"La vejez se desprecia, olvidando que la vida terrenal es un 'inicio' y no una 'conclusión'" El Papa denuncia: "Vivimos en una época en la que el mito de la eterna juventud es una obsesión"

La fuente de la eterna juventud
La fuente de la eterna juventud

"Nuestra época y nuestra  cultura, que muestran una preocupante tendencia a considerar el nacimiento de un hijo como una simple  cuestión de producción y de reproducción biológica del ser humano, cultivan el mito de la eterna juventud  como la obsesión – desesperada – de una carne incorruptible"

"Esperando vencer a la muerte,  podemos mantener vivo el cuerpo con la medicina y los cosméticos, que ralentizan, esconden, eliminan la  vejez"

"El viejo camina  hacia adelante, hacia el destino, hacia el cielo de Dios. La vejez por eso es un tiempo especial para  disolver el futuro de la ilusión tecnocrática de una supervivencia biológica y robótica, pero sobre todo  porque abre a la ternura del vientre creador y generador de Dios"

"Los viejos son los mensajeros del futuro y de la ternura y de la sabiduría de una vida vivida. Adelante y atención a los ancianos"

En su ciclo de catequesis sobre la vejez, el Papa Francisco se apoya en la figura de Nicodemo, uno de los jefes judíos que seguía a Jesús a escondidas, para explicar cómo es posible volver a nacer espiritualmente. La situación actual, según el Papa, es que “vivimos en una época en la que el mito de la eterna juventud es una obsesión” y en la que “la vejez se  desprecia, olvidando que la vida terrenal es un 'inicio' y no una 'conclusión'”, porque caminamos hacia la eternidad y hacia “el cielo de Dios”. Por eso, “la vejez es un tiempo especial para  disolver el futuro de la ilusión tecnocrática de una supervivencia biológica y robótica, pero sobre todo  porque abre a la ternura del vientre creador y generador de Dios”.

Texo íntegro de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Entre las figuras de ancianos más relevantes en los Evangelios está Nicodemo – uno de los jefes  de los Judíos – el cual, queriendo conocer a Jesús, pero a escondidas, fue donde él por la noche (cfr Jn 3,1-21). En la conversación de Jesús con Nicodemo emerge el corazón de la revelación de Jesús y de su  misión redentora, cuando dice: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo  el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (v. 16). 

Nicodemo

Jesús dice a Nicodemo que para “ver el reino de Dios” es necesario “renacer de lo alto” (cfr v. 3). No se trata de empezar de nuevo a nacer, de repetir nuestra venida al mundo, esperando que una nueva  reencarnación abra de nuevo nuestra posibilidad de una vida mejor. Esta repetición no tiene sentido. Es  más, esta vaciaría de todo significado la vida vivida, cancelándola como si fuera un experimento fallido,  un valor caducado, una vacío que perder. No, no es esto. Esta vida es valiosa a los ojos de Dios: nos  identifica como criaturas amadas por Él con ternura. El “nacimiento de lo alto”, que nos consiente  “entrar” en el reino de Dios, es una generación en el Espíritu, un paso entre las aguas hacia la tierra  prometida de una creación reconciliada con el amor de Dios.  

Nicodemo malinterpreta este nacimiento, y cuestiona la vejez como evidencia de su imposibilidad:  el ser humano envejece inevitablemente, el sueño de una eterna juventud se aleja definitivamente, la  consumación es el aterrizaje de cualquier nacimiento en el tiempo. ¿Cómo puede imaginarse un destino  que tiene forma de nacimiento? 

La objeción de Nicodemo es muy instructiva para nosotros. En efecto, podemos invertirla, a la luz  de la palabra de Jesús, en el descubrimiento de una misión propia de la vejez. De hecho, ser viejos no sólo  no es un obstáculo para el nacimiento de lo alto del que habla Jesús, sino que se convierte en el tiempo oportuno para iluminarla, disolviéndolo del equívoco de una esperanza perdida. Nuestra época y nuestra  cultura, que muestran una preocupante tendencia a considerar el nacimiento de un hijo como una simple  cuestión de producción y de reproducción biológica del ser humano, cultivan el mito de la eterna juventud  como la obsesión – desesperada – de una carne incorruptible. ¿Por qué la vejez es – de muchas maneras – despreciada? Porque lleva la evidencia irrefutable de la destitución de este mito, que quisiera hacernos  volver al vientre de la madre, para volver siempre jóvenes en el cuerpo. 

