León XIV contrapone el impulso en el mundo "de la esperanza de la gente sencilla" al de "las estrategias armadas y discursos hipócritas"
Primeras Vísperas y 'Te Deum'
Frente a "un plan libre y liberador, pacífico, fiel, como el que la Virgen María proclamó en su cántico de alabanza", "otros planes, hoy como ayer, envuelven al mundo", advirtió el Papa
"Hermanos y hermanas, en nuestro tiempo sentimos la necesidad de un plan sabio, benévolo y misericordioso. Que sea un plan libre y liberador, pacífico, fiel, como el que la Virgen María proclamó en su cántico de alabanza. Pero otros planes, hoy como ayer, envuelven al mundo. Son más bien estrategias destinadas a conquistar mercados, territorios y esferas de influencia. Se trata de estrategias armadas, camufladas en discursos hipócritas, proclamas ideológicas y falsos motivos religiosos".
Así, frente al impulso en el mundo de "la esperanza de tanta gente sencilla, desconocida pero no para Dios, que a pesar de todo cree en un mañana mejor, porque sabe que el futuro está en manos de Aquel que les ofrece la mayor esperanza", advirtió de esos "otros planes" esta tarde el Papa en la basílica de San Pedro, donde presidió las Primeras Vísperas de la Solemnidad de María Santísima, Madre de Dios, con que concluye la Octava de Navidad, y que fue seguida del canto del Te Deum de acción de gracias, que resonó, añadió León XIV, también con la celebración al cierre del Jubileo "en el corazón de Roma, junto a la Tumba de Pedro" para de esta manera "dar voz a todos los corazones y rostros que han pasado bajo estas bóvedas y por las calles de esta ciudad".
"A Dios le encanta esperar con el corazón de los pequeños, y lo hace involucrándolos en su plan de salvación. Cuanto más hermoso es el plan, mayor es la esperanza", señaló el papa Prevost reconociendo así la primacía de los sencillos en el plan de Dios, un plan, añadió, donde la ciudda de Roma ocupa un lugar especial, "no por sus glorias, ni por su poder, sino porque aquí Pedro y Pablo y tantos otros mártires derramaron su sangre por Cristo. Por eso Roma es la ciudad del Jubileo".
"¿Qué podemos desear para Roma? –se preguntó el Pontífice–Que sea digna de sus pequeños. De los niños, de los ancianos solos y frágiles, de las familias que más luchan por salir adelante, de los hombres y mujeres que vienen. Rezo por ustedes desde lejos, con la esperanza de una vida digna".
En este punto, también de agradecimiento al término del año civil, el Papa agustino quiso dar gracias por "el don del Jubileo", que, añadió, "fue un gran signo de su plan de esperanza para la humanidad y el mundo". "Y agradecemos a todos los que, durante los meses y días de 2025, trabajaron para servir a los peregrinos y hacer Roma más acogedora. Esta era, hace un año, la esperanza del amado Papa Francisco. Quisiera que así fuera de nuevo, y diría que aún más después de este tiempo de gracia. Que esta ciudad, animada por la esperanza cristiana, esté al servicio del plan amoroso de Dios para la familia humana", concluyó el Papa.
Al finalizar la celebración en la basílica vaticana, León XIV se dirigió de nuevo a la plaza de San Pedro, donde esta mañana prresidió la última auciencia general del año 2025, el primero de su pontificado, para visitar el Belén gigante instalado en el centro, al lado del obelisco.
La homilía del Papa
¡Queridos hermanos y hermanas!
La liturgia de las Primeras Vísperas de la Madre de Dios es de una riqueza singular, tanto por el misterio vertiginoso que celebra como por su ubicación al final del año. Las antífonas de los salmos y el Magníficat enfatizan el acontecimiento paradójico de un Dios nacido de una virgen o, por el contrario, la maternidad divina de María. Y al mismo tiempo, esta solemnidad, que concluye la Octava de Navidad, abarca la transición de un año al siguiente y extiende sobre ella la bendición de Aquel «que era, que es y que ha de venir» (Ap 1,8). Además, hoy la celebramos al cierre del Jubileo, en el corazón de Roma, junto a la Tumba de Pedro, y así el Te Deum que pronto resonará en esta Basílica se expandirá para dar voz a todos los corazones y rostros que han pasado bajo estas bóvedas y por las calles de esta ciudad.
