La invitación a los jóvenes: no temáis la llamada de Dios El Papa recuerda a los mártires de Chimbote: "Auténticos pastores que muestran la comunión"

Mártires de Chimbote
Mártires de Chimbote

A diez años de la beatificación de los dos franciscanos polacos Michal Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski y del sacerdote italiano Alessandro Dordi, misioneros en Perú y asesinados por odio a la fe en 1991, León XIV envía un mensaje a la comunidad eclesial del país

(Vatican News).- A diez años de la beatificación de los dos franciscanos polacos Michal Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski y del sacerdote italiano Alessandro Dordi, misioneros en Perú y asesinados por odio a la fe en 1991, León XIV envía un mensaje a la comunidad eclesial del país. Siguiendo el ejemplo de los tres beatos, anima al clero «a considerar con generosidad la posibilidad de ofrecerse como fidei donum» y pide a los obispos que «apoyen el ardor» de los jóvenes sacerdotes y «ayuden a las Iglesias más necesitadas».

«Auténticos pastores»: así recuerda León XIV hoy, 6 de diciembre, diez años después de su beatificación, a Michal Tomaszek, Zbigniew Strzalkowski y Alessandro Dordi, sacerdotes misioneros que compartieron la vida de sus comunidades, celebrando la Eucaristía y administrando los sacramentos, organizando la catequesis y apoyando la caridad en contextos de pobreza y violencia.

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León XIV

Son los mártires de Chimbote, asesinados por odio a la fe en 1991, después de haber decidido permanecer entre su «rebaño» allí donde ejercían su ministerio. Los dos frailes polacos fueron asesinados el 9 de agosto después de la misa celebrada en la iglesia parroquial de Pariacoto. Un comando de la organización terrorista Sendero Luminoso irrumpió en ella, los secuestró y, tras un interrogatorio, los asesinó en la pequeña aldea de Pueblo Viejo. A manos de los mismos guerrilleros, tras una serie de intimidaciones, la noche del 25 de agosto murió el sacerdote italiano Dordi, que fue emboscado cuando regresaba a la casa parroquial. Murió a tiros, cerca de Rinconada.

Dedicación y amor por el pueblo

En su mensaje a la Iglesia peruana, el Papa destaca que el carisma personal de cada uno de estos misioneros no fue motivo de orgullo a nivel personal, sino que fue gastado como una única ofrenda de amor al Señor y a su pueblo, al igual que su sangre. La autoridad de la vida entregada, precisa León, muestra lo que es la verdadera comunión: tantos orígenes, tantos estilos, tantos contextos, tantos dones... pero «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios Padre de todos», como escribía San Pablo.

Cada uno tenía una forma única de acercarse a las personas y de vivir el ministerio. Pero en Perú esta diversidad no generó distancia; al contrario, se convirtió en una contribución. En Pariacoto y en la región de Santa compartieron el mismo celo, la misma dedicación y el mismo amor por la gente, en particular por los más necesitados, llevando en el corazón, con afecto pastoral, las preocupaciones y los sufrimientos de los habitantes de aquellas tierras.

Mártires de Chimbote

Historias diferentes unidas por Cristo

En una época marcada por sensibilidades diferentes en la que, observa León XIV, se cae fácilmente en «dicotomías o dialécticas estériles», los beatos de Chimbote recuerdan que «el Señor es capaz de unir lo que nuestra lógica humana tiende a separar». Vuelve así el tema querido por el Pontífice: la unidad. A este respecto, cita la Lumen gentium, donde subraya que lo que nos une no es la plena coincidencia de opiniones, sino la decisión de conformar nuestra opinión a la de Cristo. Luego, el testimonio personal de la misión:

Habiendo servido también en ese querido país, encuentro en ellos algo profundamente familiar para quien ha vivido la misión y, al mismo tiempo, esencial para toda la Iglesia: la comunión que nace cuando historias tan diferentes se dejan reunir por Cristo y en Cristo, de modo que lo que cada uno es y aporta —sin dejar de ser él mismo— acaba confluyendo en un único testimonio del Evangelio para el bien y la edificación del pueblo de Dios.

