Francisco visita la ciudad de la Amistad, y rinde homenaje a la obra del misionero Pedro Opeka "La pobreza no es una fatalidad; no bajéis nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza"

El Papa, con Pedro Opeka, en la ciudad de la Amistad
El Papa, con Pedro Opeka, en la ciudad de la Amistad

"Recemos para que en todo Madagascar y en otras partes del mundo se prolongue el brillo de esta luz, y podamos lograr modelos de desarrollo que privilegien la lucha contra la pobreza y la exclusión social desde la confianza, la educación, el trabajo y el esfuerzo"

"“Aquí, el Señor ha escuchado el clamor de los pobres y ha manifestado su amor con signos concretos como la creación de este pueblo"

"El sueño de Dios no es sólo el progreso personal sino principalmente el comunitario, que no hay peor esclavitud, como nos lo recordaba el padre Pedro, que la de vivir cada uno sólo para sí"

'Akamasoa', la ciudad de la Amistad. Con un gran amigo, el padre Pedro Opeka, el papa Francisco se sintió como en casa. Cánticos en castellano, alegría y colorido. El viaje a Madagascar, definitivamente, se ha convertido en una visita de masas, y de mucho amor, al Sucesor de Pedro. Bergoglio respondió al reto, dejándose querer, arrastrar, llevar, por tantos corazones.

Así se lo quiso demostrar Opeka, el misionero milagro, el argentino que hace décadas logró convertir un basural en una ciudad de la alegría y de la amistad. En sus palabras, el misionero dio las gracias por su visita a este lugar, “un lugar donde Dios, con la fuerza del Evangelio, ha querido proteger a familias pobres, abandonadas”.

“Hoy es un oasis de dignidad, donde los niños han vuelto a las escuelas y los padres han vuelto a trabajar (…) Hemos erradicado la pobreza extrema a través del trabajo, la confianza y la disciplina. Este lugar de opresión se ha convertido en un lugar de comunión, donde todos pueden disfrutar de la fiesta de la Eucaristía”.

“Este lugar es un aliento para la lucha contra la pobreza y la injusticia inflingida a tantas, mujeres, niños y ancianos y abandonados. Gracias, Santo Padre, por visitar nuestra aldea”, concluyó el religioso.

La presencia de Dios

Y así quiso responder Francisco, tanto a Opeka como a Fanny, la niña que habló en nombre de toda la comunidad. Y lo hizo rindiendo homenaje a esta gran obra, porque “Akamasoa es la expresión de la presencia de Dios en medio de su pueblo pobre; no una presencia esporádica, circunstancial, es la presencia de un Dios que decidió vivir y permanecer siempre en medio de su pueblo”.

“La habéis construir con vuestras manos y, no lo dudo, seguiréis construyendo para que muchas familias puedan vivir dignamente”.

“Aquí, el Señor ha escuchado el clamor de los pobres y ha manifestado su amor con signos concretos como la creación de este pueblo. Vuestros gritos que surgen de la impotencia de vivir sin techo, de ver crecer a vuestros niños en la desnutrición, de no tener trabajo, por la mirada indiferente —por no decir despreciativa— de tantos, se han transformado en cantos de esperanza para vosotros y para todos los que os contemplan.”, reconoció.

“Cada rincón de estos barrios, cada escuela o dispensario son un canto de esperanza que desmiente y silencia toda fatalidad”, declaró el Papa, dejando la frase del titular: “Digámoslo con fuerza, la pobreza no es una fatalidad”, y este pueblo es capaz de “trasladar montañas” gracias a la fe que permitió “ver posibilidad donde sólo se veía precariedad, ver esperanza donde sólo se veía fatalidad, ver vida donde tantos anunciaban muerte y destrucción”.

El “tesoro enorme del esfuerzo, la disciplina, la honestidad, el respeto a sí mismo y a los demás” son las claves de la obra del padre Opeka, que permite “comprender que el sueño de Dios no es sólo el progreso personal sino principalmente el comunitario, que no hay peor esclavitud, como nos lo recordaba el padre Pedro, que la de vivir cada uno sólo para sí”. 

