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Ni la más mínima petición de perdón en su homilía
(José Manuel Vidal, Roma).-Tras tantos años entre bastidores, dirigiendo la maquinaria curial en la sombra, le llegó el momento de gloria al cardenal Angelo Sodano. Como decano del Colegio Cardenalicio le correspondió el honor de celebrar la solemne eucaristía 'Pro eligendo Pontifice', la antesala del Cónclave.
En círculos eclesiásticos romanos había expectación por conocer la homilía del cardenal decano. ¿Habría alguna alusión, por somera que fuese, a las tormentas del Vatileaks? ¿Alguna petición de perdón por las intrigas, la mala imagen y el carrerismo, que tanto hicieron sufrir a Benedicto XVI?
Nada de autocrítica en la homilía del decano y hombre fuerte de una de las cordadas más potentes de la Curia. Ni la más mínima petición de perdón. Y hasta cierta cicatería a la hora de reconocer la labor del Papa emérito. Sodano sólo nombró dos veces a Benedicto. Una, para citar uno de sus documentos y otra, la primera, para agradecer su "luminoso" Pontificado.
Una cita que, en su homilía, parecía obligada, pero que la abarrotada Basílica de San Pedro aprovechó para dedicar una larga, profunda y sentida ovación al Papa Ratzinger. Un Papa para la historia.
Será la última intervención pública y solemne de Sodano, que, por superar los 80 años, ya no podrá entrar en el Cónclave, para elegir al nuevo Papa. Pero, desde fuera, podrá seguir ejerciendo su indudable influencia. Una intervención en la que no pudo emular la brillante homilía en la que, durante esta misma misa, hace cinco años, el entonces cardenal Ratzinger marcaba la Hoja de Ruta de la Iglesia.
En su homilía, más bien plana y nada creativa, Sodano insistió en los mensajes habituales en estas ocasiones: comunión que, en el lenguaje eclesial, significa unidad, cerrar filas. Unidad, sí, pero no para asentar el inmovilismo en la Iglesia, sino el cambio.
Un cambio y un deseo de reforma que se palpa por todas partes, que se percibe, que hasta se huele. Ha llegado la época del 'aggiornamento'. Sea quien sea el próximo Papa, su tarea será como la de Juan XXIII: abrir las puertas y las ventanas de la Iglesia, para que entre un soplo de aire fresco del Espíritu de Dios. Una Iglesia sacramento de unidad, de misericordia y de esperanza para el mundo.
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