Audiencia General de León XIV El Papa apela a "la reconciliación y el perdón" entre los pueblos "por el bien de la humanidad"
León XIV, en su saludo a los peregrinos polacos, aludió al mensaje que los obispos de Polonia enviaron hace 60 años a los obispos alemanes, titulado "Perdonamos y pedimos perdón"
"¿Qué es, pues, la muerte? ¿Es realmente la última palabra sobre nuestra vida? Solo el ser humano se plantea esta pregunta, porque solo él sabe que debe morir. Pero ser consciente de ello no le salva de la muerte, sino que, en cierto sentido, le «agobia» más que a todas las demás criaturas vivientes".
León XIV retomó con esta pregunta, esta mañana, ante miles de fieles que le escuchaban en una soleada plaza de San Pedro la serie de catequesis que se impartirán a lo largo de este Año Jubilar, "Jesucristo, nuestra esperanza", centrada en esta ocasión en La Resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual. La Pascua de Jesucristo: la respuesta definitiva a la pregunta sobre nuestra muerte.
Recordó el Papa que el misterio de la muerte siempre ha suscitado profundas preguntas en el ser humano, lo que le llevó a practicar ritos funerarios, aunque observa el Pontífice una tendencia diferente, donde "la muerte parece una especie de tabú" e incluso apuntó al surgimiento del transhumanismo, una visión antropológica que "prometen inmortalidad inmanente y teorizan sobre la prolongación de la vida terrenal mediante la tecnología".
En su meditación, el Papa recordó también el libro Preparación para la muerte, de san Alfonso María de Ligorio, donde "reflexiona sobre el valor pedagógico de la muerte, destacando que es una gran maestra de vida", porque "saber que existe y, sobre todo, meditar sobre ella, nos enseña a elegir qué hacer realmente con nuestra existencia". "Rezar, para comprender lo que es beneficioso de cara al reino de los cielos, y dejar ir lo superfluo que, en cambio, nos ata a las cosas efímeras, es el secreto para vivir de forma auténtica, con la conciencia de que el paso por la tierra nos prepara para la eternidad", añadió el papa Prevost.
Con todo, el Papa apuntó que "el acontecimiento de la resurrección de Cristo nos revela que la muerte no se opone a la vida, sino que es parte constitutiva de ella como paso a la vida eterna. La Pascua de Jesús nos hace pregustar, en este tiempo aún lleno de sufrimientos y pruebas, la plenitud de lo que sucederá después de la muerte".
En este sentido, apuntó a "la nueva luz de la Resurrección" que, añadió acto seguido, "solo este acontecimiento es capaz de iluminar hasta el fondo el misterio de la muerte. En esta luz, y solo en ella, se hace realidad lo que nuestro corazón desea y espera: que la muerte no sea el fin, sino el paso hacia la luz plena, hacia una eternidad feliz".
"El Resucitado -concluyó el Papa- nos ha precedido en la gran prueba de la muerte, saliendo victorioso gracias al poder del Amor divino. Así nos ha preparado el lugar del descanso eterno, la casa en la que se nos espera; nos ha dado la plenitud de la vida en la que ya no hay sombras ni contradicciones".
El mensaje de los obispos polacos
A la hora de los saludos a los peregrinos en los diferentes idiomas, Robert F. Prevost aludió a la conferencia dedicada al mensaje de reconciliación que los obispos polacos enviaron a los obispos alemanes hace sesenta años, y que cambió la historia de Europa. "Que las palabras de ese documento —«Perdonamos y pedimos perdón»— sean para los pueblos en conflicto hoy un testimonio de que la reconciliación y el perdón son posibles cuando surgen de un deseo mutuo de paz y de un compromiso compartido, sincero, por el bien de la humanidad".
Finalmente, el Papa mostró su "profunda tristeza por el continuo conflicto entre Tailandia y Camboya", que en los últimos días ha causado víctimas, dirigiendo a todas esas poblaciones su "cercanía en la oración" y pidiendo a todas las partes "cesar el fuego y retomar el diálogo".
Audiencia General
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El misterio de la muerte siempre ha suscitado profundas preguntas en el ser humano. De hecho, parece ser el acontecimiento más natural y, al mismo tiempo, más antinatural que existe. Es natural, porque todos los seres vivos de la tierra mueren. Es antinatural porque el deseo de vida y de eternidad que sentimos para nosotros mismos y para las personas que amamos nos hace ver la muerte como una condena, como un «contrasentido».
