Francisco invita en estos días a "una liturgia doméstica, con el crucifijo y el evangelio" El Papa reconoce que, ante la pandemia, “podríamos pensar que Dios está ausente, que no se interesa por nosotros y por nuestro sufrimiento”

La cruz, signo de la omnipotencia de Dios
La cruz, signo de la omnipotencia de Dios

"Dios es omnipotente en el amor, y no de otra manera"

"En la cruz. Allí aprendemos los rasgos del rostro de Dios"

"Jesús no quiere que se le malinterprete, no quiere que la gente confunda al verdadero Dios, que es el amor humilde, con un dios falso, un dios mundano que da un espectáculo y se impone por la fuerza"

"Pero el poder de este mundo pasa, mientras que el amor permanece. Sólo el amor guarda la vida que tenemos, porque abraza nuestras debilidades y las transformaciones"

En la audeincia del miércoles santos, en la biblioteca vaticana, el Papa Francisco responde a las preguntas sobre Dios que se está haciendo la gente en estos días de cuarentena por la pandemia: "¿qué hace Él ante nuestro dolor? ¿Dónde está Él cuando todo sale mal? ¿Por qué no resuelve nuestros problemas rápidamente?". La respuesta es que "dios es omnipotente en el amor, y no de otra manera" y que sólo en la cruz "aprendemos los rasgos del rostro de Dios". Jesús nos muestra al verdadero Dios, que es amor, "no un dios mundano que da espectáculo y se impone por la fuerza".

Evangelio de Marcos: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Catequesis del Papa (traducción propia)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En estas semanas de aprensión sobre la pandemia que está haciendo sufrir al mundo, entre las tantas preguntas que nos hacemos, también puede haber preguntas sobre Dios: ¿qué hace Él ante nuestro dolor? ¿Dónde está Él cuando todo sale mal? ¿Por qué no resuelve nuestros problemas rápidamente? Son preguntas que nos hacemos sobre Dios.

El Papa, en la audiencia
El Papa, en la audiencia

El relato de la Pasión de Jesús, que nos acompaña en estos días santos, nos ayuda. Allí también, de hecho, muchas preguntas se espesan. El pueblo, después de haber acogido a Jesús triunfalmente en Jerusalén, se preguntaba si finalmente liberaría al pueblo de sus enemigos (cf. Lc 24,21). Esperaban un poderoso y triunfante Mesías con la espada. En su lugar, llega uno sencillo y humilde de corazón, llamando a la conversión y a la misericordia. Y es precisamente la multitud, que antes lo había alabado, la que gritó: "¡Sea crucificado! (Mt 27:23). Los que lo siguieron, confundidos y asustados, lo abandonaron. Pensaron: si este es el destino de Jesús, el Mesías no es Él, porque Dios es fuerte e invencible.

Pero si seguimos leyendo la historia de la Pasión, encontramos un hecho sorprendente. Cuando Jesús muere, el centurión romano, que era pagano y que le había visto sufrir en la cruz, que le había oído perdonar a todos, que había tocado su amor sin medida, dice: "Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios" (Mc 15,39). Dice lo contrario de los otros. Dice que realmente hay un Dios allí.

Preguntémonos hoy: ¿cuál es el verdadero rostro de Dios? Normalmente proyectamos en Él lo que somos, con el máximo poder: nuestro éxito, nuestro sentido de la justicia, e incluso nuestra indignación. Pero el Evangelio nos dice que Dios no es así. Él es diferente y no podríamos conocerlo con nuestra propia fuerza. Por eso se acercó a nosotros, vino a nuestro encuentro y precisamente en la Pascua se reveló completamente. ¿Dónde? En la cruz. Allí aprendemos los rasgos del rostro de Dios. Porque la cruz es la cátedra de Dios. Nos hará bien mirar al Crucificado en silencio y ver quién es nuestro Señor: el que no señala a nadie con el dedo, sino que abre los brazos a todos; el que no nos aplasta con su gloria, sino que se deja desnudar por nosotros; el que no nos ama con palabras, sino que nos da la vida en silencio; el que no nos obliga, sino que nos libera; el que no nos trata como a extraños, sino que toma sobre sí nuestro mal, nuestros pecados. Para liberarnos de los prejuicios sobre Dios, veamos al Crucificado. Y luego abrimos el Evangelio. Estos días, todos en cuarentena y en casa, cojamos el crucifijo y el Evangelio en la mano. Esta será, para nosotros, como una gran liturgia doméstica, dado que no podemos ir a las iglesias estos días.

