"Dejémonos provocar por los rostros de los niños, hijos de emigrantes desesperados" El Papa recuerda su reciente viaje a Chipre y Grecia: “Ante los emigrantes no podemos callar ni mirar para otro lado”

Francisco, el Papa que mira a los ojos
Francisco, el Papa que mira a los ojos

"Entremos dentro de su sufrimiento para reaccionar a nuestra indiferencia. Miremos sus rostros para despertarnos del sueño de la costumbre"

"María Inmaculada no tiene ojos para sí  misma. Aquí está la verdadera humildad: no tener ojos para uno mismo, sino para Dios y para los demás"

"Pidámosle a la Virgen una gracia: que nos libre de la idea engañosa de que una cosa es el  Evangelio y otra la vida"

Tras darse un madrugón para ponerse a los pies de la estatua de la Virgen Inmaculada de la Plaza de España en Roma, el Papa Francisco rezó el ángelus desde la ventana, para recordar que la Imaculada “está llena de gracia” o “vacía de maldad” y, por eso, “no tiene ojos para sí misma”, sino sólo para Dios. Según Francisco, la humildad es el camino de la sntidad, porque “el Señor, para hacer  maravillas, no necesita grandes medios ni nuestras sublimes habilidades, sino nuestra humildad”. Y tras asegurar que “¡el Señor  nos ha dado a todos un buen paño para tejer la santidad en la vida diaria!”, nos insta a pedirle a la Inmaculada la gracia de “que nos libre de la idea engañosa de que una cosa es el  Evangelio y otra la vida”.

En los saludos tras el ángelus, el Papa repasó su reciente viaje a Chipre y Grecia. A la isla volvió a llamarla "perla del Mediterráneo", pero perla herida por "las alambradas y los muros". Agradecoió vivamente la acogida de ambos pueblos, de sus autoridades y de los patriarcas respecticos, Crisóstomo y Jerónimo. Y volvió a expresar su profunda impresión después de "mirar a los ojos" a los emigrantes y a sus hijos. Por eso, volvió a repetir que, ante su situación, "no podemos callar ni mirar para otro lado".

Francisco acaricia a un niño en Lesbos
Francisco acaricia a un niño en Lesbos

Y proclamó con una mezcla de dolor y esperanza: "Por favor, miremos a los ojos de los descartados que encontremos. Dejémonos provocar por los rostros de los niños, hijos de emigrantes desesperados. Entremos dentro de su sufrimiento para reaccionar a nuestra indiferencia. Miremos sus rostros para despertarnos del sueño de la costumbre".

Las palabras del Papa en la oración del Ángelus 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

El Evangelio de la Liturgia de hoy, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María,  nos hace entrar en su casa de Nazaret, donde recibe el anuncio del ángel (cf. Lc 1,26-38). Una persona se  revela mejor en su hogar que en otras partes. Y precisamente en esa intimidad doméstica el Evangelio nos da un detalle que revela la belleza del corazón de María. 

El ángel la llama «llena de gracia». Si está llena de gracia, significa que la Virgen está vacía de  maldad, es sin pecado, Inmaculada. Ahora, ante este saludo María —dice el texto— «se conturbó» (Lc 1,29). No solo está sorprendida, sino también turbada. Recibir grandes elogios, honores y cumplidos a  veces tiene el riesgo de despertar el orgullo y la presunción. Recordemos que Jesús no es tierno con los  que van en busca del saludo en las plazas, de la adulación, de la visibilidad (cf. Lc 20, 46). María, en  cambio, no se enaltece, sino que se turba; en lugar de sentirse halagada, siente asombro. El saludo del  ángel le parece más grande que ella. ¿Por qué? Porque se siente pequeña por dentro, y esta pequeñez, esta  humildad atrae la mirada de Dios. 

Así, entre las paredes de la casa de Nazaret vemos un rasgo maravilloso del corazón de María: tras  recibir el más alto de los cumplidos, se turba porque siente dirigido a ella lo que no se atribuía a sí misma. De hecho, María no se atribuye prerrogativas, no reclama nada, no atribuye nada a su mérito. No siente  autocomplacencia, no se exalta. Porque en su humildad sabe que todo lo recibe de Dios. Por tanto, está  libre de sí misma, completamente orientada a Dios y a los demás.