Muchos pueblos antiguos desarrollaron ritos y costumbres relacionados con el culto a los muertos, para acompañar y recordar a quienes se encaminaban hacia el misterio supremo. Hoy, en cambio, se observa una tendencia diferente. La muerte parece una especie de tabú, un acontecimiento que hay que mantener alejado; algo de lo que hay que hablar en voz baja, para no perturbar nuestra sensibilidad y tranquilidad. A menudo, por eso, se evita incluso visitar los cementerios, donde descansan aquellos que nos han precedido a la espera de la resurrección.
¿Qué es, pues, la muerte? ¿Es realmente la última palabra sobre nuestra vida? Solo el ser humano se plantea esta pregunta, porque solo él sabe que debe morir. Pero ser consciente de ello no le salva de la muerte, sino que, en cierto sentido, le «agobia» más que a todas las demás criaturas vivientes. Los animales sufren, sin duda, y se dan cuenta de que la muerte está cerca, pero no saben que la muerte forma parte de su destino. No se preguntan por el sentido, el fin o el resultado de la vida.
Al constatar este aspecto, se debería pensar entonces que somos criaturas paradójicas, infelices, no solo porque morimos, sino también porque tenemos la certeza de que este acontecimiento ocurrirá, aunque ignoremos cómo y cuándo. Nos descubrimos conscientes y al mismo tiempo impotentes. Probablemente de ahí provienen las frecuentes represiones, las huidas existenciales ante la cuestión de la muerte.
San Alfonso María de Ligorio, en su famoso escrito titulado Preparación para la muerte, reflexiona sobre el valor pedagógico de la muerte, destacando que es una gran maestra de vida. Saber que existe y, sobre todo, meditar sobre ella nos enseña a elegir qué hacer realmente con nuestra existencia. Rezar, para comprender lo que es beneficioso de cara al reino de los cielos, y dejar ir lo superfluo que, en cambio, nos ata a las cosas efímeras, es el secreto para vivir de forma auténtica, con la conciencia de que el paso por la tierra nos prepara para la eternidad.
Sin embargo, muchas visiones antropológicas actuales prometen inmortalidad inmanente y teorizan sobre la prolongación de la vida terrenal mediante la tecnología. Es el escenario del “transhumanismo”, que se abre camino en el horizonte de los retos de nuestro tiempo. ¿Podría la ciencia vencer realmente a la muerte? Pero entonces, ¿podría la misma ciencia garantizarnos que una vida sin muerte es también una vida feliz?
El acontecimiento de la resurrección de Cristo nos revela que la muerte no se opone a la vida, sino que es parte constitutiva de ella como paso a la vida eterna. La Pascua de Jesús nos hace pregustar, en este tiempo aún lleno de sufrimientos y pruebas, la plenitud de lo que sucederá después de la muerte.
El evangelista Lucas parece captar este presagio de luz en la oscuridad cuando, al final de aquella tarde en la que las tinieblas habían envuelto el Calvario, escribe: «Era el día de la Preparación y ya comenzaba el sábado» (Lc 23,54). Esta luz, que anticipa la mañana de Pascua, ya brilla en la oscuridad del cielo que aún parece cerrado y mudo. Las luces del sábado, por primera y única vez, anuncian el amanecer del día después del sábado: la nueva luz de la Resurrección. Solo este acontecimiento es capaz de iluminar hasta el fondo el misterio de la muerte. En esta luz, y solo en ella, se hace realidad lo que nuestro corazón desea y espera: que la muerte no sea el fin, sino el paso hacia la luz plena, hacia una eternidad feliz.
El Resucitado nos ha precedido en la gran prueba de la muerte, saliendo victorioso gracias al poder del Amor divino. Así nos ha preparado el lugar del descanso eterno, la casa en la que se nos espera; nos ha dado la plenitud de la vida en la que ya no hay sombras ni contradicciones.
Gracias a Él, que murió y resucitó por amor, con San Francisco podemos llamar a la muerte «hermana». Esperarla con la certeza de la resurrección nos preserva del miedo a desaparecer para siempre y nos prepara para la alegría de la vida sin fin.
Traducción no oficial
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