"Nuestra época necesita testigos de esperanza, de belleza, de verdad: vosotros, con vuestra labor artística, podéis serlo" El Papa rodeado de estrellas: "Que vuestro cine siga siendo siempre un lugar de encuentro, un hogar para quienes buscan sentido, un lenguaje de paz"

El Papa saluda a Blanchet
El Papa saluda a Blanchet

"Os saludo con alegría, queridos amigos y amigas, y saludo con gratitud lo que el cine representa: un arte popular en el sentido más noble, que nace para todos y habla a todos"

"Me conforta pensar que el cine no es solo moving pictures: ¡es poner en movimiento la esperanza!"

"El cine es mucho más que una simple pantalla: es una encrucijada de deseos, recuerdos y preguntas. Es una búsqueda sensible donde la luz perfora la oscuridad y la palabra se encuentra con el silencio"

"Las estructuras culturales como los cines y los teatros son el corazón palpitante de nuestros territorios, porque contribuyen a su humanización"

Esta mañana, en el Palacio Apostólico Vaticano, León XIV recibió en audiencia a los representantes del mundo del cine, a los que agradeció lo que hacen, porque "el cine es un arte popular en el sentido más noble, que nace para todos y habla a todos" y, por eso, "pone en movimiento la esperanza".

El cine, añadió el Papa, es "más que una simple pantalla" y León XIV recordó que, a veces, parece estar en peligro su propia existencia, cuando "las estructuras culturales como los cines y los teatros son el corazón palpitante de nuestros territorios, porque contribuyen a su humanización". Y concluyó Prevost: "Nuestra época necesita testigos de esperanza, de belleza, de verdad: vosotros, con vuestra labor artística, podéis serlo".

Creemos. Crecemos. Contigo

El Papa, con el mundo del cine
El Papa, con el mundo del cine

Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas,

el cine es un arte joven, soñador y un poco inquieto, aunque ya tiene más de cien años. Precisamente en estos días cumple ciento treinta años, contando desde aquella primera proyección pública, realizada por los hermanos Lumière el 28 de diciembre de 1895 en París. Inicialmente, el cine parecía un juego de luces y sombras, para divertir e impresionar. Pero muy pronto, esos efectos visuales supieron manifestar realidades mucho más profundas, hasta convertirse en expresión de la voluntad de contemplar y comprender la vida, de contar su grandeza y fragilidad, de interpretar su nostalgia de infinito.

Os saludo con alegría, queridos amigos y amigas, y saludo con gratitud lo que el cine representa: un arte popular en el sentido más noble, que nace para todos y habla a todos. Es hermoso reconocer que, cuando la linterna mágica del cine se enciende en la oscuridad, se enciende simultáneamente la mirada del alma, porque el cine sabe asociar lo que parece ser solo entretenimiento con la narración de la aventura espiritual del ser humano. Una de las contribuciones más valiosas del cine es precisamente la de ayudar al espectador a volver a sí mismo, a mirar con nuevos ojos la complejidad de su propia experiencia, a volver a ver el mundo como si fuera la primera vez y a redescubrir, en este ejercicio, una parte de esa esperanza sin la cual nuestra existencia no está completa. Me conforta pensar que el cine no es solo moving pictures: ¡es poner en movimiento la esperanza!

 Entrar en una sala de cine es como cruzar un umbral. En la oscuridad y el silencio, el ojo vuelve a estar atento, el corazón se deja alcanzar, la mente se abre a lo que aún no había imaginado. En realidad, ustedes saben que su arte requiere concentración. Con sus obras, ustedes dialogan con quienes buscan ligereza, pero también con quienes llevan en su corazón una inquietud, una búsqueda de sentido, de justicia, de belleza. Hoy en día, vivimos con las pantallas digitales siempre encendidas. El flujo de información es constante. Pero el cine es mucho más que una simple pantalla: es una encrucijada de deseos, recuerdos y preguntas. Es una búsqueda sensible donde la luz perfora la oscuridad y la palabra se encuentra con el silencio. En la trama que se desarrolla, la mirada se educa, la imaginación se expande e incluso el dolor puede encontrar un sentido.

Las estructuras culturales como los cines y los teatros son el corazón palpitante de nuestros territorios, porque contribuyen a su humanización. Si una ciudad está viva es también gracias a sus espacios culturales: debemos habitarlos, construir relaciones en ellos, día tras día. Pero las salas de cine están sufriendo una preocupante erosión que las está alejando de las ciudades y los barrios. Y no son pocos los que dicen que el arte del cine y la experiencia cinematográfica están en peligro. Invito a las instituciones a no resignarse y a cooperar para afirmar el valor social y cultural de esta actividad.

