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El prelado inicia el Jubileo Virginiano, que celebra 900 años del Santuario de la Madonna Bruna de Montevergine
(Vatican News).- Enviado por el Papa para llevar su cercanía "con afecto y oración" a los habitantes de Irpinia y Campania preocupados por la falta o precariedad laboral e invitarles a seguir "trabajando juntos, religiosos y religiosas, hombres y mujeres de fe" para que el Santuario de la Madonna Bruna de Montevergine, "gloria de su tierra, florezca cada vez más, irradiando el mensaje de la esperanza cristiana en su territorio y en todo el mundo". Así explicó el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado Vaticano, su presencia en la inauguración del Anna Jubilare Verginiano (Año Jubilar Virginiano), que celebrará el 900 aniversario de la fundación de la abadía hasta Pentecostés de 2024.
En la montaña que domina la ciudad de Avellino, al sur de Italia, donde se encuentra el magnífico icono mariano donado por la familia real angevina de Nápoles a los benedictinos, y venerado como Mamma Schiavona, el Secretario de Estado fue recibido por el abad Riccardo Luca Guariglia, que subió con él en funicular, sucesor de San Guillermo de Vercelli, que fundó la abadía en Pentecostés de 1124. Parolin estuvo acompañado en la misión papal por el abad Mauro Meacci de Subiaco y el abad de Monte Oliveto Diego Gualtiero Rosa. En el amplio claustro de la abadía, recibió de manos del alcalde de Mercogliano, las llaves de la ciudad y el certificado de ciudadanía honoraria, que ahora le unen aún más, dijo, "por lazos de afecto al santuario y a su abadía" ya visitados en septiembre de 2021.
A continuación, el Cardenal subrayó su devoción y la del pueblo de Campania a la Madonna Bruna, "nuestra Mamma Schiavona, la que todo lo concede y todo lo perdona", venerada en este santuario, donde durante algún tiempo, durante la Segunda Guerra Mundial, se guardó también la Sábana Santa para salvarla de los bombardeos. Saludó a los ministros del Interior, Matteo Piantedosi, irpiniano de origen, de Cultura, Gennaro Sangiuliano, y de la Región de Campania, Vincenzo De Luca, así como a los embajadores acreditados ante la Santa Sede de los países que han acogido a emigrantes de Campania y del sur de Italia. Quienes en estos países han querido construir iglesias, capillas y edículos dedicados a Nuestra Señora de Montevergine.
Refiriéndose a los problemas del presente de muchas personas en Irpinia, ligados a las dificultades laborales, Parolin dijo confiar "en que los responsables sepan encontrar las soluciones adecuadas para remediar una situación que tanto nos preocupa a todos". Asegurando, con el Papa Francisco, la atención de la Iglesia, "que está siempre al lado de los que están en dificultad, para animarlos en el presente y sostener la esperanza en un futuro más sereno".
El Secretario de Estado Vaticano presidió a continuación la Misa de Pentecostés y de apertura del Año Virginiano, describiendo en su homilía el santuario mariano como un "auténtico polo espiritual". Pidió a todos que en este año jubilar se comprometan a invocar a María "cada día, por las necesidades de la Iglesia y del mundo entero", pidiendo su intercesión ante su Hijo como en Caná de Galilea. Esta intercesión, subrayó Parolin, "prepara la gran intercesión de la Iglesia, aquella por la que estamos llamados a rezar unos por otros, aquella por la que los Santos se convierten para nosotros en seguridad de confianza". A nuestro alrededor, recordó, hay "una sociedad que necesita más que nunca la luz del Evangelio. Hay un mundo que busca la paz. Hay tanto sufrimiento que clama ayuda. Hay tanto que espera justicia y caridad".
Hablando a continuación de la solemnidad de Pentecostés, el cardenal Parolin recordó que Jesús, al subir al cielo, había ordenado a los discípulos esperar en Jerusalén el cumplimiento de la promesa del Padre. "Serán bautizados en el Espíritu Santo". Sólo el Espíritu, en efecto, les capacitará para continuar la misión de Cristo, llevando a la historia "la voluntad de Dios, para dar a su experiencia la forma del amor y de la santidad de Dios". Y la comunidad de los discípulos prepara el corazón para recibir el Espíritu "en el estar juntos de acuerdo, superando la tentación del aislamiento, y en la oración, superando la tentación de la autosuficiencia".
No es de extrañar, por tanto, explicó el cardenal Parolin en su homilía, "que en esta pequeña comunidad que se reúne en el Cenáculo esté presente María", porque "todo comenzó con su "sí" perfecto a la llamada de Dios". Ella "sabe bien cómo acoger el Espíritu, porque es precisamente por la fuerza de este Espíritu que el Verbo de Dios se hizo carne en ella".
A los discípulos, la primera Iglesia, aclara el Purpurado, "se les pide ahora algo parecido a lo que ya había hecho María: escucha de la Palabra, confianza en el poder de Dios, obediencia con la propia vida". Con María en medio de ellos, "aprenderán a rezar del modo correcto y sus corazones se volverán acogedores, ricos de deseo y esperanza". Por eso el Concilio Vaticano II, en la Lumen Gentium, "recuerda con insistencia que María es el modelo de la Iglesia. La Iglesia la mira para comprenderse a sí misma y su vocación, para vivir la fe y la perseverancia.
En efecto, María es ella misma en medio de la Iglesia; con ella la Iglesia ora, ama y aprende a obedecer como humilde sierva del Señor'. Su belleza, reflejo de la belleza de Dios, "resplandece en la Iglesia, aquella belleza por la que Cristo se entregó, haciéndola gloriosa, sin mancha ni arruga, ni cosa semejante, sino santa e inmaculada: esta belleza está en María y en la Iglesia".
María también, aclaró además el cardenal Parolin, "nos ayuda a aceptar con sencillez lo que somos y a poner todo de nosotros mismos - temperamento, capacidades, pasado, sueños... - en las manos de Dios para que su salvación se realice en nosotros y, a través de nosotros, en todos". Por último, "el discurso de la virginidad se aplica también a la Iglesia, es decir, dejar que Dios realice en ella la encarnación. En efecto, la Iglesia no puede ser madre y encarnar al Verbo mediante el poder mundano, sino mediante la virginidad, es decir, existiendo para Dios, entregándole toda la esperanza, el tiempo y el futuro. La virginidad es una condición para que la Iglesia sea fecunda para la Palabra de Dios y el cumplimiento de las promesas del Señor".
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