Porque "La esperanza del mañana florece en el dolor de hoy" El Papa lanza a los cristianos a "alimentar la esperanza del mañana aliviando el dolor de hoy"

El Papa, con el báculo de madera, regalo de los pobres
El Papa, con el báculo de madera, regalo de los pobres

"A causa de la pobreza que a menudo están forzados a vivir,  víctimas de la injusticia y de la desigualdad de una sociedad del descarte que corre velozmente sin  tenerlos en cuenta y los abandona sin escrúpulos a su suerte"

"Los que resultan heridos, oprimidos y a veces pisoteados son los pobres, los anillos más frágiles de la  cadena"

"Es hermosa, es evangélica, es joven una Iglesia que sale de sí misma y, como Jesús, anuncia  la buena noticia a los pobres"

El Papa vuelve a fustigar a los integristas: "Nos toca a nosotros superar la cerrazón, la rigidez interior (la tentación de hoy de los restauracionistas que quieren una Iglesia rígida), la tentación de  ocuparnos sólo de nuestros problemas, para enternecernos frente a los dramas del mundo, para  compadecer el dolor"

El Papa Francisco les llama 'la carne de Cristo'. Para ellos, para los pobres puso en marcha la Jornada Mundial y, hoy, se rodeó de 2.000 en una solemne eucaristía en la Basílica de San Pedro. Con dos objetivos. El primero denunciar el “dolor de hoy” de tantos pobres “forzados a vivir,  víctimas de la injusticia y de la desigualdad de una sociedad del descarte que corre velozmente sin  tenerlos en cuenta y los abandona sin escrúpulos a su suerte”. Pero también la “esperanza del mañana”, que “florece en el dolor de hoy”, de la mano de los cristianos, a los que, según Bergoglio, “nos toca organizar la esperanza, traducirla en la vida concreta de  cada día, en las relaciones humanas, en el compromiso social y político”.

La Basílica luce sus mejores galas, como en las grandes ocasiones. El Papa preside rodeado de cardenales, obispos, sacerdotes, voluntarios y pobres. Y con los cantos del coro de la Capilla Sixtina.

Primera lectura (en inglés) del libro del profeta Daniel: “Será un tiempo de angustia...en el que tu pueblo será salvado”.

Segunda lectura (en español) de la carta a los Hebreos: “Cristo está sentado a la diestra del Padre...”

Lectura del Evangelio de Marcos: “Vendrá el Hijo del Hombre sobre las nubes...”

Pobre en San Pedro
Pobre en San Pedro

Y, a continuación, la homilía papal que, además de ser bella y repleta de metáforas llamativas, anuncia la esperanza y denuncia la rigidez de los restauracionistas, que caen en la tentación de ocuparse "sólo de nuestros problemas", mientras los pobres siguen tirados al borde del camino. Samaritanos de Dios y no rígidos sacerdotes.

Homilía del Papa Francisco

Las imágenes que Jesús usa en la primera parte del Evangelio de hoy nos dejan consternados:  el sol se oscurece, la luna deja de brillar, las estrellas caen y los poderes celestiales tiemblan (cf. Mc  13,24-25). Pero, un poco después, el Señor nos abre a la esperanza, precisamente en ese momento de  oscuridad total el Hijo del hombre vendrá (cf. v. 26), y ya en el presente se pueden vislumbrar los  signos de su venida, como cuando se observa una higuera que empieza a brotar porque el verano está  cerca (cf. v. 28).  

Con la ayuda de este Evangelio podemos leer la historia considerando dos aspectos: el dolor  de hoy y la esperanza del mañana. Por una parte, se evocan las dolorosas contradicciones en las que  en cualquier tiempo la realidad humana permanece inmersa; por otra parte, se percibe el futuro de  salvación que le espera, es decir, el encuentro con el Señor que viene para liberarnos de todo mal.  Contemplemos estos dos aspectos con la mirada de Jesús. 

El primer aspecto: el dolor de hoy. Estamos dentro de una historia marcada por tribulaciones,  violencia, sufrimientos e injusticias, esperando una liberación que parece no llegar nunca. Sobre todo,  los que resultan heridos, oprimidos y a veces pisoteados son los pobres, los anillos más frágiles de la  cadena. La Jornada Mundial de los Pobres que estamos celebrando nos pide que no miremos a otra  parte, que no tengamos miedo de ver de cerca el sufrimiento de los más débiles, para quienes el  Evangelio de hoy es muy actual: el sol de sus vidas frecuentemente se oscurece a causa de la soledad,  la luna de sus esperanzas se apaga, las estrellas de sus sueños caen en la resignación y su misma  existencia queda alterada. Todo eso a causa de la pobreza que a menudo están forzados a vivir,  víctimas de la injusticia y de la desigualdad de una sociedad del descarte que corre velozmente sin  tenerlos en cuenta y los abandona sin escrúpulos a su suerte. 

