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A propósito de la carta apostólica 'Desiderio desideravi'
En el origen de la Carta Apostólica de Francisco está el deseo de que todo el pueblo de Dios, empezando por los celebrantes, redescubra la belleza y el asombro ante la liturgia, dejando que la misma liturgia "forme" a quienes participan en ella, sumergiéndolos en lo que el Papa llama "el océano de gracia que inunda cada celebración".
Algunas anticipaciones del documento papal, publicado en la fiesta de los santos Pedro y Pablo, se encuentran en la "ponencia" que el entonces cardenal arzobispo de Buenos Aires pronunció ante el pleno del Dicasterio para el Culto Divino el 1 de marzo de 2005.
En aquella ocasión, hablando del arte de celebrar, Jorge Mario Bergoglio sugirió la importancia de "recuperar el asombro ante el misterio" y pidió la publicación de un texto que no fuera un tratado jurídico o disciplinario, atiborrado de normas y rúbricas; ni siquiera un tratado sobre los abusos litúrgicos. En cambio, pidió un documento con un "tono pastoral y espiritual, incluso meditativo".
Con Desiderio desideravi, ese deseo se cumple de alguna manera. En la Carta Apostólica, el Sucesor de Pedro nos lleva por un camino que llega al corazón de la celebración litúrgica, que es a la vez "la cumbre hacia la que tiende la acción de la Iglesia" y "la fuente de la que mana toda su energía", como enseña el Concilio Ecuménico Vaticano II. Muy citado en el texto es Romano Guardini, el teólogo italiano nacionalizado alemán, que también era especialmente querido por Benedicto XVI.
Cada párrafo del nuevo documento de Francisco está impregnado de la conciencia de que la liturgia es, ante todo, un espacio para el Otro. El Papa escribe: "Antes de nuestra respuesta a su invitación -mucho antes- está su deseo por nosotros: puede que no seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a misa, el motivo principal es que nos atrae su deseo por nosotros. Por nuestra parte, la respuesta posible, la ascesis más exigente, es, como siempre, la de entregarnos a su amor, la de dejarnos atraer por él".
Y un poco más adelante, Francisco añade: "Si hubiéramos llegado a Jerusalén después de Pentecostés y hubiéramos sentido el deseo no sólo de tener información sobre Jesús de Nazaret, sino de poder volver a encontrarnos con él, no habríamos tenido más remedio que la de buscar a los suyos para que escuchen sus palabras y vean sus actos, más vivos que nunca. No habríamos tenido otra posibilidad de un verdadero encuentro con Él que la de la comunidad que celebra'.
Partir de esta conciencia, redescubrir la belleza de la liturgia, abrirse a la formación y dejarse formar por ella, puede ayudar a despejar el campo de tantas insuficiencias. Si participar en la celebración significa "escuchar las palabras" de Jesús y "ver sus gestos, más vivos que nunca", no puede prevalecer el protagonismo narcisista del celebrante, la espectacularización, la rigidez austera o la dejadez y la trivialización. Y la liturgia "fuente y cima" no puede convertirse en el campo de batalla donde se intente imponer una visión de la Iglesia que no acepte lo establecido sinodalmente por el Concilio Ecuménico Vaticano II.
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