El paso decisivo que necesita la Iglesia: volver a Jesús

El Sucesor de Pedro aprovecha el aniversario de la beatificación para invitar a la Iglesia de Chimbote a renovar su disponibilidad para el apostolado. Y, en general, para la Iglesia de hoy, una advertencia: ante los peligros, es necesario recordar que «la historia no está cerrada ni es ajena a la gracia».

Hoy, ante los desafíos pastorales y culturales que afronta la Iglesia, su memoria nos pide un paso decisivo: volver a Jesucristo como medida de nuestras opciones, de nuestras palabras y de nuestras prioridades. Volver a Él con esa firmeza de corazón que no retrocede, ni siquiera cuando la fidelidad al Evangelio reclama el don de la propia vida. Solo cuando Él es el punto de referencia, la misión recupera su forma propia y la Iglesia recuerda la razón por la que existe.

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La invitación a los jóvenes: no temáis la llamada de Dios

Por último, el Papa se dirige a los jóvenes invitándoles a ser dóciles a la llamada de Dios, tal y como lo fueron los tres beatos. La enseñanza que se puede extraer de sus vidas es precisamente una exhortación a no considerarse frágiles solo por ser jóvenes: «La fecundidad de la misión —precisa el Pontífice— no depende de la duración del camino, sino de la fidelidad con la que se recorre».

¡Jóvenes, no temáis la llamada del Señor! Ya sea al sacerdocio, a la vida consagrada o incluso a la misión ad gentes, para ir allí donde Cristo aún no es conocido. Invito también al clero, especialmente a los sacerdotes jóvenes, a considerar con generosidad la posibilidad de ofrecerse como fidei donum, siguiendo el ejemplo del beato Alessandro; y animo a los obispos a apoyar el ardor de los sacerdotes jóvenes y a socorrer a las Iglesias más necesitadas mediante el envío fraterno de ministros que extiendan la caridad pastoral de Cristo allí donde es más necesaria.

Mártires de Chimbote

Mensaje íntegro del Papa

A los hermanos y hermanas de la Iglesia que peregrina en Chimbote,  

y a cuantos se unen a esta acción de gracias: 

En el décimo aniversario de la beatificación de los mártires de Chimbote —los beatos Michał  Tomaszek, Zbigniew Strzałkowski y Alessandro Dordi— deseo unirme a la gratitud de la Iglesia en  Perú, en Polonia, en Italia y en otros tantos lugares donde su recuerdo permanece como estímulo de  fidelidad. 

Estos tres sacerdotes misioneros compartieron la vida de sus comunidades, celebrando la  Eucaristía y administrando los sacramentos, organizando la catequesis y sosteniendo la caridad en  contextos de pobreza y violencia. En 1991, tras haber decidido permanecer donde desempeñaban su  ministerio y en medio del rebaño como auténticos pastores, fueron asesinados por odio a la fe. 

En realidad, ya antes de su muerte, la vida misionera de cada uno dejaba entrever el mensaje  esencial del cristianismo. Eran tres sacerdotes claramente distintos: dos jóvenes frailes franciscanos  polacos y un presbítero diocesano italiano. Llevaban consigo lenguas, culturas, formaciones,  carismas, espiritualidades y modos de proceder diferentes. Cada cual tenía una manera única de  acercarse a las personas y de vivir el ministerio. Pero en el Perú esa diversidad no generó distancia;  al contrario, se volvió un aporte. En Pariacoto y en la región del Santa compartieron el mismo celo,  la misma entrega y el mismo amor a la gente —particularmente a los más necesitados— llevando en  el corazón, con afecto pastoral, las preocupaciones y los sufrimientos de los habitantes de esas tierras. 

Habiendo servido también en ese querido país, encuentro en ellos algo profundamente familiar  para quien ha vivido la misión, y al mismo tiempo esencial para toda la Iglesia: la comunión que nace cuando historias tan distintas se dejan reunir por Cristo y en Cristo, de modo que lo que cada uno es  y aporta —sin dejar de ser propio— termina confluyendo en un único testimonio del Evangelio para  el bien y la edificación del pueblo de Dios. 