El Papa y su báculo de madera
El Papa y su báculo de madera

Pero, por otra parte, está el segundo aspecto: la esperanza del mañana. Jesús quiere abrirnos a  la esperanza, arrancarnos de la angustia y del miedo frente al dolor del mundo. Por eso afirma que,  justo cuando el sol se oscurece y todo parece que se hunde, Él se hace cercano. En el gemido de  nuestra dolorosa historia, hay un futuro de salvación que empieza a brotar. La esperanza del mañana  florece en el dolor de hoy. Sí, la salvación de Dios no es sólo una promesa del más allá, sino que ya  está creciendo dentro de nuestra historia herida, se abre camino entre las opresiones y las injusticias  del mundo. Precisamente en medio del llanto de los pobres, el Reino de Dios despunta como las  tiernas hojas de un árbol y conduce la historia a la meta, al encuentro final con el Señor, el Rey del  universo que nos liberará de manera definitiva.  

En este momento, preguntémonos, ¿qué se nos pide a nosotros cristianos? Que alimentemos  la esperanza del mañana aliviando el dolor de hoy. La esperanza que nace del Evangelio, en efecto,  no consiste en esperar pasivamente que en el futuro las cosas vayan mejor, sino en realizar hoy de  manera concreta la promesa de salvación de Dios. Hoy, cada día. La esperanza cristiana no es  ciertamente el optimismo beato o adolescente del que espera que las cosas cambien y mientras tanto sigue haciendo su propia vida, sino que es construir cada día, con gestos concretos, el Reino del amor, la justicia y la  fraternidad que inauguró Jesús. La esperanza cristiana sembrada en el samaritano, que se detiene. Párate y siembra esperanza.

A nosotros se nos pide esto: que seamos, en medio de las ruinas  cotidianas del mundo, incansables constructores de esperanza, que seamos luz mientras el sol se  oscurece, que seamos testigos de compasión mientras a nuestro alrededor reina la distracción, que  seamos presencia atenta en medio de la indiferencia generalizada. Testimonio de compasión. Sólo se puede hacer el bien pasando por la compasión. Cercanía, compasón y ternura.

Papa
Papa

Hace poco recordé algo que repetía un obispo cercano a los pobres, don Tonino Bello: «No  podemos limitarnos a esperar, tenemos que organizar la esperanza». Si nuestra esperanza no se  traduce en opciones y gestos concretos de atención, justicia, solidaridad y cuidado de la casa común,  los sufrimientos de los pobres no se podrán aliviar, la economía del descarte que los obliga a vivir en  los márgenes no se podrá cambiar y sus esperanzas no podrán volver a florecer. A nosotros,  especialmente a nosotros cristianos, nos toca organizar la esperanza, traducirla en la vida concreta de  cada día, en las relaciones humanas, en el compromiso social y político. Me hace pensar en el trabajo que hacen tabtos cristianos: organizar la esperanza.

Hay una imagen de la esperanza que Jesús nos ofrece hoy. Es una imagen sencilla e indicativa  al mismo tiempo, se trata de las hojas de la higuera, que brotan sin hacer ruido, señalando que el  verano se acerca. Y estas hojas aparecen, subraya Jesús, cuando las ramas se ponen tiernas (cf. v. 28).  Hermanos, hermanas, esta es la palabra que hace surgir la esperanza en el mundo y que alivia el dolor  de los pobres: la ternura. Nos toca a nosotros superar la cerrazón, la rigidez interior (la tentación de hoy de los restauracionistas que quieren una Iglesia rígida), la tentación de  ocuparnos sólo de nuestros problemas, para enternecernos frente a los dramas del mundo, para  compadecer el dolor.

Como las tiernas hojas del árbol, estamos llamados a absorber la contaminación  que nos rodea y a transformarla en bien. No sirve hablar de los problemas, polemizar, escandalizarnos  —esto lo saben hacer todos—, es necesario imitar a las hojas que, sin llamar la atención, cada día  transforman el aire contaminado en aire puro. Jesús quiere que seamos “transformadores de bien”,  personas que, inmersas en el aire cargado que respiran todos, respondan al mal con el bien (cf. Rm  12,21). Personas que actúan, que parten el pan con los hambrientos, que trabajan por la justicia, que  levantan a los pobres y les restituyen su dignidad. 

Es hermosa, es evangélica, es joven una Iglesia que sale de sí misma y, como Jesús, anuncia  la buena noticia a los pobres (cf. Lc 4,18). Esta es una Iglesia profética, que con su presencia dice a  los desalentados y a los descartados del mundo: “Ánimo, el Señor está cerca, también para ti hay un  verano que brota en el corazón del invierno. También de tu dolor puede resurgir la esperanza”.  Llevemos esta mirada de esperanza al mundo. Llevémosla con ternura a los pobres, sin juzgarlos.  Porque allí, junto a ellos, está Jesús; porque allí, en ellos, está Jesús que nos espera. 

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