El Papa y la Inmaculada

María Inmaculada no tiene ojos para sí  misma. Aquí está la verdadera humildad: no tener ojos para uno mismo, sino para Dios y para los demás. Recordemos que esta perfección de María, la llena de gracia, la declara el ángel dentro de las paredes de  su casa: no en la plaza principal de Nazaret, sino allí, en el ocultamiento, en la mayor humildad. En esa  casita de Nazaret palpitaba el corazón más grande que una criatura haya tenido jamás.

Queridos hermanos  y hermanas, ¡esta es una noticia extraordinaria para nosotros! Porque nos dice que el Señor, para hacer  maravillas, no necesita grandes medios ni nuestras sublimes habilidades, sino nuestra humildad, nuestra  mirada abierta a Él y a los demás. Con ese anuncio, dentro de las pobre paredes de una pequeña casa,  Dios cambió la historia. También hoy quiere hacer grandes cosas con nosotros en la vida de todos los  días: en la familia, en el trabajo, en los ambientes cotidianos. Ahí, más que en los grandes  acontecimientos de la historia, ama obrar la gracia de Dios. Pero, me pregunto, ¿lo creemos? ¿O  pensamos que la santidad es una utopía, algo para los expertos, una ilusión piadosa incompatible con la  vida ordinaria? 

Pidámosle a la Virgen una gracia: que nos libre de la idea engañosa de que una cosa es el  Evangelio y otra la vida; que nos encienda de entusiasmo por el ideal de santidad, que no es una cuestión  de estampitas, sino de vivir cada día lo que nos sucede con humildad y alegría, libres de nosotros  mismos, con la mirada puesta en Dios y en el prójimo que encontramos. No nos desanimemos: ¡el Señor  nos ha dado a todos un buen paño para tejer la santidad en la vida diaria! Y cuando nos asalte la duda de  no lograrlo, la tristeza de ser inadecuados, dejémonos mirar por los "ojos misericordiosos" de la Virgen,  ¡porque nadie que ha pedido su ayuda ha sido abandonado jamás! 

El Papa y la Inmaculada

Saludos tras el ángelus

"Hace dos días, regresé del viaje a Chipre y a Grecia. Doy gracias al Señor por este peregrinaje. Os doy las gracias a todos por la oración que me acompañó y a las poblaciones de esos dos países, con sus autoridades civiles y religiosas, por el afecto y la gentileza con la que me acogieron.A todos repito: gracias.

Chipres es una perla en el Mediterráneo. Una perla de rara belleza y que, sin embargo, lleva a cuestas la herida de las alambradas y el dolor por un muro que la divide.

En Chipre me sentí en familia. En todos encontré a hermanos y hermanas. Conservo en el corazón todos los encuentros, especialmente la misa en el estadio de Nicosia.Me conmovió el querido hermano ortodoxo Crisóstomos, cuando me habló de la Iglesia madre.Los cristianos recorremos caminos diversos, pero somos todos hijos de la Iglesia de Jesús, que es madre y nos acompaña, nos guarda, nos invita a caminar unidos, todos hermanos.

Mi deseo para Chipre es que sea siempre un laboratorio de fraternidad, donde el encuentro prevalezca sobre la confrontación, donde se acoge al hermano, sobre todo cuando es pobre, descartado o emigrante.

Repito que ante la historia y ante el rostro de los que emigran no podemos callar, no podemos mirar para otro lado.

Pap y Jerónimo

En Chipre como en Lesbos, pude mirar a los ojos de este sufrimiento. Por favor, miremos a los ojos de los descartados que encontremos. Dejémonos provocar por los rostros de los niños, hijos de emigrantes desesperados. Entremos dentro de su sufrimiento para reaccionar a nuestra indiferencia. Miremos sus rostros para despertarnos del sueño de la costumbre.

Pienso también con gratitud en Grecia, donde recibí una acogida fraterna. En Atenas, me sentí inmerso en la grandeza de la Historia. En la memoria de Europa: Humanismo, democracia, sabiduría, fe. Allí sentí la mística del juntos en el encuentro con los hermanos obispos y la comunidad católica en la misa festiva y con los jóvenes venidos de tantas partes, para vivir y conviri la alegría del Evangelio.

También viví el don de abrazar al querido hermano arzobispo ortodoxo Jerónimo. Primero, me acogió en su casa y, después, vino a verme. Guardo en el corazón esta fraternidad. Confío a la madre de Dios tantas semillas de encuentro y de esperanza que el Señor sembró durante esta peregrinación. Les pido que sigan rezando para que germinen en la paciencia y florezcan en la fe”

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