El Papa pide que ni "la política" ni las "injusticias de algunos nos alejen de la amistad" con los judíos León XIV, rotundo, en la audiencia general: "La Iglesia no tolera el antisemitismo y lo combate"

El Papa, al inicio de la audiencia
El Papa, al inicio de la audiencia RD/Captura

Audiencia general dedicada al diálogo interreligioso, en el marco de la conmemoración del 60 aniversario de la Declaración Nostra aetate, que "abrió un nuevo horizonte de encuentro, respeto y hospitalidad espiritual"

"Este luminoso documento nos enseña a encontrar a los seguidores de otras religiones no como extraños, sino como compañeros de viaje en el camino de la verdad; a honrar las diferencias afirmando nuestra humanidad común"

León XIV pidió estar "atentos al abuso del nombre de Dios, de la religión y del diálogo mismo, así como a los peligros que representan el fundamentalismo religioso y el extremismo"

Audiencia general dedicada al diálogo interreligioso, en el marco de la conmemoración del 60 aniversario de la Declaración Nostra aetate, que "abrió un nuevo horizonte de encuentro, respeto y hospitalidad espiritual", como señaló el Papa, para reiterar que, seis décadas después, "este luminoso documento nos enseña a encontrar a los seguidores de otras religiones no como extraños, sino como compañeros de viaje en el camino de la verdad; a honrar las diferencias afirmando nuestra humanidad común; y a discernir, en toda búsqueda religiosa sincera, un reflejo del único Misterio divino que abarca toda la creación".

Recordando que esa declaración tuvo su primera orientación hacia el mundo judío, León XIV remarcó que "desde entonces, todos mis predecesores han condenado el antisemitismo con palabras claras. Y, por lo tanto, yo también confirmo que la Iglesia no tolera el antisemitismo y lo combate, en virtud del Evangelio mismo", palabras que fueron saludadas con aplausos entre los miles de peregrinos que llenaban, un miércoles más, la plaza de San Pedro.

Creemos. Crecemos. Contigo

Sin embargo, el papa Prevost señaló algo que es muy evidente, y más en los últimos tempos, al recordar que "no podemos negar que en este período también ha habido malentendidos, dificultades y conflictos, pero estos nunca han impedido la continuación del diálogo. Tampoco hoy debemos permitir que las circunstancias políticas y las injusticias de algunos nos alejen de la amistad, sobre todo porque hasta ahora hemos logrado mucho", en lo que puede ser interpretado por los reiterados llamamientos al cese de los combates del Gaza del Papa, así como a la petición de respetar el derecho internacional, reiteradamente vulnerado por el gobierno de Benjamin Netanyahu.

En este sentido, el Papa apeló a la unidad, porque, aseveró, "más que nunca, nuestro mundo necesita nuestra unidad, nuestra amistad y nuestra colaboración", dado que "cada una de nuestras religiones puede contribuir a aliviar el sufrimiento humano y a cuidar de nuestra casa común, nuestro planeta Tierra", y, por tanto, "deben reafirmar el servicio a la humanidad, en todo momento".

León XIV bendice a un niño
León XIV bendice a un niño RD/Captura

Como también han hecho sus predecesores, León XIV pidió estar "atentos al abuso del nombre de Dios, de la religión y del diálogo mismo, así como a los peligros que representan el fundamentalismo religioso y el extremismo", desafíos a los que añadió los de "la inteligencia artificial, ya que, si se concibe como una alternativa al ser humano, puede violar gravemente su dignidad infinita y neutralizar sus responsabilidades fundamentales"

Por ello, el Papa insistió en que "hoy estamos llamados a refundar esa esperanza en nuestro mundo devastado por la guerra y en nuestro entorno natural degradado. Colaboremos, porque si estamos unidos todo es posible. Hagamos que nada nos divida".

Fieles en la plaza de San Pedro
Fieles en la plaza de San Pedro RD/Captura

A la hora de los saludos en los distintos idiomas, el Papa recordó el paso del huracán 'Melissa' por Jamaica y Cuba, recordando a las miles de personas afectadas y pidiendo a las autoridades que les prestasen la atención debida.  

Audiencia General

¡Queridos hermanos y hermanas, peregrinos en la fe y representantes de las diversas tradiciones religiosas!

En el centro de la reflexión de hoy, en esta Audiencia general dedicada al diálogo interreligioso, deseo colocar las palabras del Señor Jesús a la mujer samaritana: «Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). En el Evangelio, este encuentro revela la esencia del auténtico diálogo religioso: un intercambio que se establece cuando las personas se abren unas a otras con sinceridad, escucha atenta y enriquecimiento mutuo. Es un diálogo nacido de la sed: la sed de Dios por el corazón humano y la sed humana de Dios. En el pozo de Sicar, Jesús supera las barreras de la cultura, el género y la religión. Invita a la mujer samaritana a una nueva comprensión del culto, que no se limita a un lugar concreto —«ni en este monte ni en Jerusalén»—, sino que se realiza en Espíritu y en verdad. Este momento capta la esencia misma del diálogo interreligioso: el descubrimiento de la presencia de Dios más allá de toda frontera y la invitación a buscarlo juntos con reverencia y humildad.