El Papa, con el mundo del cine
El Papa, con el mundo del cine

La lógica del algoritmo tiende a repetir lo que «funciona», pero el arte abre la puerta a lo que es posible. No todo tiene que ser inmediato o predecible: defiendan la lentitud cuando sea necesario, el silencio cuando hable, la diferencia cuando provoque. La belleza no es solo evasión, sino sobre todo invocación. El cine, cuando es auténtico, no solo consuela: interpela. Llama por su nombre a las preguntas que habitan en nosotros y, a veces, también a las lágrimas que no sabíamos que teníamos que expresar.

En el año del Jubileo, en el que la Iglesia invita a caminar hacia la esperanza, vuestra presencia procedente de tantos países y, sobre todo, vuestro trabajo artístico cotidiano, son signos luminosos. Porque también vosotros, como tantos otros que llegan a Roma desde todas partes del mundo, estáis en camino como peregrinos de la imaginación, buscadores de sentido, narradores de esperanza, mensajeros de humanidad. El camino que recorréis no se mide en kilómetros, sino en imágenes, palabras, emociones, recuerdos compartidos y deseos colectivos. Es una peregrinación en el misterio de la experiencia humana que atravesáis con mirada penetrante, capaz de reconocer la belleza incluso en los pliegues del dolor, la esperanza en las tragedias de la violencia y las guerras.

La Iglesia os mira con estima a vosotros que trabajáis con la luz y con el tiempo, con el rostro y con el paisaje, con la palabra y con el silencio. El papa San Pablo VI os dijo: «Si sois amigos del verdadero arte, sois nuestros amigos», recordando que «este mundo en el que vivimos necesita belleza para no hundirse en la desesperación» (Mensaje a los artistas al término del Concilio Vaticano II, 8 de diciembre de 1965). Deseo renovar esa amistad, porque el cine es un laboratorio de esperanza, un lugar donde el hombre puede volver a mirarse a sí mismo y a su destino.

Quizá debamos volver a escuchar las palabras de un pionero del séptimo arte, el gran David W. Griffith. Él decía: «Lo que le falta al cine moderno es belleza, la belleza del viento que se mueve entre los árboles». Al escuchar a Griffith hablar del viento entre los árboles, ¿cómo no pensar en ese pasaje del Evangelio de Juan: «El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va: así es todo aquel que ha nacido del Espíritu» (3,8)? Queridos maestros antiguos y nuevos, haced del cine un arte del Espíritu.

La camiseta del Papa Leo
La camiseta del Papa Leo

Nuestra época necesita testigos de esperanza, de belleza, de verdad: vosotros, con vuestra labor artística, podéis serlo. Recuperar la autenticidad de la imagen para salvaguardar y promover la dignidad humana está en el poder del buen cine y de quienes lo crean y protagonizan. No tengan miedo de enfrentarse a las heridas del mundo. La violencia, la pobreza, el exilio, la soledad, las adicciones, las guerras olvidadas son heridas que piden ser vistas y contadas. El gran cine no explota el dolor: lo acompaña, lo investiga. Esto es lo que han hecho todos los grandes directores. Dar voz a los sentimientos complejos, contradictorios y a veces oscuros que habitan en el corazón del ser humano es un acto de amor. El arte no debe huir del misterio de la fragilidad: debe escucharlo, debe saber detenerse ante él. El cine, sin ser didáctico, tiene en sí mismo, en sus formas auténticamente artísticas, la posibilidad de educar la mirada.

Para concluir, la realización de una película es un acto comunitario, una obra coral en la que nadie basta por sí mismo. Todos conocen y aprecian la maestría del director y la genialidad de los actores, pero una obra sería imposible sin la silenciosa dedicación de cientos de otros profesionales: asistentes, corredores, utileros, electricistas, técnicos de sonido, maquinistas, maquilladores, peluqueros, vestuaristas, jefes de localización, directores de casting, directores de fotografía y música, guionistas, montadores, especialistas en efectos especiales, productores... Cada voz, cada gesto, cada competencia contribuye a una obra que solo puede existir en su conjunto.

En una época de personalismos exasperados y contrapuestos, nos mostráis cómo para hacer una buena película es necesario comprometer el propio talento. Pero cada uno puede hacer brillar su carisma particular gracias a los dones y cualidades de quienes trabajan a su lado, en un clima colaborativo y fraternal. Que vuestro cine siga siendo siempre un lugar de encuentro, un hogar para quienes buscan sentido, un lenguaje de paz. Que nunca pierda la capacidad de sorprender, siguiéndonos mostrando aunque solo sea un fragmento del misterio de Dios.

Que el Señor os bendiga a vosotros, a vuestro trabajo y a vuestros seres queridos. Y que os acompañe siempre en vuestra peregrinación creativa, para que podáis ser artesanos de la esperanza.

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