El Papa relega la lectura en la audiencia porque "todavía no estoy bien y la voz no está linda" Francisco: "La gente sencilla es la que sufre la guerra, no quienes la hacen"

Bendición del Papa tras finalizar la audiencia
Bendición del Papa tras finalizar la audiencia RD/Captura

"Sigamos rezando por la grave situación en Israel y palestina. Paz, por favor, paz. Deseo que continúe la tregua en curso en Gaza para que sean liberados todos los rehenes y se garantice el acceso a las necesarias ayudas humanitarias. Escuché a la parroquia de allí, les falta el agua, les falta pan. La gente sufre. La gente sencilla, del pueblo, es la que sufre, no sufren los que hacen la guerra"

Subrayando que "nos encontramos en la primera civilización de la historia que globalmente trata de organizar una sociedad humana sin la presencia de Dios", Francisco invitó a "mirar a nuestra época y a nuestra cultura como a un don. Estas son nuestras y evangelizarlas no significa juzgarlas de lejos, ni tampoco estar en un balcón gritando el nombre de Jesús, sino bajar a la calle"

"Sigamos rezando por la grave situación en Israel y palestina. Paz, por favor, paz. Deseo que continúe la tregua en curso en Gaza para que sean liberados todos los rehenes y se garantice el acceso a las necesarias ayudas humanitarias. Escuché a la parroquia de allí, les falta el agua, les falta pan. La gente sufre. La gente sencilla, del pueblo, es la que sufre, no sufren los que hacen la guerra"

El Papa señaló que "no hay que contraponer al hoy visiones alternativas procedentes del pasado. Tampoco basta con simplemente reiterar convicciones religiosas adquiridas que, por verdaderas que sean, se vuelven abstractas con el paso del tiempo. Una verdad no se vuelve más creíble porque se levante la voz al decirla, sino porque se testimonia con la vida"

Todavía convaleciente de la inflamación pulmonar que le ha obligado a cancelar ayer su esperado viaje apostólico a la CP28 de Dubai este viernes, Francisco compareció este miércoles en el Aula Pablo VI para la audiencia general de los miércoles, pero, al igual que hizo durante el ángelus del pasado domingo, relegó la lectura -"como todavía no estoy bien y la voz no está linda", dijo- en monseñor Filippo Ciampanelli, funcionario de la Secretaría de Estado. Tampoco leyó el breve saludo en español.

Una catequesis en la que ha resonado con fuerza el eco de la Evangelii gaudium, de cuya publicación se acaba de cumplir su décimo aniversario, animando a los cristianos a "estar en los cruces de los caminos de hoy. Salir de ellos significaría empobrecer el Evangelio y reducir la Iglesia a una secta", porque "más que querer reconvertir el mundo de hoy, es necesario convertir la pastoral para que encarne mejor el Evangelio en el hoy" (cf. Evangelii gaudium, 25)

Subrayando que "nos encontramos en la primera civilización de la historia que globalmente trata de organizar una sociedad humana sin la presencia de Dios", Francisco invitó a "mirar a nuestra época y a nuestra cultura como a un don. Estas son nuestras y evangelizarlas no significa juzgarlas de lejos, ni tampoco estar en un balcón gritando el nombre de Jesús, sino bajar a la calle".

En el mismo sentido, el Papa señaló que "no hay que contraponer al hoy visiones alternativas procedentes del pasado. Tampoco basta con simplemente reiterar convicciones religiosas adquiridas que, por verdaderas que sean, se vuelven abstractas con el paso del tiempo. Una verdad no se vuelve más creíble porque se levante la voz al decirla, sino porque se testimonia con la vida".

Francisco, en la catequesis, con monseñor Ciampanelli leyendo el texto
Francisco, en la catequesis, con monseñor Ciampanelli leyendo el texto RD/Captura

Al finalizar los saludos, los ayudantes entregaron un sudo final al Papa, que leyó él mismo, con la voz todavía cansada. "Sigamos rezando por la grave situación en Israel y palestina. Paz, por favor, paz. Deseo que continúe la tregua en curso en Gaza para que sean liberados todos los rehenes y se garantice el acceso a las necesarias ayudas humanitarias. Escuché a la parroquia de allí, les falta el agua, les falta pan. La gente sufre. La gente sencilla, del pueblo, es la que sufre, no sufren los que hacen la guerra. Pidamos la paz y no nos olvidemos del querido pueblo ucraniano, que sufre tanto la terrible guerra. Una guerra esuna terrible derrota, donde todos pierden, todos no, hay un grupo que gana, los fabricantes de armas, que ganan con muerte de los demás", señaló Francisco. 

Finalmente, saludó a los miembros del grupo de artistas del Talento Circense italiano, que actuaron durante unos minutos, alegrando el semblante del Papa, quien también les dirigió unas palabras. "Me gustaría agradecer este momento de alegría, a estos chichos y chicas del circo. El circo expresa una dimensión del alma humana, la alegría gratuita, esa alegría simple, hecha con la mística del juego. Les agradezco muchos que nos hagan reír, pero también nos dan ejemplo de entrenamiento muy fuerte".

En los saludos antes de retirase, Francisco departió unos instantes también con Ernesto Brotóns, obispo de Plasencia.