Audiencia general en la plaza de San Pedro
Audiencia general en la plaza de San Pedro RD/Captura

Hace sesenta años, el 28 de octubre de 1965, el Concilio Vaticano II, con la promulgación de la Declaración Nostra aetate, abrió un nuevo horizonte de encuentro, respeto y hospitalidad espiritual. Este luminoso documento nos enseña a encontrar a los seguidores de otras religiones no como extraños, sino como compañeros de viaje en el camino de la verdad; a honrar las diferencias afirmando nuestra humanidad común; y a discernir, en toda búsqueda religiosa sincera, un reflejo del único Misterio divino que abarca toda la creación.

En particular, no hay que olvidar que la primera orientación de Nostra aetate fue hacia el mundo judío, con el que San Juan XXIII quiso restablecer la relación original. Por primera vez en la historia de la Iglesia, debía tomar forma un tratado doctrinal sobre las raíces judías del cristianismo, que representara un punto de no retorno en el plano bíblico y teológico. «El pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente vinculado con la estirpe de Abraham. La Iglesia de Cristo reconoce, en efecto, que los orígenes de su fe y de su elección se encuentran ya, según el misterio divino de la salvación, en los patriarcas, en Moisés y en los profetas» (NA, 4). Así, la Iglesia, «consciente del patrimonio que tiene en común con los judíos, y movida no por motivos políticos, sino por la caridad religiosa evangélica, deplora los odios, las persecuciones y todas las manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos» (ibíd.). Desde entonces, todos mis predecesores han condenado el antisemitismo con palabras claras. Y, por lo tanto, yo también confirmo que la Iglesia no tolera el antisemitismo y lo combate, en virtud del Evangelio mismo.

León XIV, en medio de los fieles
León XIV, en medio de los fieles RD/Captura

Hoy podemos mirar con gratitud a todo lo que se ha logrado en el diálogo judeo-católico en estas seis décadas. Esto no se debe solo al esfuerzo humano, sino a la asistencia de nuestro Dios que, según la convicción cristiana, es en sí mismo diálogo. No podemos negar que en este período también ha habido malentendidos, dificultades y conflictos, pero estos nunca han impedido la continuación del diálogo. Tampoco hoy debemos permitir que las circunstancias políticas y las injusticias de algunos nos alejen de la amistad, sobre todo porque hasta ahora hemos logrado mucho.

El espíritu de Nostra aetate sigue iluminando el camino de la Iglesia. Esta reconoce que todas las religiones pueden reflejar «un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (n. 2) y buscan respuestas a los grandes misterios de la existencia humana, por lo que el diálogo debe ser no solo intelectual, sino profundamente espiritual. La Declaración invita a todos los católicos —obispos, clero, personas consagradas y fieles laicos— a participar sinceramente en el diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, reconociendo y promoviendo todo lo que es bueno, verdadero y santo en sus tradiciones (cf. ibíd.). Esto es necesario hoy en día prácticamente en todas las ciudades del mundo donde, debido a la movilidad humana, nuestras diversidades espirituales y de pertenencia están llamadas a encontrarse y a convivir fraternalmente. Nostra aetate nos recuerda que el verdadero diálogo tiene sus raíces en el amor, único fundamento de la paz, la justicia y la reconciliación, al tiempo que rechaza con firmeza toda forma de discriminación o persecución, afirmando la igual dignidad de todo ser humano (cf. NA, 5).

Por lo tanto, queridos hermanos y hermanas, sesenta años después de Nostra Aetate, podemos preguntarnos: ¿qué podemos hacer juntos? La respuesta es sencilla: actuar juntos. Más que nunca, nuestro mundo necesita nuestra unidad, nuestra amistad y nuestra colaboración. Cada una de nuestras religiones puede contribuir a aliviar el sufrimiento humano y a cuidar de nuestra casa común, nuestro planeta Tierra. Nuestras respectivas tradiciones enseñan la verdad, la compasión, la reconciliación, la justicia y la paz. Deben reafirmar el servicio a la humanidad, en todo momento. Juntos, debemos estar atentos al abuso del nombre de Dios, de la religión y del diálogo mismo, así como a los peligros que representan el fundamentalismo religioso y el extremismo. También debemos abordar el desarrollo responsable de la inteligencia artificial, ya que, si se concibe como una alternativa al ser humano, puede violar gravemente su dignidad infinita y neutralizar sus responsabilidades fundamentales. Nuestras tradiciones tienen una inmensa contribución que aportar a la humanización de la tecnología y, por lo tanto, a inspirar su regulación, en protección de los derechos humanos fundamentales.

Como todos sabemos, nuestras religiones enseñan que la paz comienza en el corazón del ser humano. En este sentido, la religión puede desempeñar un papel fundamental. Debemos devolver la esperanza a nuestras vidas personales, a nuestras familias, a nuestros barrios, a nuestras escuelas, a nuestros pueblos, a nuestros países y a nuestro mundo. Esta esperanza se basa en nuestras convicciones religiosas, en la convicción de que un mundo nuevo es posible.

Hace sesenta años, Nostra aetate trajo esperanza al mundo que salía de la Segunda Guerra Mundial. Hoy estamos llamados a refundar esa esperanza en nuestro mundo devastado por la guerra y en nuestro entorno natural degradado. Colaboremos, porque si estamos unidos todo es posible. Hagamos que nada nos divida. Y con este espíritu, deseo expresar una vez más mi gratitud por su presencia y su amistad. Transmitamos este espíritu de amistad y colaboración también a la generación futura, porque es el verdadero pilar del diálogo.

Y ahora, detengámonos un momento en oración silenciosa: la oración tiene el poder de transformar nuestras actitudes, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones.

Traducción no oficial

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