Francisco asegura que "alabar es como respirar oxígeno puro" El Papa invita a alabar a Dios “también en este tiempo de pandemia, porque sabemos que Él es el amigo fiel que nunca nos abandona”

Oración de alabanza
Oración de alabanza

"En el futuro del mundo y en las esperanzas de la Iglesia están los “pequeños”: aquellos que no se consideran mejores que los otros"

"Los santos y las santas nos demuestran que se puede alabar siempre, en las buenas y en las malas, porque Dios es el Amigo fiel, y su amor nunca falla"

El Papa invita a alabar a Dios “también en este tiempo de pandemia, porque sabemos que Él es el amigo fiel que nunca nos abandona”

Catequesis del Papa Francisco, en la audiencia de los miércoles, dedicada a la oración de alabanza. Una dimensión de la oración a realizar no sólo en los momentos alegres, sino también en la “noche espiritual”, como hace “los pequeños”, los que “no se consideran mejores que los otros”. Porque, como asegura Francisco, “alabar es como respirar oxígeno puro”. Por eso, hay que alabar al Señor siempre, "también en este tiempo de pandemia, porque sabemos que Él es el amigo fiel que nunca nos abandona".

Texto íntegro de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos la catequesis sobre la oración y damos espacio a la dimensión de la alabanza. Hacemos referencia a un pasaje crítico de la vida de Jesús. Después de los primeros milagros y la implicación de los discípulos en el anuncio del Reino de Dios, la misión del Mesías atraviesa una crisis. Juan Bautista duda: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3); Siente la angustia de no saber si se ha equivocado. Son momentos de noche espiritual para Juan. Hay hostilidad en los pueblos del lago, donde Jesús había realizado tantos signos prodigiosos (cfr Mt 11,20-24).

Ahora, precisamente en este momento de decepción, Mateo relata un hecho realmente sorprendente: Jesús no eleva al Padre un lamento, sino un himno de júbilo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños» (Mt 11,25).

Alabado seas, mi Señor

En plena crisis, Jesús bendice al Padre, lo alaba. ¿Por qué? Sobre todo lo alaba por lo que es: «Padre, Señor del cielo y de la tierra». Jesús se regocija en su espíritu porque sabe y siente que su Padre es el Dios del universo, y viceversa, el Señor de todo lo que existe es Padre, “Padre mío”. De esta experiencia de sentirse “hijo del Altísimo” brota la alabanza.

Y después Jesús alaba al Padre porque favorece a los pequeños. Es lo que Él mismo experimenta predicando en los pueblos: los “sabios” y los “inteligentes” permanecen desconfiados y cerrados, hacen sus cálculos, mientras que los “pequeños” se abren y acogen el mensaje. Esto solo puede ser voluntad del Padre, y Jesús se alegra.

También nosotros debemos alegrarnos y alabar a Dios porque las personas humildes y sencillas acogen el Evangelio. Cuando veo a la gente sencilla que peregrina, que canta, que alaba, gente que le falta muchas cosas, pero que con humildad adoran a Dios. En el futuro del mundo y en las esperanzas de la Iglesia están los “pequeños”: aquellos que no se consideran mejores que los otros, que son conscientes de los propios límites y de los propios pecados, que no quieren dominar sobre los otros, que, en Dios Padre, se reconocen todos hermanos.

Por lo tanto, en ese momento de aparente fracaso, Jesús reza alabando al Padre. Y su oración nos conduce también a nosotros, lectores del Evangelio, a juzgar de forma diferente nuestras derrotas personales, las situaciones en las que no vemos clara la presencia y la acción de Dios, cuando parece que el mal prevalece y no hay forma de detenerlo. Jesús, que también recomendó mucho la oración de súplica, precisamente en el momento en el que habría tenido motivo de pedir explicaciones al Padre, sin embargo lo alaba.

