasado 8 de mayo a la paz en el mundo, y ha reiterado su petición esta mañana, en su audiencia a los participantes en el Jubileo de las Iglesias Orientales, en donde afirmó, en un Aula Pablo VI repleta de fieles de esas confesiones, que "la Santa Sede está disponible para que los enemigos se encuentren y se miren a los ojos, para que a los hombres se les devuelva la esperanza y la dignidad que merecen, la dignidad de la paz".
"El pueblo quiere la paz y yo, con el corazón en la mano, les digo a los dirigentes del pueblo: ¡reunámonos, hablemos, negociemos! La guerra nunca es inevitable, las armas pueden y deben silenciarse, porque no resuelven los problemas sino que los incrementan; porque el que siembra paz pasará a la historia, no el que cosecha víctimas", abundó en su discurso Robert F. Prevost, que entró a la audiencia con un cuarto de hora de retraso, que los peregrinos entretuvieron con cánticos y haciendo ondear las banderas de los países respectivos, como Ucrania, Etiopía, Eritrea...
"Los demás -añadió el papa León, quien fue asistido por su secretario personal, el sacerdote chiclayano Edgard Rimaycuna, su alumno en el Seminario Mayor Santo Toribio de Mogrovejo- no son, ante todo, enemigos, sino seres humanos: no personas malas a las que odiar, sino personas con las que hablar. Huimos de las visiones maniqueas propias de las narrativas violentas, que dividen el mundo en buenos y malos", por lo que subrayó que "la Iglesia no se cansará nunca de repetir: que callen las armas".

En este sentido, agradeció también el Papa la labor de todos aquellos que "tejen hilos de paz", reclamando a continuación que "a los cristianos se les debe dar la oportunidad, no sólo de palabras, de permanecer en sus tierras con todos los derechos necesarios para una existencia segura. ¡Por favor, trabajemos para lograrlo!".
Antes de este fuerte reclamo de paz en el mundo, León XIV puso en valor la riqueza de las Iglesias orientales y de sus ritos. "La Iglesia os necesita. ¡Qué grande es la aportación que el Oriente cristiano puede darnos hoy! ¡Cuánta necesidad tenemos de recuperar el sentido del misterio, tan vivo en vuestras liturgias, que involucran a la persona humana en su totalidad, cantan la belleza de la salvación e inspiran asombro ante la grandeza divina que abraza la pequeñez humana!".

Por ello, refiriéndose a las que están en la diáspora, Prevost pidió que, "además de erigir, donde sea posible y apropiado, distritos electorales orientales, es necesario sensibilizar a los latinos. En este sentido, pido al Dicasterio para las Iglesias Orientales, al que agradezco su trabajo, que me ayude a definir principios, normas y directrices a través de las cuales los Pastores latinos puedan apoyar concretamente a los católicos orientales de la diáspora para preservar sus tradiciones vivas y enriquecer con su especificidad el contexto en el que viven".
"Que vuestras Iglesias sean ejemplo y los Pastores promuevan oportunamente la comunión, especialmente en los Sínodos de los Obispos, para que sean lugares de colegialidad y de auténtica corresponsabilidad. Que haya transparencia en la gestión de los bienes, que haya testimonio de entrega humilde y total al pueblo santo de Dios, sin apego a los honores, a los poderes del mundo y a la propia imagen", invitó igualmente el papa León.

En esta línea, subrayó: "La Iglesia os necesita. ¡Qué grande es la aportación que el Oriente cristiano puede darnos hoy! ¡Cuánta necesidad tenemos de recuperar el sentido del misterio, tan vivo en vuestras liturgias, que involucran a la persona humana en su totalidad", por lo que destacó que "es fundamental preservar las tradiciones sin diluirlas, quizás por practicidad y comodidad, para que no se corrompan por un espíritu consumista y utilitarista".
Discurso de León XIV
Bienaventuranzas, Eminencia, Excelencias, queridos sacerdotes, consagrados y consagradas, hermanos y hermanas,
Cristo ha resucitado. ¡Él verdaderamente ha resucitado! Os saludo con las palabras que, en muchas regiones, el Oriente cristiano no se cansa de repetir en este tiempo pascual, confesando el núcleo central de la fe y de la esperanza. Y es bello encontraros aquí precisamente con ocasión del Jubileo de la esperanza, cuyo fundamento indestructible es la resurrección de Jesús. ¡Bienvenidos a Roma! Me alegro de encontraros y de dedicar uno de los primeros encuentros de mi pontificado a los fieles orientales.