Por eso creo firmemente que sus vidas, así como su martirio, pueden ser hoy una llamada a la  unidad y a la misión para la Iglesia universal. En un tiempo marcado por sensibilidades diversas en  el que con facilidad se cae en dicotomías o dialécticas estériles, los Beatos de Chimbote nos recuerdan  que el Señor es capaz de unir lo que nuestra lógica humana tiende a separar. No es la plena  coincidencia de pareceres lo que nos une, sino la decisión de conformar nuestro parecer con el de  Cristo (cf. Lumen gentium, 13). 

La sangre de los mártires no se derramó al servicio de proyectos o ideas personales, sino como  una única entrega de amor al Señor y a su pueblo. Su martirio nos muestra —con la autoridad de la  vida ofrecida— qué es la verdadera comunión: tantas procedencias, tantos estilos, tantos contextos,  tantos dones… pero «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos que  está sobre todos, por todos y en todos» (Ef 4,5-6). 

Hoy, frente a los desafíos pastorales y culturales que la Iglesia atraviesa, su memoria nos pide  un paso decisivo: volver a Jesucristo como medida de nuestras opciones, de nuestras palabras y de  nuestras prioridades. Volver a Él con aquella firmeza del corazón que no retrocede, ni siquiera cuando  la fidelidad al Evangelio reclama el don de la propia vida. Sólo cuando Él es el punto de referencia,  la misión recupera su forma propia y la Iglesia recuerda el motivo por el que existe: «Ella existe para  evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los  pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y  resurrección gloriosa» (S. PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 14). 

Que este aniversario sea para la Iglesia de Chimbote una ocasión para renovar la  disponibilidad al apostolado. Exhorto a las comunidades que acogieron a estos mártires a que  continúen hoy la misión por la que ellos dieron su vida, la de anunciar a Jesús con palabras y con  obras, manteniendo la fe en medio de las dificultades, sirviendo con humildad a los más frágiles y  manteniendo encendida la esperanza incluso cuando la realidad se vuelve ardua. Y cuando el ánimo  vacile ante los peligros, recuerden que la historia no está cerrada ni es ajena a la gracia (cf. Rm 8,28);  donde hay testigos fieles —como estos sacerdotes y tantos otros— el futuro se abre, porque es Cristo  mismo quien sigue actuando en su Iglesia y conduciendo la historia hacia la plenitud de su Reino. Y  ante Él, ni siquiera la muerte tiene la última palabra (cf. Ap 1,18). 

Quisiera concluir con una palabra dirigida a los jóvenes del Perú, a los de Polonia, de Italia y  del mundo entero. El testimonio de los mártires de Chimbote muestra que la vida da frutos en la  medida en que se abre a la llamada de Dios. Michał tenía apenas treinta años y Zbigniew treinta y  tres; llevaban sólo unos pocos años de ministerio, y sin embargo en esa juventud que a veces se  considera inexperta o frágil, Dios le recordó una vez más a su Iglesia que la fecundidad de la misión  no depende de la duración del camino, sino de la fidelidad con que se recorre. 

Desde esta certeza brota también mi invitación. Jóvenes, ¡no teman la llamada del Señor! Sea  al sacerdocio, a la vida consagrada o incluso a la misión ad gentes, para ir allí donde Cristo aún no es  conocido. Invito también al clero —especialmente a los sacerdotes jóvenes— a considerar con  generosidad la posibilidad de ofrecerse como fidei donum, siguiendo el ejemplo del beato Alessandro;  y motivo a los obispos, a sostener el ardor de los sacerdotes jóvenes y a socorrer a las Iglesias más  necesitadas mediante el envío fraterno de ministros que prolonguen la caridad pastoral de Cristo allí  donde más se requiere. 

Que la memoria de estos testigos ilumine el camino de la Iglesia que peregrina en Chimbote  y de cuantos, en todo el mundo, desean seguir e imitar a nuestro Salvador con corazón generoso. Con  estos deseos, confiándolos a la maternal protección de la Bienaventurada Virgen María, Reina de los  mártires, les imparto de corazón mi Bendición. 

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