Centurión romano

En el Evangelio leemos que cuando la gente va a Jesús para hacerlo rey, por ejemplo después de la multiplicación de los panes, él se va (cf. Jn 6:15). Y cuando los demonios quieren revelar su divina majestad, los silencia (cf. Mc 1, 24-25). ¿Por qué? Porque Jesús no quiere que se le malinterprete, no quiere que la gente confunda al verdadero Dios, que es el amor humilde, con un dios falso, un dios mundano que da un espectáculo y se impone por la fuerza. No es un ídolo. En cambio, cuando en el Evangelio se proclama solemnemente la identidad de Jesús... Cuando el centurión dice: "Verdaderamente era el Hijo de Dios". Se dice allí, tan pronto como dio su vida en la cruz, porque ya no se puede equivocar: se ve que Dios es omnipotente en el amor, y no de otra manera. Es su naturaleza, así es como está hecho. Él es el amor.

Podrías objetar: "¿Qué puedo hacer con un Dios tan débil? Preferiría un Dios fuerte y poderoso". Pero el poder de este mundo pasa, mientras que el amor permanece. Sólo el amor guarda la vida que tenemos, porque abraza nuestras debilidades y las transforma. Es el amor de Dios que en la Pascua sanó nuestro pecado con su perdón, que hizo de la muerte un pasaje de vida, que cambió nuestro miedo en confianza, nuestra angustia en esperanza. La Pascua nos dice que Dios puede convertir todo en bien. Que con Él podemos confiar verdaderamente en que todo estará bien. Y estos no es una ilusión, sino una verdad, como su muerte y su resurrección. Por eso en la mañana de Pascua se nos dice: "¡No tengas miedo!" (cf. Mt 28,5). Y las angustiosas preguntas sobre el mal no se desvanecen de repente, sino que encuentran en el Resucitado la base sólida que nos permite no naufragar.

Queridos hermanos y hermanas, Jesús cambió la historia al acercarse a nosotros y la convirtió, aunque todavía marcada por el mal, en una historia de salvación. Al ofrecer su vida en la Cruz, Jesús también conquistó la muerte. Desde el corazón abierto del Crucificado, el amor de Dios llega a cada uno de nosotros. Podemos cambiar nuestras historias acercándonos a Él, aceptando la salvación que nos ofrece. Abramos todo nuestro corazón a Él en la oración. Con el crucifijo y el Evangelio: La liturgia doméstica. Dejemos que su mirada esté sobre nosotros. Comprenderemos que no estamos solos, sino que somos amados, porque el Señor no nos abandona y nunca nos olvida. Nunca. Y con estos pensamientos, les deseo una santa Semana y una santa Pascua.

Crucifijo y evangelio
Crucifijo y evangelio

Saludo del Papa en español

Queridos hermanos y hermanas: En este tiempo de preocupación por la pandemia que está afectando al mundo, podríamos pensar que Dios está ausente, que no se interesa por nosotros y por nuestro sufrimiento. Ante estas preguntas que afligen nuestro corazón, nos ayuda la narración de la Pasión de Jesús, que nos acompaña en estos días santos. La Pasión nos habla de un Jesús pacífico, indefenso, no de un Mesías potente y vencedor, como se lo imaginaban sus seguidores que, confundidos y asustados, lo abandonaron.

Cuando Jesús muere es el centurión romano, que había sido testigo de sus sufrimientos en la cruz, de su perdón y de su amor infinito, quien declara: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios»: con estas palabras manifiesta que, en esa aparente derrota, Dios está presente verdaderamente. A Dios no es posible conocerlo y alcanzarlo con nuestro esfuerzo personal. Es Él quien ha venido a nuestro encuentro y se nos ha revelado en el misterio pascual de Jesús. Contemplando a Jesús en la cruz vemos el rostro de Dios, que se revela como es: Omnipotente, pero en el amor, porque Él es amor; que no condena, sino que abre sus brazos para abrazar nuestra fragilidad, y la transforma dándonos vida nueva.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. En estos días santos en que conmemoramos la Pasión del Señor Jesús, que con su cruz ha vencido a la muerte y nos ha dado vida, pidámosle con fe que convierta nuestro miedo en confianza, nuestra angustia en esperanza y nos haga experimentar la cercanía de su amor infinito. Que el Crucificado nos conceda ser cada vez más hermanos y nos sostenga con su presencia. Que Dios los bendiga.

El Papa, en la audiencia
El Papa, en la audiencia

Volver arriba