Ustedes son valiosos. Mirándoos, pienso en la variedad de vuestros orígenes, en vuestra gloriosa historia y en los amargos sufrimientos que han padecido o padecen muchas de vuestras comunidades. Y quisiera reiterar lo que dijo el Papa Francisco sobre las Iglesias orientales: «Son Iglesias que hay que amar: conservan tradiciones espirituales y de sabiduría únicas, y tienen mucho que decirnos sobre la vida cristiana, la sinodalidad y la liturgia;
Pensemos en los antiguos Padres, en los Concilios, en el monaquismo: tesoros inestimables para la Iglesia» (Discurso a los participantes en la Asamblea de la ROACO, 27 de junio de 2024).
Quisiera también recordar al Papa León XIII, que fue el primero en dedicar un documento específico a la dignidad de vuestras Iglesias, dada sobre todo por el hecho de que «la obra de la redención humana comenzó en Oriente» (cf. Carta apostólica Orientalium dignitas, 30 de noviembre de 1894). Sí, vosotros tenéis «un papel único y privilegiado, como contexto originario de la Iglesia naciente» (SAN JUAN PABLO II, Carta Apostólica Orientale lumen, 5). Es significativo que en algunas de vuestras liturgias –que celebráis solemnemente estos días en Roma según las diversas tradiciones– se utilice todavía el lenguaje del Señor Jesús. Pero el Papa León XIII dirigió un ferviente llamamiento para que «la legítima variedad de la liturgia y de la disciplina oriental [...] redunde en [...] gran decoro y utilidad para la Iglesia» (Carta Apostólica Orientalium dignitas). Su preocupación en ese momento es muy actual, porque en nuestros días muchos hermanos y hermanas orientales, incluidos muchos de ustedes, obligados a huir de sus patrias a causa de la guerra y la persecución, la inestabilidad y la pobreza, corren el riesgo, al llegar a Occidente, de perder no sólo su patria sino también su identidad religiosa. Y así, a medida que pasan las generaciones, se pierde la inestimable herencia de las Iglesias orientales.
Hace más de un siglo, León XIII señaló que «la conservación de los ritos orientales es más importante de lo que se cree» y, para ello, incluso prescribió que «cualquier misionero latino, del clero secular o regular, que por consejo o ayuda atraiga a algún oriental al rito latino» debería ser «despedido y excluido de su cargo» (ibid.). Acogemos con satisfacción el llamamiento a preservar y promover el Oriente cristiano, especialmente en la diáspora.
Aquí, además de erigir, donde sea posible y apropiado, distritos electorales orientales, es necesario sensibilizar a los latinos. En este sentido, pido al Dicasterio para las Iglesias Orientales, al que agradezco su trabajo, que me ayude a definir principios, normas y directrices a través de las cuales los Pastores latinos puedan apoyar concretamente a los católicos orientales de la diáspora para preservar sus tradiciones vivas y enriquecer con su especificidad el contexto en el que viven.
La Iglesia te necesita. ¡Qué grande es la aportación que el Oriente cristiano puede darnos hoy! ¡Cuánta necesidad tenemos de recuperar el sentido del misterio, tan vivo en vuestras liturgias, que involucran a la persona humana en su totalidad, cantan la belleza de la salvación e inspiran asombro ante la grandeza divina que abraza la pequeñez humana! ¡Y qué importante es redescubrir, también en el Occidente cristiano, el sentido del primado de Dios, el valor de la mistagogia, de la intercesión incesante, de la penitencia, del ayuno, del llanto por los propios pecados y por los de toda la humanidad (penthos), tan típicos de las espiritualidades orientales! Por eso es fundamental preservar las tradiciones sin diluirlas, quizás por practicidad y comodidad, para que no se corrompan por un espíritu consumista y utilitarista.
Vuestras espiritualidades, antiguas y siempre nuevas, son medicinales. En ellas el sentido dramático de la miseria humana se funde con el asombro de la misericordia divina, de modo que nuestra bajeza no provoca desesperación, sino que nos invita a acoger la gracia de ser criaturas curadas, divinizadas y elevadas a las alturas celestiales. Necesitamos alabar y agradecer al Señor infinitamente por esto. Contigo podemos rezar las palabras de san Efrén el Sirio y decirle a Jesús: «Gloria a ti que has hecho de tu cruz un puente sobre la muerte. [...] Gloria a ti que te has revestido del cuerpo del hombre mortal y lo has transformado en fuente de vida para todos los mortales» (Discurso sobre el Señor, 9). Es un don que hay que pedir, poder ver la certeza de la Pascua en cada lucha de la vida y no perderla.