Eterna juventud

La técnica se deja atraer por este mito en todos los sentidos: esperando vencer a la muerte,  podemos mantener vivo el cuerpo con la medicina y los cosméticos, que ralentizan, esconden, eliminan la  vejez. Naturalmente, una cosa es el bienestar, otra cosa es la alimentación del mito. No se puede negar,  sin embargo, que la confusión entre los dos aspectos nos está creando una cierta confusión mental. Se lucha tanto para alcanzar la eterna juventud y parecer joven. Una sabia actriz italiana, la Magnani, cuando le dijeron si quería quitar las arrugas: No las toquéis, porque pasé muchos años para conseguirlas.

La vida en la carne mortal es una bellísima “incompleta”: como ciertas obras de arte que  precisamente en su ser incompletas tienen un encanto único. Porque la vida aquí abajo es “iniciación”, no  cumplimiento: venimos al mundo así, como personas reales, para siempre. Pero la vida en la carne mortal  es un espacio y un tiempo demasiado pequeño para custodiar intacta y llevar a cumplimiento la parte más  valiosa de nuestra existencia en el tiempo del mundo. La fe, que acoge el anuncio evangélico del reino de  Dios al cual estamos destinados, tiene un primer efecto extraordinario, dice Jesús. Esta consiente “ver” el reino de Dios. Nosotros nos volvemos capaces de ver realmente las muchas señales de aproximación de  nuestra esperanza de cumplimiento de lo que, en nuestra vida, lleva la señal del destino para la eternidad  de Dios.  

Las señales son las del amor evangélico, de muchas maneras iluminadas por Jesús. Y si los  podemos “ver”, podemos también “entrar” en el reino, con el paso del Espíritu a través del agua que  regenera.  

La vejez es la condición, concedida a muchos de nosotros, en la cual el milagro de este nacimiento  de lo alto puede ser asimilado íntimamente y hecho creíble para la comunidad humana: no comunica  nostalgia del nacimiento en el tiempo, sino amor por el destino final. En esta perspectiva la vejez tiene  una belleza única: caminamos hacia el Eterno. Nadie puede volver a entrar en el vientre de la madre, ni  siquiera en su sustituto tecnológico y consumista. Sería triste, incluso si fuera posible. El viejo camina  hacia adelante, hacia el destino, hacia el cielo de Dios. El viejo camina con su sabiduría. La vejez por eso es un tiempo especial para  disolver el futuro de la ilusión tecnocrática de una supervivencia biológica y robótica, pero sobre todo  porque abre a la ternura del vientre creador y generador de Dios. Me gusta subrayar esta palabra: la ternura de los viejos. Con qué ternura miran o acarician a sus nietos, que abre la puerta a entender la ternura de Dios. Que el Espíritu nos conceda la  reapertura de esta misión espiritual – y cultural – de la vejez, que nos reconcilia con el nacimiento de lo  alto. Los viejos son los mensajeros del futuro y de la ternura y de la sabiduría de una vida vivida. Adelante y atención a los ancianos.

Abuelos

Saludo del Papa en español

Queridos hermanos y hermanas:  

En la catequesis de hoy reflexionamos sobre la importante figura de un anciano del Nuevo  Testamento: Nicodemo, a quien Jesús le dice que para “ver el Reino de Dios” hay que “renacer de lo  alto”. Nicodemo no entiende sus palabras, y le plantea la imposibilidad de volver a nacer cuando uno  ya es viejo. Pero Jesús se refiere a un nuevo nacimiento en el Espíritu, para el cual la ancianidad no  es un obstáculo, y a que nos dejemos abrazar por la ternura del amor creador de Dios.  

Vivimos en una época en la que el mito de la eterna juventud es una obsesión. La vejez se  desprecia, olvidando que la vida terrenal es un “inicio” y no una “conclusión”; caminamos hacia la  eternidad. En este camino, la fe nos permite “ver” el Reino de Dios. En este sentido, quienes  atraviesan la etapa de la ancianidad pueden descubrir, a la luz del Evangelio, una nueva misión: ser signos e instrumentos del amor de Dios que señalan cuál es la meta definitiva a la que estamos  llamados.  

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Los invito a releer el diálogo de  Jesús con Nicodemo y a preguntarnos cómo estamos viviendo la llamada a “nacer de nuevo”. Pidamos  al Señor que el Espíritu Santo nos haga transmisores de amor y esperanza para quienes nos rodean.  Que Dios los bendiga. Muchas gracias.  

Audiencia
Audiencia

Te regalamos la Praedicate Evangelium + análisis
Volver arriba