No bajéis los brazos ante la pobreza

No bajéis nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumbáis a las tentaciones del camino fácil o del encerraros en vosotros mismos”, pidió a los jóvenes, instándoles a continuar el trabajo iniciado por sus padre. “Dejad que florezcan en vosotros los dones que el Señor os ha dado. Pedidle que os ayude a poneros al servicio de vuestros hermanos y hermanas con generosidad. Así, Akamasoa no será sólo un ejemplo para las generaciones futuras, sino mucho más, el punto de partida de una obra inspirada en Dios que alcanzará su pleno desarrollo en la medida que siga testimoniando su amor a las generaciones presentes y futuras”.

Discurso del Papa

Queridos amigos de Akamasoa: 

Es una gran alegría para mí encontrarme con vosotros en esta gran obra. Akamasoa es la expresión de la presencia de Dios en medio de su pueblo pobre; no una presencia esporádica, circunstancial, es la presencia de un Dios que decidió vivir y permanecer siempre en medio de su pueblo. Esta tarde sois numerosos en el corazón de esta “Ciudad de la amistad”, que habéis construido con vuestras manos y que —no lo dudo— seguiréis construyendo para que muchas familias puedan vivir dignamente.

Al ver vuestros rostros radiantes, doy gracias al Señor que ha escuchado el clamor de los pobres y que ha manifestado su amor con signos concretos como la creación de este pueblo. Vuestros gritos que surgen de la impotencia de vivir sin techo, de ver crecer a vuestros niños en la desnutrición, de no tener trabajo, por la mirada indiferente —por no decir despreciativa— de tantos, se han transformado en cantos de esperanza para vosotros y para todos los que os contemplan.

Cada rincón de estos barrios, cada escuela o dispensario son un canto de esperanza que desmiente y silencia toda fatalidad. Digámoslo con fuerza, la pobreza no es una fatalidad. En efecto, este pueblo posee una larga historia de valentía y ayuda mutua. Este pueblo es el resultado de muchos años de arduo trabajo. En los cimientos encontramos una fe viva que se tradujo en actos concretos, capaz de “trasladar montañas”. Una fe que permitió ver posibilidad donde sólo se veía precariedad, ver esperanza donde sólo se veía fatalidad, ver vida donde tantos anunciaban muerte y destrucción. Recordad lo que escribió el apóstol Santiago: «La fe si no tiene obras está muerta por dentro» (St 2,17).

Los cimientos del trabajo mancomunado, el sentido de familia y de comunidad posibilitaron que se restaure artesanal y pacientemente la confianza no sólo en vosotros sino entre vosotros, lo que os permitió ser los primeros protagonistas y artesanos de esta historia. Una educación en valores gracias a la cual aquellas primeras familias que se aventuraron con el padre Opeka pudieron transmitir el tesoro enorme del esfuerzo, la disciplina, la honestidad, el respeto a sí mismo y a los demás. Y vosotros habéis podido comprender que el sueño de Dios no es sólo el progreso personal sino principalmente el comunitario, que no hay peor esclavitud, como nos lo recordaba el padre Pedro, que la de vivir cada uno sólo para sí. 

Queridos jóvenes de Akamasoa, a vosotros quisiera dirigiros un mensaje especial: no bajéis nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumbáis a las tentaciones del camino fácil o del encerraros en vosotros mismos. Gracias, Fanny, por ese hermoso testimonio que nos diste en nombre de los jóvenes del pueblo. Queridos jóvenes: El trabajo realizado por vuestros mayores, a vosotros os toca continuarlo. La fuerza para realizarlo la encontraréis en vuestra fe y en el testimonio vivo que vuestros mayores han plasmado en vuestras vidas. Dejad que florezcan en vosotros los dones que el Señor os ha dado. Pedidle que os ayude a poneros al servicio de vuestros hermanos y hermanas con generosidad. Así, Akamasoa no será sólo un ejemplo para las generaciones futuras, sino mucho más, el punto de partida de una obra inspirada en Dios que alcanzará su pleno desarrollo en la medida que siga testimoniando su amor a las generaciones presentes y futuras. 

Recemos para que en todo Madagascar y en otras partes del mundo se prolongue el brillo de esta luz, y podamos lograr modelos de desarrollo que privilegien la lucha contra la pobreza y la exclusión social desde la confianza, la educación, el trabajo y el esfuerzo, que siempre son indispensables para la dignidad de la persona humana. 

Queridos amigos de Akamasoa, querido padre Pedro y sus colaboradores: Gracias una vez más por vuestro testimonio profético y esperanzador. Que Dios os siga bendiciendo. 

Os pido que, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

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