Francisco saluda a los artistas circenses
Francisco saluda a los artistas circenses RD/Captura

Catequesis en la Audiencia general

Queridos hermanos y hermanas, las veces pasadas hemos visto que el anuncio cristiano es alegría y es para todos; hoy vemos un tercer aspecto: es para hoy. 

Casi siempre se oye hablar mal del hoy. Cierto, entre guerras, cambios climáticos, injusticias planetarias y migraciones, crisis de la familia y de la esperanza, no faltan motivos de preocupación. En general, el hoy parece habitado por una cultura que pone al individuo por encima de todo y la técnica en el centro de todo, con su capacidad de resolver muchos problemas y sus gigantescos progresos en muchos campos. Pero al mismo tiempo esta cultura del progreso técnico-individual lleva a afirmar una libertad que no quiere ponerse límites y se muestra indiferente hacia quien se queda atrás. Y así entrega las grandes aspiraciones humanas a las lógicas a menudo voraces de la economía, con una visión de la vida que descarta a quien no produce y le cuesta mirar más allá del inmanente. Podríamos incluso decir que nos encontramos en la primera civilización de la historia que globalmente trata de organizar una sociedad humana sin la presencia de Dios, concentrándose en enormes ciudades que se mantienen horizontales, aunque tengan rascacielos vertiginosos.

Viene a la mente el pasaje de la ciudad de Babel y de su torre (cfr Gen 11,1-9). En él se narra un proyecto social que prevé sacrificar toda individualidad a la eficiencia de la colectividad. La humanidad habla una sola lengua – podríamos decir que tiene un “pensamiento único” -, está como envuelta en una especie de encanto general que absorbe la unicidad de cada uno en una burbuja de uniformidad. Entonces Dios confunde las lenguas, es decir restablece las diferencias, recrea las condiciones para que puedan desarrollarse unicidades, reanima el múltiple donde la ideología quisiera imponer el único. El Señor aparta a la humanidad también de su delirio de omnipotencia: «hagámonos famosos», dicen exaltados los habitantes de Babel (v. 4), que quieren llegar hasta el cielo, ponerse en el lugar de Dios. Pero son ambiciones peligrosas, alienantes, destructivas, y el Señor, frustrando estas expectativas, protege a los hombres, impidiendo un desastre anunciado. Parece realmente actual este pasaje: también hoy la cohesión, más que la fraternidad y la paz, se basa a menudo en la ambición, en los nacionalismos, la homologación, en estructuras técnico-económicas que inculcan la persuasión que Dios sea insignificante e inútil: no tanto porque se busca un algo más de saber, sino sobre todo por un algo más de poder. Es una tentación que impregna los grandes desafíos de la cultura actual.

En Evangelii gaudium he tratado de describir algunas (cfr nn. 52-75), pero sobre todo he invitado a «una evangelización que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el espacio, y que suscite los valores fundamentales. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades» (n. 74).

En otras palabras, se puede anunciar a Jesús solo habitando la cultura del propio tiempo; y siempre teniendo en el corazón las palabras del apóstol Pablo sobre el hoy: «en el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé» (2 Cor 6,2). Por tanto, no hay que contraponer al hoy visiones alternativas procedentes del pasado. Tampoco basta con simplemente reiterar convicciones religiosas adquiridas que, por verdaderas que sean, se vuelven abstractas con el paso del tiempo. Una verdad no se vuelve más creíble porque se levante la voz al decirla, sino porque se testimonia con la vida.

El celo apostólico nunca es una simple repetición de un estilo adquirido, sino testimonio de que el Evangelio está vivo hoy aquí para nosotros. Conscientes de esto, miramos por tanto a nuestra época y a nuestra cultura como a un don. Estas son nuestras y evangelizarlas no significa juzgarlas de lejos, ni tampoco estar en un balcón gritando el nombre de Jesús, sino bajar a la calle, ir a los lugares donde se vive, frecuentar los espacios donde se sufre, se trabaja, se estudia y se reflexiona, habitar los cruces de los caminos donde los seres humanos comparten lo que tiene sentido para sus vidas. Significa ser, como Iglesia, «levadura de diálogo, de encuentro, de unidad. Además, nuestras formulaciones de fe son fruto de un diálogo y de un encuentro de culturas, comunidades e instancias diferentes. No debemos tener miedo del diálogo: es precisamente la confrontación y la crítica las que nos ayuda a preservar a la teología de transformarse en ideología» (Discurso al V Congreso nacional de la Iglesia italiana, Florencia, 10 de noviembre 2015).

Necesitamos estar en los cruces de los caminos de hoy. Salir de ellos significaría empobrecer el Evangelio y reducir la Iglesia a una secta. Frecuentarlos, sin embargo, nos ayuda a los cristianos a comprender de forma renovada las razones de nuestra esperanza, para extraer y compartir el tesoro de la fe «lo nuevo y lo viejo» (Mt 13,52). En resumen, más que querer reconvertir el mundo de hoy, es necesario convertir la pastoral para que encarne mejor el Evangelio en el hoy (cf. Evangelii gaudium, 25).

Hagamos nuestro el deseo de Jesús: ayudar a nuestros compañeros de viaje a no perder el deseo de Dios, para abrirle el corazón y encontrar al único que, hoy y siempre, dona paz y alegría al hombre.

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