En la lectura bíblica escuchamos una de las asombrosas síntesis del apóstol Pablo: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos» (Gal 4,4-5). Esta manera de presentar el misterio de Cristo sugiere un plan, un gran plan para la historia de la humanidad. Un plan misterioso, pero con un centro claro, como una alta montaña iluminada por el sol en medio de un denso bosque: este centro es la «plenitud de los tiempos».
Y esta misma palabra —«plan»— resuena en el cántico de la Carta a los Efesios: «Su propósito, reunir todas las cosas en él, / las del cielo y las de la tierra. / En su beneplácito lo había dispuesto en él, / para llevarlo a cabo en la plenitud de los tiempos» (Ef 1,9-10).
Hermanos y hermanas, en nuestro tiempo sentimos la necesidad de un plan sabio, benévolo y misericordioso. Que sea un plan libre y liberador, pacífico, fiel, como el que la Virgen María proclamó en su cántico de alabanza: «De generación en generación su misericordia llega a los que le temen» (Lc 1,50). Pero otros planes, hoy como ayer, envuelven al mundo. Son más bien estrategias destinadas a conquistar mercados, territorios y esferas de influencia. Se trata de estrategias armadas, camufladas en discursos hipócritas, proclamas ideológicas y falsos motivos religiosos.
Pero la Santa Madre de Dios, la más pequeña y la más alta de todas las criaturas, ve las cosas con los ojos de Dios: ve que con el poder de su brazo el Altísimo disipa las maquinaciones de los soberbios, derriba a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes, colma de bienes las manos de los hambrientos y vacía las de los ricos (cf. Lucas 1,51-53).
La Madre de Jesús es la mujer con quien Dios, en la plenitud de los tiempos, escribió la Palabra que revela el misterio. No la impuso: primero la propuso a su corazón y, tras recibir su «sí», la escribió con amor inefable en su carne. Así, la esperanza de Dios se entrelazó con la de María, descendiente de Abraham según la carne y, sobre todo, según la fe.
A Dios le encanta esperar con el corazón de los pequeños, y lo hace involucrándolos en su plan de salvación. Cuanto más hermoso es el plan, mayor es la esperanza. Y, de hecho, el mundo continúa así, impulsado por la esperanza de tanta gente sencilla, desconocida pero no para Dios, que a pesar de todo cree en un mañana mejor, porque sabe que el futuro está en manos de Aquel que les ofrece la mayor esperanza.
Una de estas personas fue Simón, un pescador de Galilea, a quien Jesús llamó Pedro. Dios Padre le dio una fe tan sincera y generosa que el Señor pudo construir su comunidad sobre ella (cf. Mt 16,18). Y todavía estamos aquí hoy rezando ante su tumba, donde peregrinos de todo el mundo vienen a renovar su fe en Jesucristo, el Hijo de Dios. Esto ha sucedido de manera especial durante el Año Santo que está a punto de concluir. El Jubileo es un gran signo de un mundo nuevo, renovado y reconciliado según el plan de Dios. Y en este plan, la Providencia ha reservado un lugar especial para esta ciudad de Roma. No por sus glorias, ni por su poder, sino porque aquí Pedro y Pablo y tantos otros mártires derramaron su sangre por Cristo. Por eso Roma es la ciudad del Jubileo.
¿Qué podemos desear para Roma? Que sea digna de sus pequeños. De los niños, de los ancianos solos y frágiles, de las familias que más luchan por salir adelante, de los hombres y mujeres que vienen. Rezo por ustedes desde lejos, con la esperanza de una vida digna.
Hoy, queridos, damos gracias a Dios por el don del Jubileo, que fue un gran signo de su plan de esperanza para la humanidad y el mundo. Y agradecemos a todos los que, durante los meses y días de 2025, trabajaron para servir a los peregrinos y hacer Roma más acogedora. Esta era, hace un año, la esperanza del amado Papa Francisco. Quisiera que así fuera de nuevo, y diría que aún más después de este tiempo de gracia. Que esta ciudad, animada por la esperanza cristiana, esté al servicio del plan amoroso de Dios para la familia humana. Que la intercesión de la Santa Madre de Dios, Salus Populi Romani, nos lo conceda.