Tomemos con animo el recuerdo de que, como escribió otro gran padre oriental, «el mayor pecado es no creer en las energías de la Resurrección» (SAN ISAAC DE NÍNIVE, Sermones ascéticos, I,5).
¿Quién, entonces, más que tú, puede cantar palabras de esperanza en el abismo de la violencia? ¿Quién mejor que vosotros, que conocéis de primera mano los horrores de la guerra, hasta el punto de que el Papa Francisco ha llamado a vuestras Iglesias «mártires» (Discurso a la ROACO, cit.)? Es cierto: desde Tierra Santa hasta Ucrania, desde Líbano hasta Siria, desde Oriente Medio hasta Tigray y el Cáucaso, ¡cuánta violencia! Y por encima de todo este horror, por encima de las masacres de tantas vidas jóvenes, que deberían provocar indignación, porque en nombre de la conquista militar muere gente, destaca un llamamiento: no tanto el del Papa, sino el de Cristo, que repite: «¡La paz esté con vosotros!». (Jn 20,19.21.26). Y precisa: «La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo lo da, Yo os la doy» (Jn 14,27). La paz de Cristo no es el silencio sepulcral tras el conflicto, no es el resultado de la opresión, sino un don que mira a las personas y reactiva sus vidas. Oremos por esta paz, que es reconciliación, perdón, la valentía de pasar página y empezar de nuevo.
Para que esta paz se extienda haré todo mi esfuerzo. La Santa Sede está disponible para que los enemigos se encuentren y se miren a los ojos, para que a los hombres se les devuelva la esperanza y la dignidad que merecen, la dignidad de la paz. El pueblo quiere la paz y yo, con el corazón en la mano, les digo a los dirigentes del pueblo: ¡reunámonos, hablemos, negociemos! La guerra nunca es inevitable, las armas pueden y deben silenciarse, porque no resuelven los problemas sino que los incrementan; porque el que siembra paz pasará a la historia, no el que cosecha víctimas; Porque los demás no son, ante todo, enemigos, sino seres humanos: no personas malas a las que odiar, sino personas con las que hablar. Huimos de las visiones maniqueas propias de las narrativas violentas, que dividen el mundo en buenos y malos.
La Iglesia no se cansará nunca de repetir: que callen las armas. Y quisiera dar gracias a Dios por aquellos que, en el silencio, en la oración, en la ofrenda, tejen hilos de paz; y los cristianos –orientales y latinos– que, especialmente en Oriente Medio, perseveran y resisten en sus tierras, más fuertes que la tentación de abandonarlas. A los cristianos se les debe dar la oportunidad, no sólo de palabras, de permanecer en sus tierras con todos los derechos necesarios para una existencia segura. ¡Por favor, trabajemos para lograrlo!
Y gracias a vosotros, queridos hermanos y hermanas de Oriente, de donde surgió Jesús, Sol de justicia, para ser «luces del mundo» (cf. Mt 5,14). Continúa brillando a través de la fe, la esperanza y la caridad, y nada más. Que vuestras Iglesias sean ejemplo y los Pastores promuevan oportunamente la comunión, especialmente en los Sínodos de los Obispos, para que sean lugares de colegialidad y de auténtica corresponsabilidad. Que haya transparencia en la gestión de los bienes, que haya testimonio de entrega humilde y total al pueblo santo de Dios, sin apego a los honores, a los poderes del mundo y a la propia imagen. San Simeón el Nuevo Teólogo señaló un bello ejemplo: «Así como quien echa polvo sobre la llama de un horno ardiente la apaga, así también las preocupaciones de esta vida y todo tipo de apego a cosas insignificantes e insignificantes destruyen el calor del corazón que se encendió inicialmente» (Capítulos Prácticos y Teológicos, 63). El esplendor del Oriente cristiano exige, hoy más que nunca, la libertad de toda dependencia mundana y de toda tendencia contraria a la comunión, para ser fieles en la obediencia y en el testimonio evangélico.
Os doy gracias por esto y os bendigo de corazón, pidiéndoles que oréis por la Iglesia y elevéis vuestras poderosas oraciones de intercesión por mi ministerio. ¡Gracias!