León XIV: "En la tierra no hay espacio para Dios si no hay espacio para el hombre. No acoger a uno significa rechazar al otro"
Prevost preside su primera Misa del Gallo en una abarrotada basílica de San Pedro con un llamamiento a reivindicar "la sabiduría de la Navidad". "Mientras el hombre quiere convertirse en Dios para dominar al prójimo, Dios quiere convertirse en hombre para liberarnos de toda esclavitud. ¿Será suficiente este amor para cambiar nuestra historia?"
"En la tierra no hay espacio para Dios si no hay espacio para el hombre: no acoger a uno significa rechazar al otro". Robert Francis Prevost presidió esta noche (a las 22 horas, bastante antes de lo que lo hacían sus predecesores, Francisco y Benedicto XVI) su primera Misa del Gallo en una abarrotada basílica de San Pedro. León XIV, en una liturgia cuidada hasta el extremo, acompañó a los fieles con una homilía sencilla, en la que reivindicó "la sabiduría de la Navidad", la de un Dios que envía a un niño para salvar a la Humanidad de su desdicha. Hoy, y siempre, Navidad es sinónimo de esperanza. Antes, salió a saludar, y bendecir, a los miles de fieles que se encontraban en la plaza de San Pedro, pese a la fuerte lluvia.
"La basílica de San Pedro es muy grande, pero no tan grande para recibir a todos vosotros. Por ello, gracias por vuestro valor por estar esperando aquí esta tarde", comenzó Prevost en inglés, para volver de inmediato al italiano: "Gracias por venir también con este es tiempo. Vamos a celebrar la fiesta de Navidad. El niño que ha nacido y que nos trae la paz, nos trae el amor de Dios".
Tras besar la rodilla de la imagen del niño situada bajo el baldaquino de Bernini, el Papa trazó un paralelismo entre las "estrellas mudas" que durante milenios han sido nombradas por los pueblos de la Tierra, y la oscuridad en la que éstos seguían caminando, hasta que apareció "una gran luz", la estrella "que sorprende al mundo, una chispa recién encendida y resplandeciente de vida".
Una vida, la de Jesús, que decide "iluminar nuestra noche con la salvación". "Vive entre nosotros quien da su vida por nosotros", refelexionó el pontífice. "No hay tiniebla que esta estrella no ilumine, porque en su luz toda la humanidad ve la aurora de una existencia nueva y eterna". Una "clara señal" que no es otra, según las Escrituras, que la de "un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre".
Porque "para encontrar al Salvador no hay que mirar hacia arriba, sino contemplar hacia abajo", señaló Prevost, incidiendo en que "la omnipotencia de Dios resplandece en la impotencia de un recién nacido; la elocuencia del Verbo eterno resuena en el primer llanto de un infante; la santidad del Espíritu brilla en ese cuerpecito limpio y envuelto en pañales".
"La luz divina que irradia este Niño nos ayuda a ver al hombre en cada vida que nace", la luz de la vida naciente, especialmente la de los pequeños, los pobres, los extranjeros. "En la tierra no hay espacio para Dios si no hay espacio para el hombre: no acoger a uno significa rechazar al otro. En cambio, donde hay lugar para el hombre, hay lugar para Dios; y entonces un establo puede llegar a ser más sagrado que un templo y el seno de la Virgen María, el arca de la nueva alianza", subrayó.
Esa es la sabiduría de la Navidad. "En el niño Jesús, Dios da al mundo una nueva vida ―la suya―, para todos", apuntó el pontífice. "No es una idea que resuelva todos los problemas, sino una historia de amor que nos involucra". Un niño que se convierte en "palabra de esperanza ante el dolor de los miserables", un indefenso "para que sea fuerza para levantarse".
Navidad es fiesta de la fe, porque Dios se hace hombre, naciendo de la Virgen. Es fiesta de la caridad, porque el don del Hijo redentor se realiza en la entrega fraterna. Es fiesta de la esperanza, porque el niño Jesús la enciende en nosotros, haciéndonos mensajeros de paz
"Mientras el hombre quiere convertirse en Dios para dominar al prójimo, Dios quiere convertirse en hombre para liberarnos de toda esclavitud. ¿Será suficiente este amor para cambiar nuestra historia?", se preguntó León XIV. La respuesta "llega en cuanto nos despertamos, como los pastores, de una noche mortal, a la luz de la vida naciente, contemplando al niño Jesús. En el establo de Belén, donde María y José llenos de asombro, velan al recién nacido", resguardados por los ángeles, "huestes desarmadas y desarmantes, porque cantan la gloria de Dios".
Recordando la última homilía de Nochebuena de Francisco, en la que daba comienzo el Año Santo, León quiso ofrecer una palabra de "gratitud y de misión" por el Año Jubilar. "Gratitud por el don recibido, misión para dar testimonio de este don al mundo".
"Proclamemos, pues, la alegría de la Navidad, que es fiesta de la fe, de la caridad y de la esperanza. Es fiesta de la fe, porque Dios se hace hombre, naciendo de la Virgen. Es fiesta de la caridad, porque el don del Hijo redentor se realiza en la entrega fraterna. Es fiesta de la esperanza, porque el niño Jesús la enciende en nosotros, haciéndonos mensajeros de paz. Con estas virtudes en el corazón, sin temer a la noche, podemos ir al encuentro del amanecer del nuevo día", culminó el pontífice.