Alabado, mi Señor

¿A quién sirve la alabanza? ¿A nosotros o a Dios? Un texto de la liturgia eucarística nos invita a rezar a Dios de esta manera: «Aunque no necesitas nuestra alabanza, tú inspiras en nosotros que te demos gracias, para que las bendiciones que te ofrecemos nos ayuden en el camino de la salvación por Cristo, Señor nuestro» (Misal Romano, Prefacio común IV).

La oración de alabanza nos sirve a nosotros. El Catecismo la define así: «Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la gloria» (n. 2639). Paradójicamente debe ser practicada no solo cuando la vida nos colma de felicidad, sino sobre todo en los momentos difíciles, cuando el camino sube cuesta arriba. Alabar es como respirar oxígeno puro.

También es ese el tiempo de la alabanza. Para que aprendamos que a través de esa cuesta, de ese sendero fatigoso, de esos pasajes arduos, se llega a ver un panorama nuevo, un horizonte más abierto. Hay una gran enseñanza en esa oración que desde hace ocho siglos no ha dejado nunca de palpitar, que San Francisco compuso al final de su vida: el “Cántico del hermano sol” o “de las criaturas”.

El Poverello no lo compuso en un momento de alegría, de bienestar, sino al contrario, en medio de las dificultades. Francisco está ya casi ciego, y siente en su alma el peso de una soledad que nunca antes había sentido: el mundo no ha cambiado desde el inicio de su predicación, todavía hay quien se deja destrozar por las riñas, y además siente que se acercan los pasos de la muerte. Podría ser el momento de la decepción extrema y de la percepción del propio fracaso. Pero Francisco en ese instante reza: “Laudato si’, mi Señor...”.

Francisco alaba a Dios por todo, por todos los dones de la creación, y también por la muerte, que con valentía logra llamar “hermana”. Alabar a Dios en los momentos difíciles nos purifica. Los santos y las santas nos demuestran que se puede alabar siempre, en las buenas y en las malas, porque Dios es el Amigo fiel, y su amor nunca falla. El siempre está a nuestro lado, nos espera siempre. Es el centinela, que te guarda. En los momentos difíciles, tengamos la fuerza de alabar al Señor y nos hará mucho bien.

Alabado, mi Señor

Saludo del Papa en español

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy meditamos sobre la oración de alabanza. San Mateo nos relata en su Evangelio que la misión de Jesús, a un cierto punto —después de haber realizado sus primeros milagros y haber enviado a sus discípulos para anunciar el Reino de Dios— atraviesa una crisis. Jesús ve surgir en su entorno hostilidad y desilusión. En medio de esta dificultad, Él no se queja con el Padre, sino que lo glorifica con un himno de júbilo.

En su oración, Jesús exulta de alegría, en primer lugar, por lo que Dios es: Él es su Padre y Señor del universo. Su alabanza brota precisamente de su experiencia de sentirse “hijo del Altísimo”. Y también lo alaba porque escoge a los “pequeños”. No se fija en los “sabios” y “prudentes” que, desconfiando de Él, lo rechazan, sino en los “pequeños y sencillos” que están bien dispuestos a acoger su mensaje con un corazón limpio y humilde. Ellos, los pequeños, no se consideran mejores que los demás, son conscientes de sus propios límites y pecados, no tratan de dominar a los otros, sino que, en Dios Padre, se reconocen hermanos de todos.

La oración de alabanza nos ayuda, no sólo cuando nos sentimos felices, sino sobre todo en los momentos difíciles. Lo vemos, por ejemplo, en el “Cántico de las criaturas”, que san Francisco compuso al final de su vida, cuando experimentó la soledad, el fracaso y todo tipo de privaciones. En esa circunstancia, Francisco alaba a Dios por todo, por la creación e incluso por la muerte, a la que con valentía llega a llamar “hermana”.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor que nos conceda la gracia de ser humildes y de alabarlo en cualquier situación de nuestra vida, también en este tiempo de pandemia, porque sabemos que Él es el amigo fiel que nunca nos abandona y que nos ama sin medida. Que Dios los bendiga.

Alabado mi Señor

Volver arriba